En este país mucha gente se queja de que no hay regeneración. Ni en la política, ni en el futbol, ni en la cultura. Quejicas. En todas las escenas musicales te dirán: si es que no hay grupos nuevos, si es que son los de siempre. No pienso entrar a valorar si esto es cierto o si no. Cada cual que opine lo que quiera. Lo cierto es que Los Zigarros supusieron cuando sacaron su primer trabajo, un vendaval genial que aireó el rock’n’roll desde sus cimientos. Su segundo y recio artefacto es “A Todo Que Si” (Universal, 2016). La sala murciana que les acoge en esta gira es Garaje Beat Club. Hay bastante gente ya en la entrada y dentro. Con impuntalidad de estrellas de vieja escuela, sale el cuarteto. Una seguridad y un aplomo que hace que el cemento del local les mire con respeto y todos nosotros esbocemos sonrisillas picaruelas. Joder que zagales más molones.
Estoy intentando hablar del concierto con el Santicos, pero acabo ensimismado, intentado pensar en que diantres voy a poner en esta crónica. Y lo que os tengo que pedir es que vayas a ver a Los Zigarros cuanto tengáis oportunidad, porque lo que más se repite en mi cabeza es… no lo sé porque estoy bailando. Ah sí, es que en los conciertos de estos valencianos lo que vais a hacer es bailar y menear el cucu. El buyate se os ira de excursión y no lo vuelves a ver hasta que acaban las canciones. Cuando terminan cada tema, me sorprendo bailando como Mia Wallace y Vincent Vega en Pulp Fiction.
Los hermanos Tormo eran el alma de Los Perros De Boggie. Se les nota que no son nuevos en esto. Se notan las horas y días de ensayos, se nota que están curtidos y no solo en la música. Hay pasajes emeclanianos. Tienen el sabor ese del M-Clan del principio, del menos pop y más funky. El tono de Ovidi es muy muy Tarque. Y eso es bueno. Y la culpa es de Carlos Raya, su productor. Tienen toda la crudeza de los Ac/Dc más añejos. Hay una canción que me viene a la mente en todo momento. Y es ese arrebato llamado “Rocker”. Ese gamberrismo que tenían con Bon Scott. No el de himnos de estadio como Thundestruck. Algo tal que así. No en vano, el rock and roll primitivo y original no era otra cosa que blues muy anfetaminado. Los australianos son la definición más sencilla de rock duro. Y estos Zigarros son nuestra especie de Ac/Dc. También suenan al Chuck Berry socarrón, ligoncete y bailongo. Al pato le molarían estos valencianos. Con estas comparaciones estoy haciendo todo lo contrario que menospreciarles. Todo lo contrario. Es una manera de piropearles. Ponerles a la altura de estos rockeros significa que me hacen disfrutar lo mismo que ellos.
De pequeño no entendía como era posible que los Rolling Stones fueran londinenses. Me empeñaba y me insistía en que serían de Luisiana o de Tennessee. El blues está en todos lados. El rock está en nuestros corazones. Tío, es que tienen esa manera keithrichariana de agarrar el mástil, como si fuera la pierna más bonita que has visto jamás. “I got the blues” escupe Ovidi nada más acabar un tema. No puede parar. Cada vez que termina masculla algún grito. Se medio encara con unos que llevan una gorra de cochino. Empieza a hablar con tal o con cual. Según Santos va puesto. Seguramente, pero que manera de manejar el cotarro.
Hacen un homenaje a un grupo argentino de rock duro de los ochenta. Descubro que, “No Obstante Lo Cual” es un tributo a los Riff. Cuando tocan la versión rockera de “Sube a mi Voiture”, suben a un harmonicista. Afirman que es mejor desde Little Walter, dicen. La gente se escandaliza. Pero este tío es soberbio. Hay que darles la razón y pensar, joder, es lo que les faltaba, una armónica salvaje para terminar de demoler escenarios. En los solos de “Por el agujero” rezuman a bourbon. Los 5. Al batería lo apodaban Cachorro. Pero ahora lleva bigote ochentero y tienen que llamarle Adrián. A Nacho, el bajista, parece que le han dado un instrumento de acero, para que no lo parta en dos. Menuda bestia parda. A veces lleva todo el cotarro mientras los hermanos se contestan los solos. El hermano sin micrófono, Álvaro, estira la muñeca izquierda cuando acaba algún punteo. Se acerca al centro, para estar cerca del epicentro que es Ovidi.
Arengar al público en ocasiones no es ni necesario. En una hora ya han acabado. “Dispárame” la canta el público, que está feliz de lo que ha visto. Se meten al camerino y salen para rematar dos temas. Un concierto que se nos hace corto y nos deja a todos con ganas de más. Creo que han acabado pronto para que reventemos la velada murciana. Ellos podrían estar tocando rock’n’roll toda la noche pero prefieren dejarnos protagonizar alguna de sus canciones. El relevo ya lo han dado. El trabajo está echo. Y como se suele decir… que la rueda siga girando. Que seguiremos bailando.
Fotos de May Carrión
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