Me levanto empapado en sudor. Con las luces recién encendidas, intento levantarme y recobrar el equilibrio, pero me es imposible, estoy exhausto y abatido. Acabo de despertar de una pesadilla corrosiva, de polvo, sangre y gasolina. Pero, a pesar de todo, maldigo el momento en el que se ha acabado, por que como las buenas pesadillas, aunque haya durado dos horas, para mí solo ha pasado un minuto. Ojiplático, me llevo las manos a los ojos, frotándolos, incrédulo ante lo que acabo de soñar. Por la mañana, cuando estaba a punto de poner un pie en el suelo para comenzar a andar en el sendero de la rutina, algo dentro de mí sabía que iba a ser un gran día, y que razón tenía. “Sed testigos”, decía para mis adentros.
Finalmente me doy cuenta de que todo era realidad, bueno todo lo real que puede ser lo que ocurre en una sala de cine, que esta vez ha pasado a convertirse en un prestigioso museo, donde George Miller, experimentado dónde los haya, convierte la pantalla en un lienzo y con unas pocas pinceladas da una lección a los supuestos mercaderes de arte de la meca Hollywoodiense.
Excesiva, épica, espectacular, desmesurada, loca, bizarra, adrenalítica, pesadillesca… podéis poner los adjetivos que queráis pero Miller ha creado un clásico instantáneo incontestable, una obra maestra imperecedera que, al igual que ha ocurrido con películas como Indiana Jones o Terminator 2, dentro de unos años echaremos la vista atrás y la miraremos con nostalgia, sabedores de que ese cine se encuentra extinguido, y con la única esperanza de que alguien lo resucite. Miller nos trae de vuelta el cine de acción más setentero, dónde los efectos por ordenador y los píxeles son sustituidos por acción real, violenta y seca, dando una lección a las nuevas generaciones de como rodar la acción con inventiva y sin saturar al espectador. Que un tío de más de 70 años de una lección de cómo filmar una película es de admirar, pocas películas veremos este año tan bien rodadas (técnicamente es impecable) o con mejor fotografía, con unos parajes desérticos que te abrasan y te dejan seco, provocándote autentico desasosiego ante la basta infinidad de ese mundo loco, esquizofrénico y desolado.
El guión y los diálogos brillan por su ausencia (los actores tenían como referencia un cómic creado por Miller unos años antes). Es una película donde predomina lo visual (Miller es capaz de crear y retratarte un mundo apocalíptico y toda una secta religiosa y sus leyes apenas con unas breves imágenes) y donde las actuaciones o una simple mirada es capaz de transmitirlo todo, gracias a unos actores como Charlize Theron (que construye un personaje memorable del cine de acción a la altura del trabajo realizado por Sigourney Weaver en la saga Alien) o Tom Hardy, que en su primera escena ya es Max Rockatansky, en mayúsculas.
En definitiva, imaginad un cómic bizarro con la estética de una pintura de El Bosco, mezclado con un western como La Diligencia y un film de Michael Bay, decidido a rodar una masterpiece. Os saldría algo parecido a Mad Max: Furia en la carretera.
Ahora si me voy a dormir, después del cine llego tarde a casa dándole vueltas a si lo que acababa de ver era real o una simple pesadilla. Simplemente me importa poco pues solo soy una bolsa de sangre sin la oportunidad ni la gloria de atravesar las puertas del Valhalla, así que mi única posibilidad es repetir esa pesadilla una y otra vez para hacer más llevadera la espera hasta su segunda parte.
Entrad sin miedo en este mundo, no veréis una cosa igual en cines este año. La magnum opus de George Miller es uno de los blockbuster más explosivos e imaginativos de los últimos años. Pocas veces ha sabido a tan poco el precio de la entrada.
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