Esto ya era una deuda pendiente con el cine, al que tan abandonado tenía. No era mi intención, pero mi presupuesto es cada vez más limitado. El caso es que de hoy no pasaba. Pero no era una buena tarde, aquella. Yo no es que tenga muchas buenas tardes en la vida, pero digamos que aquella era una tarde menos buena de lo normal. Esquivo, por tanto, «Star Wars» (sintiéndolo un poco), y me oculto entre la poca muchedumbre que ha ido a ver «La novia».
Descubro con gran placer que el cine puede leerse.
La novia es un nuevo techo para el cine español entendido como puro arte visual. Su obsesión por la estética me hace recordar “El árbol de la vida” y, en cierto modo, me decepciona su falta de emoción casi consecuente de su belleza. Lo que me molesta del pedante de Terrence Malick no es que intente sacarse la chorra con imágenes de volcanes en erupción, lo que me molesta es que lo haga sin tener realmente nada que contar. Esto no ocurre con una de las nuevas promesas del cine español, Paula Ortiz (“De tu ventana a la mía”), aquí hay un fin más que justificado, un equilibrio. Y con delicioso aroma castizo.
El mimo en cada fotograma, el onirismo y la lírica, nos hace sentir presente constantemente al autor de una obra. Uno, ignorante como es en demasiados campos, en el de Federico García Lorca digamos que lo es aún más y, sin embargo, puedo sentir en cada secuencia lo que el autor quería decirle a la directora y lo que la directora quiere retransmitirnos a los espectadores. Es una vía de intercambio, no una adaptación. Es un ruego cumplido de una historia necesaria. Es usar el cine, al final, para darle voz a un poeta. Es poesía escrita y vista.
Es una historia necesaria, para mí al menos. A veces es necesario que un genio me diga la verdad de las cosas y me aplique una dosis de realidad que por mí mismo no encuentro porque la esquivo constantemente, porque la odio o porque me incomoda, porque sé esconderme muy bien cuando quiero. Inma Cuesta no puede escapar y, de hecho, Paula Ortiz la atosiga con un ritmo descarnado con el que espectador y protagonista sufren el cruel pulso narrativo.
¿Y qué verdad es esta? Cada uno que saque conclusiones propias, que yo estoy aquí para lanzaros las mías y quedarme un poco más ligero. Yo creo, sinceramente, que todos hemos sido esclavos de nuestras decisiones o indecisiones. Yo creo que todos hemos hecho daño inconscientemente a alguien por el error de confundir amor con otra cosa que ahora mismo ni me apetece ni podría definir. Yo creo, sobre todo, que somos tan cobardes que preferimos postergar las decisiones duras para ver si, de algún modo, nuestra cabeza se conforma con menos de lo que queremos.
Es lo mismo decir todo esto que decir “no sé qué es el amor, pero prefiero fingir que es esto”. Primero engañamos a todos a nuestro alrededor con sentencias como “estoy genial con ella tio, es estupenda”. No nos creemos lo que decimos, pero sí, hacemos el esfuerzo y al final medio que sí, medio que no, medio que no miremos atrás. Seguimos y seguimos y seguimos y al final aparecen los problemas. Los pensamientos llegan como cuchillas a tu mente, como cuchillas rápidas que cortan y se largan para poder seguir fingiendo que nunca te cortaron nada. Entras en una espiral de la que no sabes cómo salir. Pero espera, sí que sabes, lo que pasa es que prefieres no saber.
A la novia le dicen que aún no es demasiado tarde para dar marcha atrás. Pero la novia hace caso omiso y acelera. Si tuviésemos el valor de ser libres, si lucháramos con descarno…
La novia es como una brizna de hierba mecida con el viento, eso es lo que es. Leonardo un mar que la arrastra sin remedio. Lo volvería a hacer, dice. volvería a cometer el mismo error una y otra vez, dice. Volvería a ponerte contra la pared y te agarraría con la suficiente fuerza como para no hacer daño, pero sí cárcel. Para hacerte esclava, posesión mía, y ser entonces más libre que en toda tu vida. Es el sexo entendido como libertad y como pecado. Lo que nos hace culpables nos hace felices. Lo que no debería ser nos atrae. Y lo que debería…
Oye, que me pongo yo lírico porque la ocasión lo merece. Pero ya paro, lo prometo. La novia ha necesitado una noche de des-descanso en la que no he dormido nada para ser digerida. Le achaco eso, la falta de algo más de emoción sincera. Pero es un precio a pagar por ser una de las películas españolas con más fuerza de los últimos años y, además, disfruto más aún si esto conlleva en la confirmación del cine femenino de este país, que de momento y para mí, es uno de los mejores del mundo. Inma Cuesta arrolladora, por cierto.
¡Ah! E intentad verla en una tarde mejor que la mía… para mí que tenía que haberme metido a ver Star wars.
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