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Las cuatro identidades de M. Night Shyamalan

Nacido en el seno de una familia de reputados médicos y con las mejores facultades de medicina ofreciéndole becas para estudiar, nadie pensaba que a M. Night Shyamalan (Pondicherry, India, 6 de agosto de 1970) el reconocimiento le llegaría en los platós y no en los quirófanos. Sin embargo, el idilio del director hindú con el cine se remontaba muchos años atrás, concretamente a su llegada a EEUU con ocho años, cuando con su recién estrenada Super 8 empezó a hacer sus pinitos en el mundo de la dirección con la vista puesta en su Monte Rushmore particular: Kubrick, Kurosawa, Hitchcock y Ray. Las calles y barrios de Philadelphia (donde más tarde filmaría la mayor parte de sus grandes éxitos) fueron testigos de la ascensión meteórica de un joven hindú que a los 16 años ya había rodado más de 45 cortos y a los 28 observaba emocionado, desde las butacas del Shrine Audiotorium de Los Ángeles, las seis nominaciones a los Oscar de El Sexto Sentido. Edificada sobre uno de los spoilers más impactantes de la historia del cine y con frases y situaciones que pasaron a formar parte de la cultura popular desde el momento de su estreno, la película hizo que la vida de Shyamalan y el concepto de thriller psicológico cambiaran para siempre.

Hollywood no tardó en arrodillarse ante el nuevo niño prodigio de la industria, capaz de sorprender al respetable en plena época de crisis creativa. Con la confianza que le proporcionó el éxito de El Sexto Sentido, Shyamalan se atrevió un año después con El Protegido, un proyecto personal en el que ofreció su particular versión del mundo del cómic y los superhéroes, para después firmar un contrato millonario con la Disney, que le dio cinco millones de dólares por escribir el guion de Señales. Ninguno de sus posteriores trabajos volvió a alcanzar el éxito de El Sexto Sentido y tuvo lugar una división de opiniones entre los que ensalzaban la labor de un director único capaz de crear atmósferas opresivas y poéticas, y otros que simplemente veían en él a un realizador tramposo, empecinado en jugar con la credibilidad del espectador. Víctima de su propio ego y engatusado por el aroma del dinero, Shyamalan dejo de lado sus señas de autor para lanzarse a la realización de una serie de blockbuster impersonales que lo sumieron en una espiral de fracasos que le hicieron perder el favor de la crítica y del público. Tras refugiarse en la televisión con Wayward Pynes y coquetear con el terror de bajo presupuesto en La Visita, el realizador hindú retoma la senda del éxito con Múltiple; pero teniendo en cuenta la irregularidad de su carrera es inevitable plantearse una cuestión: ¿nos encontramos ante un cineasta extraordinario o ante los últimos destellos de una eterna promesa? Para descubrirlo, analizaremos las cuatro identidades que conviven dentro de M. Night Shyamalan.

El Shyamalan director

Dejando a un lado la discutible calidad de sus películas en el plano argumental, es innegable  que, desde el punto de vista técnico, M. Night Shyamalan es uno de los mejores realizadores de la actualidad. Al igual que Hitchcock en La Soga o Crimen perfecto, Shyamalan se desenvuelve mejor en aquellos thrillers donde imperan la escasez de medios y de localizaciones. En Múltiple vuelve a hacer gala de su habilidad para manejar el tiempo cinematográfico, dando la sensación de que lo dilata a través de largos travellings y panorámicas que respiran tensión y ponen a prueba los nervios del espectador. Sirva como ejemplo la mejor escena del film, la del secuestro de las chichas por parte de Kevin: todo un prodigio de dirección y planificación de la intriga que, además, se apoya en un inteligente uso del fuera de campo, de los primeros planos (recreándose en cada una de las reacciones y gestos de los protagonistas), de los planos detalle y del sonido (esos pitidos que avisan de que la puerta del coche está abierta y que hielan la sangre).

Si hay algo en lo que Shyamalan pone especial interés es en la búsqueda del equipo artístico de sus películas. Imaginad por un momento El Sexto Sentido sin Haley Joel Osment ni Bruce Willis, El Bosque sin Bryce Dallas Howard ni Joaquin Phoenix o Múltiple sin James McAvoy ni Anya Taylor-Joy. Imposible. El director indio-estadounidense no solo tiene buen ojo para buscar a los mejores intérpretes, sino que demuestra que es un excelente director de actores, logrando que den lo mejor de sí mismos y exploten su vena dramática (en el caso de Bruce Willis hasta entonces casi inexplorada). En Múltiple, James McAvoy es Kevin, un paciente que sufre de trastorno de personalidad múltiple. Partiendo de dicha premisa, lo fácil por parte de McAvoy habría sido caer en el histrionismo y la sobreactuación para remarcar el carácter de cada una de las 23 identidades; en cambio, el actor escocés apuesta por la contención en un auténtico tour de force interpretativo, en el que con un pequeño gesto o mirada y en un único plano pasa de interpretar al pequeño e inocente Hedwig a la autoritaria y misteriosa Patricia. McAvoy realiza una labor encomiable pero, desafortunadamente, en el clímax final termina pagando el peaje de los excesos dramáticos y las licencias fantásticas del libreto.

