¿Has visto ese gesto de Angus Young? Me refiero a ese cabeceo. Toca un riff y mueve la cabeza como diciendo: ¡Sí, joder, es esto! Como si hubiera encontrado la luz y necesitara seguir tirando del hilo. El placer es tan grande que tiene espasmos. Y claro, luego vienen los correteos y los saltos y los solos tirado en el suelo, pero todo nace de ese cabeceo. Anoche, ese cabeceo se presentó en Murcia.
A las 23:30, Clara Plath y su banda suben al escenario. Clara parece PJ Harvey. Sonríe como esas personas que saben que tienen algo dentro. Pero empieza a cantar y ya no parece PJ Harvey. Podemos trazar muchas líneas tangentes: no canta mal, tiene cierta presencia y su banda es solvente. No suena mal, pero nada más. No son elementos suficientes para aliviar la autoflagelación a la que se someten las bandas españolas que cantan en inglés. Pasan cinco minutos y ya estamos aburridos. Salimos. La Avenida Mariano de Rojas respira música. No es el Soho, pero en una línea recta de menos de 100 metros hay tres conciertos: Sexy Zebras en Sala Jo! y Joaquín Talismán y Los Chamanes en 12 y medio.
Buscamos un bar, pero todo está cerrado. Damos la vuelta y vemos que hay luces en el bar que está al lado de la gasolinera, enfrente de esa estructura que jamás será un edificio. Los taburetes están boca abajo, hay fregonas y la puerta está cerrada. Nos asomamos. Llamamos. Nadie responde. Seguimos llamando. Al poco, un camarero sale. Le preguntamos si podemos tomar una cerveza y dice que sí, que podemos estar en la terraza mientras limpian. Los del bar aprovecharon la salida de la gasolinera para hacer una terraza. Solo un par de maceteros dibujan la frontera. Es el mismo oportunismo que les sirve esta noche para redondear la caja. Nos sentamos. 2 litros. 4 copas. Javi dice que no quiere beber porque tiene que echar fotos. Yo tengo que hacer la crónica, pero todo es un experimento. Estas líneas lo son. Además, hay más rock and roll en entrar en un bar cerrado que en el concierto de Clara Plath. Todavía no entiendo cómo, Dani y Chemi están contando historias de Basilio. Basilio es su colega de Torre Pacheco. Cuando hacen barbacoas, Basilio coge las hamburguesas y se aleja del mundo. Reímos. No paramos de reír. Dani se anima y cuenta cómo Basilio sufrió los golpes de su madre mientras se comía una lata de atún. Seguimos riendo, parece que Gonzalo se va a ahogar. Hay algo frenético en las historias de Basilio y en que las estemos escuchando aquí y ahora. Las escenas se agolpan en nuestras cabezas. Chemi cuenta cómo, por culpa de Basilio, unos gitanos le pegaron una paliza. Miro el reloj. Son las 00:15. Apuramos la cerveza y volvemos a Sala B.
La sala está llena. Llegamos a las primeras filas y Los Zigarros suben al escenario. Son los hermanos Tormo (Ovidi, en el centro, armado con una guitarra y protegido por un micrófono; y Álvaro, a su derecha, encaramado a otra guitarra), Nacho Taramit (bajista) al otro lado y Adrián Ribes (batería) al fondo. Aún nos estamos acostumbrando a sus estiradas figuras y ya hay tormenta. La tormenta se llama Cayendo por el agujero y es lo más afilado que hemos oído en mucho tiempo. Las guitarras nos separan del suelo. La canción termina, pero la banda sabe que es demasiado tarde para tener un respiro. Suena Hablar, hablar, hablar. Las dudas desaparecen: Sí, Hablar, hablar, hablar será un clásico. Esa certeza provoca otra emoción: escuchamos a Los Zigarros y sentimos alivio. Joder, vamos a tener rock and roll para mucho tiempo.
Nos saludan, gritan, sonríen. Vuelven a atacar. Tocan su debut en orden. Llevamos varios navajazos y llega Tras el cristal. La canción que da profundidad al disco. Según Ovido es “la balada que todo álbum de rock ha de tener. O no.” Tras el cristal es la conexión más directa con el blues. El lamento, quitarse las gafas de sol y quedar cegado. Conforme avanza, una tensión oscura aparece y nos secuestra.
Dios, es una puta mezcla entre Bunbury y Carlos Tarque, suelta Dani.
Mira, mira qué guapo el detalle que le mete a las quintas, dice Javi.
Sí. Estamos alucinando.
Comienzan los homenajes. Por si fuera poco que unos tipos sigan haciendo en 2013 lo que alguien inventó hace 60 años, desfilan los nombres. Junior Parker a través de Elvis con Mystery train, Eddie Cochran, Led Zeppelin y Tom Petty.
Vuelven a su disco. Cierran con una ensangrentada Dispárame –dicen que Keith Richards sonrió y agitó la cabeza mientras sonaba la canción en Sala B, a miles de kilómetros- y una repetición de Hablar, hablar, hablar. Los pocos que no se la sabían se han unido a la secta. Se despiden y desaparecen.
Quizá Los Zigarros no sean The Rolling Stones ni AC/DC ni Los Rodríguez. Quizá nunca lleguen tan lejos. Pero hay dos cosas claras:
1) Los Zigarros son el rock and roll. Eso que consiste, según Álvaro Tormo, en “hacer lo que te dé la gana.”
2) En el camino nos van a dejar noches gloriosas. Noches en las que todo parecerá, durante una hora y pico, menos horrible.
Salimos de Sala B y durante un par de horas seguimos dando vueltas. Buscamos el cabeceo de Angus Young en otro sitio. No lo encontramos, pero sonreímos al saber que sigue existiendo.
Fotografías por Alberto Sánchez de la Peña
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