“Los besos son los besos y las palabras son las palabras… y ahora estamos hablando”
Justo eso fue lo que vimos el sábado pasado en la adaptación de «La Gaviota» de Daniel Veronese, una conversación continua, de ritmo frenético, que transcurría en una casa de campo rusa a lo largo de 2 o 3 años.
«Los hijos se han dormido», o «La Gaviota», muestra a grandes rasgos la decadencia de quien fue una gran actriz, ambiciones de otra mucho más joven, las ansias de amor y reconocimiento de un hijo por parte de su madre, el amor no correspondido, los celos, el tedio y el conformismo de las relaciones y de la vida misma.
La temática de la adaptación del dramaturgo argentino es quizá lo más distinguiblemente semejante a los dramas costumbristas de Chéjov, sin embargo, casi fue como oí decir a otro espectador antes de que se sentara en su butaca: “¡Dios, parece que esté viendo ahora mismo una escena de Aquí No Hay Quien Viva!”. En efecto, la obra comenzaba con un diálogo entre Diego Martín y Malena Alterio, ambos protagonistas de la famosa serie española.
Por fortuna, o por desgracia para algún que otro espectador, no fue así, ya que a pesar de que la obra tuviese ligeros toques cómicos, mantenía un constante tono sobrio. Yo no he leído ni visto antes «La Gaviota» u otra adaptación pero he de decir que mi compañera sí, y sin haberle dicho yo antes nada, me dijo algo parecido que leí en otra crítica días antes de ir al teatro: “Peca muchas veces de comedia romántica”.
Por un lado he de destacar, el gran tirón ‘mediático’ que puede tener cualquier tipo de actuación si en ella figuran actores que suelen salir en televisión. A las pruebas me remito, si no eran protagonistas de alguna serie, habían salido aunque sea de secundario importante en alguna película. Porque en esta aparecían Malena Alterio y Diego Martín, como he dicho antes, de «Aquí no hay quien viva», Miguel Rellán ahora lo podemos ver en «Fenómenos», Marina Salas de «El Barco», Pablo Rivero de «Cuéntame»… etc.
Y por otro, series de televisión al margen, pudimos disfrutar de una espléndida Susi Sánchez en el papel Irina, una vieja actriz que se niega a retirarse, llegando a ser un personaje tan decadente, detestable y cínico; de Pablo Rivero que daba vida a Konstantin, el joven escritor e hijo de Irina, martirizado por esta; y de Miguel Rellán cuyo personaje fue uno de los más divertidos y tiernos. Podría decir que estas tres menciones fueron mis actuaciones preferidas de «Los hijos se han dormido», aunque tampoco me olvido del resto del elenco.
Finalmente, «Los hijos se han dormido» es una obra sobre la vida, cuya metáfora toma forma en una gaviota que ha sido capturada por un disparo en la sien. Para representar la vida no tiene porqué tratarse de una historia descabellada y divertida, tampoco de una tragedia shakespiriana. En la vida real hay de todo, hay llantos, hay risas, tanto como hay besos y hay palabras. Y después de todo la vida sigue y los hijos están durmiendo.
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