El Shyamalan guionista

Si me permiten el símil culinario, Shyamalan es un chef dotado de una enorme técnica en la ejecución, que trabaja con las mejores materias primas y que sabe adornar y presentar sus creaciones para que sean llamativas en la forma pero no en el contenido, perdiéndose en la complejidad y pretenciosidad de sus propias recetas. Si como director demuestra un sensacional sentido de la atmósfera y la intriga, como guionista le cuesta crear situaciones que transmitan tensión; en otras ocasiones, como ocurre en Señales, intenta confundir al espectador a través de giros de guion, para luego darle la respuesta más obvia e insatisfactoria, convirtiendo su recurso estrella en una mera parodia. En Múltiple, el espectador aguarda impaciente el giro final, aquel que le haga replantearse toda la película y querer volver a visionarla para encajar todas las piezas; pero no existe. O quizás sí, pero no del modo que imaginábamos. Shyamalan es tan inteligente que desde antes de entrar en la sala de cine ya nos ha dado todas las pistas que necesitábamos en el póster de la película, por lo que en los últimos compases de la función aprovecha para darle una nueva dimensión y significado al concepto de escena post-créditos, instaurando, oficialmente, el shyamalanverso.

Desde el comienzo de su carrera cinematográfica, el realizador de La joven del agua se ha interesado por lo sobrenatural y los mecanismos persuasivos de la mente. No en vano, durante su estancia en la Universidad de Nueva York y alentado por su novia y actual mujer Bhavna Baswani, estudió psicología y adquirió una formación que le ha servido para plasmar sus obsesiones en la gran pantalla. Nunca le ha gustado que le coloquen la etiqueta de director de cine de terror o fantasía, pues al más puro estilo del cine de los 80, instaura lo sobrenatural en un ambiente ordinario, como si se tratara de un disfraz para ocultar sus verdaderos propósitos dramáticos: reflexionar acerca del más allá y la muerte (El Sexto Sentido), el duelo y la pérdida de un ser querido (Señales) o los traumas infantiles y los abusos sexuales (Múltiple). Más allá del juego psicológico o el estudio del trastorno de identidad disociativo, lo verdaderamente interesante de su última obra reside en la humanización del villano y el efecto catártico que experimenta mediante la conexión a través del trauma que establece con el personaje de Casey (Anya Taylor-Joy).

El Shyamalan productor

Su faceta de productor y fundador de la compañía Blinding Edge Pictures seguramente se trate de la personalidad más caprichosa, pues no contento con amasar una fortuna con películas que cuadriplicaban las ganancias respecto a los costes de producción (el film Señales recaudó casi 408 millones de dólares sobre un presupuesto de 72), desarrolló una fuerte crematomanía que le llevó a embarcarse en grandes blockbuster como Airbender: el último guerrero o After Earth, en los que perdió su sello personal y el control creativo. Con la idea de volver a los orígenes, se asoció con Blumhouse Productions. La productora de Jason Blum, experta en llevar a cabo proyectos de bajo coste que acaban resultando tremendamente rentables y éxitos de taquilla -la primera Paranormal Activity recaudo cerca de 200 millones de dólares sobre un presupuesto de 15000 dólares y la trilogía de La Purga ha recaudado 320 millones tras invertir 22 en su producción- ha supuesto el aliado perfecto de Shyamalan, ya que los presupuestos medios o bajos le proporcionan una mayor libertad creativa y capacidad de riesgo.

El Shyamalan actor

Quizás sea una de sus facetas menos conocidas pero Shyamalan, no sabemos si en un ejercicio de egocentrismo o de homenaje a su ídolo Alfred Hitchcock, tiene la costumbre de realizar un cameo o papel secundario en la mayoría de sus películas; incluso se atrevió a adoptar el rol protagonista en su opera prima, Praying with Anger. En ocasiones, se reserva un papel de escasa relevancia, como el del médico que atiende al niño y sospecha de malos tratos en El sexto sentido o el del guarda de El bosque al que solo vemos en el reflejo de un cristal; otras veces da vida a personajes que tienen una especial importancia en el desarrollo dramático del relato, como el del hombre que mata por accidente a la mujer de Mel Gibson en Señales o el escritor novel de La joven del agua.

Director, guionista, productor, actor… y una quinta identidad que no tardará en ser desvelada. Shyamalan, ¿genio o megalómano controlador? Ustedes deciden. El éxito de Múltiple ha dado lugar a que la crítica y el público hablen de una resurrección creativa del director, pero la realidad es que Shyamalan, al igual que el protagonista de Praying With Anger, experimenta un desarraigo que le lleva a sentirse un extranjero en su propia casa, en su propio género.

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