Ocurrió cuando saltó la alarma mundial del ébola. Un perrito inocente tenía que ser sacrificado injustamente y todos nos unimos por la causa hasta límites insospechables. Hubo gente que se agolpaba en la puerta de aquel piso donde Excalibur esperaba una muerte que no tenía ningún sentido, hasta llegar a recibir palizas de la policía. Las redes sociales ardían, los estados profundos brotaban como las malas hierbas. Y todo esto solamente por un animal, admirable. O no tanto.
Cuando Excalibur murió, todo el mundo se alteró y comenzó a hablar de la injusticia, de la violación de los derechos. Y mientras nosotros debatíamos con largas parrafadas sobre si ese perro tenía que morir o no, lo que ocurría en Guinea y en Sierra Leona, según datos oficiales de la OMS, era esto:
Ocurrió hace bien poco cuando la guerra civil Siria obligó a muchas personas a emigrar para sobrevivir. Un valiente, de cuerpo presente en aquella playa (no lo olvidemos nunca), fotografió a un niño ahogado en la orilla del mar. La gente comienza entonces a poner el grito en el cielo, a llevarse las manos a la cabeza, a la boca, a negar cabizbajos y a pensar «¿en qué clase de mundo vivimos?». De nuevo, las redes sociales arden, los estados profundos vuelven a brotar como las malas hierbas, y todo esto por un solo niño… desde luego, debería ser admirable.
La realidad es que la guerra civil Siria comenzó hace ya varios años, cuatro para ser exactos. Y hasta el día de hoy el número de muertos -entre los que se encuentran muchos, pero muchos niños– asciende a la escalofriante cifra de 200.000, y subiendo. Lo que hizo ese fotógrafo en la playa fue un acto propio de un superhéroe. Puso en la boca de todo el mundo los horribles acontecimientos que ocurrían muy cerca de nuestras narices, pero no puedo dejar de revolverme en mi silla, protegido tras mi pantalla, cuando veo cómo transformamos un acto heróico en una oda a la hipocresía más ruín.
Ya está bien, por favor. Esa imagen nunca debió verse en un post que rezase «lo que este niño debía estar haciendo en este momento, y no muerto en la playa». Nadie debería haber hecho denigrantes montajes con el niño durmiendo en una cuna, en la misma posición en la que yacía muerto en la playa (os juro que me dieron ganas de vomitar, reales). Es absurdamente inhumano y un acto que no tiene nada de altruísta, todo lo contrario, es un consuelo ante la vida egoísta y sedentaria que nos ha tocado vivir, una tirita en nuestra sensación de dehumanización, y a la vez y sin darnos cuenta, una forma de fomentar mucho más esta frivolidad ante las desgracias. Pero lo peor no es eso, lo peor sin duda es el aluvión de críticas que las personas reciben de las personas… en facebook.
Recuerdo una vez, estando en Iberos un poco perjudicado por las Estrellas de Levantes de más que me había bebido, que una persona sacó el delicado tema de las corridas de toros. Comenzó a hablar sobre la muerte de un torero, el cuál ni recuerdo ni me interesa recordar, con una frialdad que daba bastante miedo. Sentenciaba que ese hombre merecía la muerte, pero además se alegraba de ello, se jactaba. La venganza poética, como la llamaba ella. Yo no daba crédito y me atreví a decir que lo que decía era un radicalismo peligroso, que hay que acabar con las corridas, pero no de esta forma. Maldita la hora.
Me impacta y hasta me impresiona que personas de mi generación, de mi edad, sean capaces de teclear cosas como «ojalá le hubiesen metido el cuerno por el culo y no hubiese sido una muerte rápida».No uno, sino la mayoría de los comentarios. ¿Qué pasa con sus hijos, con su mujer, o hasta con el perrito que tenía en la finca que solía cuidar él, para ver si así lo entendéis? ¿Qué necesidad hay de ensañarse con la desgracia? Es como querer parar la guerra a cañonazo limpio.
«Pies descalzos» es el cómic que más he tardado en leer en mi vida (puede que «From Hell» le siga muy de cerca, pero sin superarlo), y es que es tan difícil de digerir como lo fue en su momento «Mauss» (cuyo autor, Spiegelman, leyó con mucha obsesión durante una fuerte gripe), solo que mucho más extenso y visceral y menos metafórico y reflexivo. Al principio me preguntaba el por qué de la obsesión de Spiegelman, pero hacia la mitad lo comprendí: sus imágenes son tan impactantes que el estómago te da pequeños vuelcos. Y curiosamente esto no me ocurría con ningún cómic desde Mauss.
Lo que hace Keiji Nakazawa es narrar su infancia sin florituras. De hecho, su trazo es un tanto deformed y algo desagradable. Podéis observar en él un aspecto Cartoon que provoca bastante repulsión cuando lo que nos quiere enseñar es una madre y su hijo derritiéndose por el calor de la radiación, literalmente, o una niña siendo alcanzada en la cabeza con una bala. Es una contradicción que tiene mucho sentido en el fondo.
Pero la razón principal por la que dibujó su vida es para lanzar el mensaje que su padre le dió: que el ser humano debe respetarse para alcanzar la paz. Su padre le enseñó que ningún ser humano estaba por debajo de ningún ser humano y que solo así se podría vivir en armonía con los nuestros. Pero llama poderosamente la atención que Keiji, que vivió de primera plana la puta bomba atómica, sepa tener más respeto por la humanidad que nosotros mismos que hemos nacido entre hilos de algodón.
Me parece curioso y la razón por la que esta entrada existe, que sintamos la necesidad de desear la muerte a otros tan a la ligera, de que esa sea la forma de luchar contra las corridas, a las que por cierto, nunca he ido ni iré jamás. Pero el que ha visto la guerra de cerca, el que ha fotografiado al niño en la playa, el padre de familia que vió morir a su familia contagiada de ébola, y Keiji, solo y huérfano en una devastada Hiroshima, jamás, JAMÁS, se alegrarían por la muerte de alguien que ni siquiera conocen. Porque es un acto inútil, sea una muerte merecida o no (que no es el tema), que nos hace tener una actitud que seguro criticaríamos si viésemos desde fuera.
Al contrario, y eso es lo más increíble, Keiji, después de vivir una tragedia que fue culpa exclusiva de los humanos, después de ver con sus propios ojos una niña con los ojos colgando de sus cuencas, cree totalmente en ellos y en su capacidad para ser maravillosos. Lo mismo deberíamos pensar nosotros, que nuestra generación también está llena de gente maravillosa, solo que los que mandan son unos verdaderos hijos de puta. Leed sobre lo que ocurre en Siria si realmente os interesa lo que ocurre en Siria, pero sed conscientes que compartiendo un post poético sobre el niño ahogado, no estáis haciendo nada. Nada positivo, al menos.
Confiemos en nosotros como lo hizo Nakazawa, cuyo padre le enseñó una vez que el trigo nunca dejaba de crecer, ya viniese un temporal, una plaga o una helada, él crecía, lento, muy lento, pero constante. Igual que las personas, en las que yo aún creo. Igual que esta generación, en la que yo aún creo.
1 Comment
La realidad es que hay más problemas en el mundo que se quede el movil sin batería o que no salga agua caliente al ducharte,leeré este cómic, muchas gracias por el artículo.