Antes de nada, debo reconocer que no soy un gran fan de la saga Los Juegos del Hambre. Ni siquiera me he leído los libros de Suzanne Collins, así que este artículo se ciñe a lo estrictamente cinematográfico; aunque para el goce del fan más acérrimo es de suponer que la mayor parte de las bondades y errores del libro están presentes en su versión cinematográfica.
El viernes pasado tuve la oportunidad de asistir, por cortesía de Neocine, al preestreno de la cuarta entrega de Los Juegos del Hambre, y para la ocasión los cines del grupo decidieron programar una maratón con las dos últimas partes de la saga. Los fans tuvieron la oportunidad de disfrutar de los juegos por partida doble, una semana antes de su estreno oficial en salas, y de despedirse de la saga como se merece.
Debo admitir que hasta el pasado viernes no había visto Sinsajo – Parte 1, en parte a las malas críticas que recibió, y me llevé una grata sorpresa. Se trata de la entrega más compleja y completa de la saga, la que tiene mayor lectura política y social. Pasamos de películas de adolescentes que matan por deporte y supervivencia a un film sobre la propaganda de guerra, la manipulación de los medios y la revolución. Y es que esa escena en la que vemos a Katniss, en medio de un distrito derruido y repleto de cuerpos de inocentes, dando una arenga a los revolucionarios para que se levanten y se subleven al poder de Snow, no solo me parece la mejor de la película, si no de toda la saga. Un claro ejemplo de manipulación mediática y política en el campo de batalla, donde la resistencia y la revolución se sienten más reales.
Una de las claves de que Sinsajo – Parte 1 me parezca el mejor ejercicio de cine desde la primera entrega tiene nombre y apellidos, Philip Seymour Hoffman; un actor insólito y camaleónico que en vida supo otorgar sobriedad, carisma y veracidad a los personajes que interpretaba. Si sumamos a la fórmula a Julian Moore y a Jennifer Lawrence, en su mejor interpretación en la saga, y el tono que adquiere este film, más reflexivo, dramático y oscuro, tenemos una entrega más pausada pero que cumple, disponiendo las fichas sobre el tablero, como preludio de la guerra que se avecina.
Pero entonces llega esta segunda parte del final, donde después de un inicio lento y continuista respecto a su predecesora, todo son prisas y acción. Lo que tendría que resultar épico y emocionante, me provoca tedio y aburrimiento. Todo me suena a mil veces visto, a unos juegos poco inspirados y repetitivos que, siguiendo el esquema de las últimas sagas distópicas adolescentes, veo para enseguida olvidar.
La relación de los protagonistas (el triángulo amoroso Katniss, Peeta y Gale) no se desarrolla lo suficiente y algunos personajes directamente rozan el ridículo, como el interpretado por Liam Hemsworth que, como se demuestra al final, queda relegado a un personaje de usar y tirar. Ni el mismísimo Seymour Hoffman, que en paz descanse, podría haber levantado este film. Conforme la saga ha ido creciendo y aumentando su elenco, ha ido descuidando a sus protagonistas, que en esta última aparecen desdibujados y como meras caricaturas de lo que fueron en un inicio.
El enfrentamiento final tan esperado, el épico final que tanto anunciaban, acaba por sepultar a esta última entrega. El desenlace, ridículo y anticlimático, me hizo pensar que el director Francis Lawrence me estaba gastando una broma pesada. Luego caí en la cuenta de que esto son Los Juegos del Hambre, una saga que se ha movido mayormente en el terreno de la mediocridad y que no ha sabido aspirar a cotas más altas en un final que nos demuestra que lo que hacía el niño mago película tras película no era tan fácil.
El Sinsajo vuela muy bajo en la que es, posiblemente, la peor película de la saga. Unos juegos que en su primera entrega, por su originalidad y madurez, se devoraban con hambre; pero ya en su cuarta entrega producen verdadero empacho.
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