El mar permanece fuera y, sin embargo, parece que todos estamos dentro. Quizá solo sea una ilusión fruto de la magia que se nos ha colado en la cabeza después de haber leído tantos libros este año. Es lo que tiene la literatura, que te hace creer que estás en cualquier sitio menos en tu sofá.
Sucede entonces que una mañana de jueves, madrugas para ir a trabajar y cuando te miras al espejo, observas que, de repente, aparentas catorce o quince años. Horrorizado quedas. ¿Qué demonios ha ocurrido? Has tenido pesadillas. Quizá se deba a las pocas horas que has dormido. Coges el coche con la firme creencia de que esos nuevos granitos en tu cara no delatarán la edad con la que te has levantado hoy. ¿Dónde estás? Huele a mar. Parece Cartagena, pero quizá no lo sea. Parece el Auditorio El Batel, aunque quizá te equivoques porque cuando entras, crees estar en el fondo del mar. No hay duda de ello, ahí estás. A tu lado cientos y cientos de chicos entre los que te sientes uno más. Todos parecéis de la misma edad. Todos estáis emocionados por estar allí, juntos, bajo el mar, esperando a que llegue la literatura para que la fiesta comience.
Crees ver, entre todos tus compañeros de lecturas a Manolito Gafotas, al Asesino Hipocondríaco, al Zarco, al jovencito Daniel Villena a su chica Alicia y a su fantasmagórico amigo Ángel. También reconoces a la valiente Francisca con su vestimenta de época. Ves almas por todos sitios con moños a lo Kim Novak y sirenas que pasean sus aletas con discreción por las esquinas de ese mar en el que, por arte de magia, estáis todos respirando.
Performances inteligentes, rebosantes de creatividad, pensadas y repensadas para que todos los autores, todos los libros, los personajes y sus aventuras puedan ser disfrutados una vez más y en todo su esplendor; bailes de los propios lectores con sus inseparables libros; microteatros inundados de literatura cien por cien Mandarache; un baile artístico, irónico y desternillante; “La huelga de poetas” y “El noticiario literario” se suceden sin descanso, sin una pizca de lentitud ni de aburrimiento: toda la gala es una constante subida hacia la superficie, todos los lectores estamos, ahora, en las nubes porque los premios no solo son para los grandes escritores, también para los más jóvenes: Marta Pavía Conesa es la ganadora del Premio a la Mejor Ilustración; Alba Blanco Zamora se lleva el de Videocitas Literarias; Patricia Teresa López Ruiz es la ganadora en el apartado de la Mejor Crítica Literaria; y Reyes Cano Mármol gana con “Invención” el Premio de Microrrelatos. También hay ganadores algo más mayores de edad aunque no de espíritu: los profesores del I.E.S Salinas del Mar Menor consiguen el Premio a la mejor Labor de Equipo Docente y las monitoras de los Centros Interculturales del Menor se llevan el relativo a Fomento de la Lectura.
Llega el turno de que los escritores con mayúsculas suban al escenario a recibir sus respectivos galardones. El Premio Hache toca las manos de Juan Ramón Barat mientras él mismo toca la guitarra al son de unos bellos versos. El Premio Mandarache va a parar al sin igual Javier Cercas que, con el don que tiene para las palabras, agradece el estar allí a todos los jóvenes lectores que lo han hecho posible. La literatura no sirve para pasar el rato, sirve para vivir más, dice y el mar –digo, el auditorio- rompe en aplausos. No hay sensación comparable a ese aleteo constante, a esa emoción casi irreal sacada de la mejor novela jamás escrita. No la hay. Y aunque lo parezca, nada acaba. Todo empieza ya a resurgir desde el propio fin. Ya se sabe quién formará parte de la próxima edición Mandarache, nada más y nada menos que la décima. Rosa Regàs, Fernando León de Aranoa y Alicia Giménez Bartlett son los finalistas del Premio Mandarache 2015; y Heinz Delam, David Lozano, Javier Ruescas y Francesc Miralles los autores que competirán por el Premio Hache, siendo el poeta cartagenero Juan de Dios García, el escritor regional invitado. Todo un lujo para los jóvenes literatos, no hay duda.
Y sí, se cierran las puertas del mar. Quedan palabras y versos, quedan aventuras, historias inimaginables, quedan ojos cansados que se resisten a dejar de mirar, manos heridas que no cejan en su empeño de pasar páginas. Ilusiones, sueños, fantasías, locuras, risas y llantos, experiencias y miles de vidas van encontrando su lugar en cada esquina del océano de la literatura, ese que ahora parece cerrarse.
Los jóvenes lectores vuelven a casa pero saben a ciencia cierta –a literatura cierta- que ya nunca, jamás, estarán fuera del mar.
Fotografías por Santiago Ros.
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