Este escenario es un ring vacío. Tres micrófonos -uno de ellos protegido por una boina- un bajo, varias guitarras, un bombo desde el que Johnny Cash te dice que te vayas a la mierda, una mandolina y una batería. En el bombo de la batería hay un dibujo: el esqueleto de Social Distorsion con otro sombrero y un acordeón entre los brazos. La Sala B no está llena. Se lo digo a Sergio y él me contesta que no olvide qué banda va a tocar. ¿Qué banda va a tocar? Me quedo pensando y aparecen seis chavales: David Ruíz (voz y guitarra), Joselito Maravillas (acordeón), Adán Ruíz (guitarra y mandolina), Alvar de Pablo (saxofón), El Maravilloso Caleb (batería) y Wonder Juan Mariscal, bajista.
Camiseta blanca de tirantes y pantalón negro, porque son una banda y porque no quieren que te pases el concierto intentando entender el mensaje irónico de la camiseta del bajista. Cynthia tuerce el gesto y dice: Con esas camisetas, si los sacas de contexto… No ha terminado la frase y Joselito Maravillas, que se ha calado la boina que protegía al micrófono, comienza a bailar alrededor del acordeón. David Ruíz le responde con un rasgueo y un susurro. Suena No easy road, perteneciente al EP de mismo título, publicado hace tres años. Alvar le saca brillo al saxo y la máquina ya está rodando. David canta que no sabe qué va a ser de él, que no hay nada seguro. Aprieta los dientes y mira al fondo de la sala, desafiante.
La canción termina. Miro hacia atrás y veo que la sala se ha llenado en menos de cinco minutos, como si los coros de Joselito Maravillas y Alvar hubieran arrastrado a varios viandantes sin rumbo. Todo lo bueno de La Maravillosa Orquesta del Alcohol nace de su honestidad. Especialmente en las letras. David escribe sobre ser joven –no solo de edad, también de espíritu-, sobre luchar o mandarlo todo a la mierda, sobre huir o quedarse. Sobre el camino que aún no ha visto la suela de tus zapatillas.
Suena Masters of the world. Joselito se descuelga el acordeón y levanta el bombo con la foto de Johnny Cash mandándote a la mierda. Alvar se deja la garganta en los coros y me acuerdo de Shane MacGowan y pienso que estaría totalmente justificado que, la próxima vez que alguien compare a La Maravillosa Orquesta del Alcohol con Mumford & Sons, algún integrante de la banda soltara un gancho. Me doy la vuelta y no veo a nadie con la sonrisa de MacGowan y espero que alguien de la banda se dé cuenta.
El único momento en que David es irónico es cuando hace énfasis en Maravillosa al decir Somos La Maravillosa Orquesta del Alcohol. El resto es de una sinceridad pasmosa. Da gracias 49 veces porque otras tantas se ha sentido agradecido. Y cuando no sonríe es porque está pensando en mil cosas. David es ese tipo con la cabeza amueblada que no está dispuesto a que le digan qué tiene que hacer. Ese punk responsable. Caleb dice que tiene que sonar Suelo gris y Sergio me dice: Mira, mira cómo aprieta los dientes. Es David y está gritando:
Perder la voz cantando una canción
Es la mejor medicación
Y cierra los ojos, quizá pensando en las veces que la música le ha salvado. Detrás de Joselito Maravillas está Adán, un armario que da coces con la guitarra pero que arquea la ceja cuando acaricia la mandolina. Adán tiene la música adentro y a veces se retuerce contra su voluntad: hay una fuerza en su interior que le empuja. Quizá David fuera el ideólogo, quizá Alvar y Joselito otorguen el toque distintivo, pero es Adán el responsable de que La Maravillosa Orquesta del Alcohol tenga un matiz salvaje, una huella outlaw que hace que Johnny Cash descanse en paz.
David dice que hay una pregunta escrita en la pared y todos gritamos: ¿QUIÉN NOS VA A SALVAR? Y estoy seguro de que Frank Turner se quedó estupefacto cuando vio a estos seis chavales gritando un discurso tan maduro. David sigue gritando ¿QUIÉN NOS VA A SALVAR? Porque necesita una respuesta y porque quiere que apretemos los dientes.
Tocan Nómadas, se despiden, vuelven y tocan Gasoline. Eso provoca que en menos de cinco minutos escuchemos versos llenos de rabia, como:
No hay canciones en la radio que hablen de lo que soñamos
No hay futuro, ya pasado
El presente no se ve
Nunca vamos a volver
La última canción que tocan es It´s a long way to the top (If you wanna rock n´roll). Que elijan esa canción de AC/DC es significativo: dice que esta banda sabe que está al principio y que queda mucho por recorrer. Dice que son conscientes de que aún no te parten la cabeza, pero lo harán. Dice que son valientes: ¿quién se atreve a tocar canciones de AC/DC con guitarras acústicas, saxofón, mandolina y acordeón? Y dice que les obsesiona la palabra camino. El concierto comenzó con una canción titulada No easy road y termina con esta. Hablan de Kerouac, de andenes y de no mirar atrás. Camino, camino, camino. David se gira y escala el bombo de Caleb. No lo estamos viendo, pero sabemos que su mandíbula está tensa.
Asienten unos a otros y dejan de tocar, aunque la sala sigue sonando. Se abrazan y saludan. Se miran y sonríen, como diciendo que lo han vuelto a conseguir, que esta noche ha sido otra victoria y que ha vuelto a estar justificado salir de Burgos y estar seis horas en una furgoneta sin ver un duro.
Desaparecen y el escenario se convierte en un ring vacío, sudado después del combate.
Fotografías por Sergio Mercader.
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