-Dani, tío, Josele Santiago en la puerta de mi piso.
-¿Qué dices, tío? ¡Qué guapo! Si estuviera más cerca iría a chuparle la polla un rato.
El tío no es Josele Santiago. Solo es un calvo de 50 años con polo negro y vaqueros que hablaba en un banco como si la vida no le importara o le importara demasiado.
Esta es la crónica de alguien que no tiene una conexión emocional con Los Enemigos.
Segunda semana de septiembre: Murcia vive en el centro. Es la Feria. Los Huertos, moros y cristianos, corridas de toros. Ronda Norte y el resto de círculos concéntricos todavía viven en agosto. En el centro ya es imposible aparcar.
Los Enemigos cierran la decimoctava edición del festival Lemon Pop, que en 2013 ha traído a Murcia a The Primitives, Chucho, Attic Lights, La Bien Querida o León Benavente. Llego al Parque Fofó y veo a Dani y a sus colegas. El concierto de Los Marañones está terminando. Suena bien. Le cuento a Dani que me he confundido: el tío que he visto no era Josele Santiago. Dani me cuenta por décimo quinta vez que tiene una foto con Josele. Fue a un concierto de su proyecto en solitario. Cuando terminó, Dani se acercó y le dijo que se hiciera una foto con los teenagers. Josele no le entendió. La frase y la réplica se repitieron dos o tres veces. Dani me cuenta orgulloso cómo uno de sus ídolos le vaciló. Es fan de Los Enemigos. Esa devoción que envuelve en cada palabra que relaciona con la banda madrileña es la culpable de que esté aquí esta noche. He escuchado a Los Enemigos sin parar durante la última semana. No recuerdo ni una canción, pero asumo la gravedad de mi pecado. No sé cómo no he escuchado a esta banda antes.
En la conversación sale la palabra septiembre. Muevo la cabeza y canto: En Septieeeembre… Callo. No sé más letra. Ellos sonríen y cantan el resto de la canción. Estoy seguro de que no fallan ni una nota. Recojo la acreditación y entramos.
El Parque Fofó tiene un estanque, puentes, bancos, césped y un busto medio escondido de, claro, Fofó. Enfrente del busto hay una explanada encerrada por cuatro muros. Eso es el auditorio. Está lleno. Que esté lleno quiere decir que hay unas 500 personas. En la segunda semana de septiembre, Murcia vive en el centro. Excepto si eres un skater -que tienes una litera en el Barnés- o te gusta el rock, que vas a ver a Los Enemigos. El resto de la ciudad da la espalda a una de las bandas más representativas del rock en castellano. Pero el rock siempre vivió en cuevas. Lo raro fue llenar estadios. Suena The Clash. El 90% del público son Joseles Santiagos (señores calvos de 50 años con polo negro y vaqueros) y sus chicas, porque a los rockeros españoles les gusta decir mi chica.
Aparecen Los Enemigos. Josele Santiago, Manolo Benítez, Fino Oyonarte y Chema Animal Pérez. Los mismos que firmaron el manifiesto de la Revuelta enemiga en septiembre de 2011. Suena El ataque de los Hombres Bruster. Desde el primer acorde, el público se entrega. Josele está en el centro. A su izquierda Manolo y a su derecha Fino. Manolo es un vaquero armado con una Les Paul. Cada vez que rasga las cuerdas se oyen ecos del gran rock americano, esa escuela que fundaron Jimi Hendrix, Neil Young y los hijos de Albión: The Rolling Stones, Led Zeppelin o Cream. Ese rock que aúna raigambre blues con historias del sur. Ese rock que suena a: no hagas tonterías, hijo.
En el otro extremo están Fino, su sempiterna sonrisa y su bajo. Fino es un hijo del rock alternativo de mediados de los 80 y 90. R.E.M., Pixies, Dinosaur Jr. o Sonic Youth, bandas madre de lo que se conoció como grunge. Entre esos dos extremos se mueven Los Enemigos. El resultado es eficaz. La banda funciona. Da la sensación de que dentro de 15 años se podrían volver a juntar y seguirían sonando así.
Los riffs de Josele crecen en directo. Al tocar se encoge alrededor de la guitarra. Antes de terminar los fraseos mira el mástil y acompaña con la cabeza. Ojos cerrados. Como un profesor de conservatorio que espera que la progresión de acordes se resuelva como es debido. En su caso, siempre se resuelve como es debido.
Dani se las sabe todas. Grita como una quinceañera entre canción y canción y una chica de un Josele Santiago que había a nuestro alrededor le mira. Quizá extrañada de que alguien con menos de 30 años se sepa la discografía entera de Los Enemigos. Él ríe y me pregunta si pondré en la crónica que una tía le miró raro porque estaba perdiendo la cabeza con el concierto.
Todos saltan, gritan y tocan una guitarra que solo existe en sus cabezas. Como no me sé ninguna, a ratos también toco esa guitarra. Otras veces intento fijarme en detalles mientras todos pierden la cabeza entre jergones, brindis y orillas. Me fijo en que detrás de los amplificadores hay botellas de agua y cubatas. Me fijo en que el montaje no tiene fuegos artificiales: las mismas luces de colores de todas las fiestas de pueblo y el logo de la raspa al fondo. Tampoco hay nada que no sean dos guitarras, un bajo y una batería. Este concierto es la esencia del rock: cuatro cincuentones cantando canciones ariscas que el tiempo ha dotado de vigencia. Cuatro cincuentones dando las gracias hasta al tipo que les sirvió un bocadillo esta tarde.
Las canciones son tan buenas que tengo la sensación de que están tocando sus grandes éxitos. Le pregunto a Dani. Me dice que para él todas son míticas. Me doy la vuelta y me preguntó qué respuesta estaba esperando. Él sigue cantando y saltando.
Josele dice: aquí mi pistola, aquí mi fusil. Suena un riff que habré oído unas 200 veces esta semana. Eres tú, John Wayne. Esta sí me la sé entera. Ese riff infeccioso contagia a cada individuo del auditorio y, creo, de Murcia. Creo que en esos 5 minutos, hasta los caciques en Los Huertos, con su Martini, su pelo engominado, sus mocasines y sus pantalones rosa perdieron la cabeza. El rock derribando muros.
Los Enemigos se van y vuelven para tocar Soy un ser humano y Todo a cien. Josele vuelve a dar las gracias a cada persona que se ha cruzado hoy. Salen del escenario. El concierto ha terminado. Me sorprendo pensando que quiero más. Comprendo que este es el inicio de mi conexión emocional con Los Enemigos.
Salimos del auditorio. Sigo viendo a muchos señores calvos de 50 años con polo negro y vaqueros. Pero ninguno es Josele Santiago.
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