Christopher Lee, surgido de un espejo un brumoso martes de mayo de 1922. Su padre es teniente coronoel del 60º regimiento de la Guardia Real Británica. Su madre, la condesa Estelle Mari Candini, víctima del vampirismo, aficionada al mecenazgo de artistas. Mientras su marido enseña en la academia ella aprovecha y posa desnuda en su alcoba para los grandes artistas de la capital .
Un día de febrero su padre desaparece. Desde ese momento su madre, que cada día parece más joven, se preocupará de convertir a su pequeño Chris en atleta, piloto de avión, artista y poeta romántico.No conseguirá ninguna de sus metas.
Es rechazado de la prestigiosa escuela de Eton. El jurado, formado por M R James, lo toma por grosero, y algo engreído. Detectan debajo de esos rasgos faciales puramente británicos cierta altiveza europea que no casa con la élite del Támesis.
Christopher se toma el rechazo como algo personal ( cómo no hacerlo). Vuelve de pie en el tren que rodea la campiña inglesa (esa misma tarde ha tenido que hacer de recadero de poemarios en inglés antiguo para el viejo amigo de su padre del ejército, el doctor Tolkien). Muchos años después su sueño de ser piloto se ve truncado, al igual que serun atleta profesional. Es alto, y fuerte, practica desde la pértiga hasta el rugby, pero cierto problema con la vista le obliga a olvidarse de sus sueños de ponerse a los mandos de la Air Force Royal.
Y entonces cuando la segunda guerra mundial estalla. Ian Fleming, escritor de las novelas de 007 y tío de la nueva «víctima» de su madre consigue mover hilos y colocarlo en el escuadrón 260, «encargado de sucesos paranormales y magia», el reversode los aliados de la divisón de ocultismo de los nazis. A regañadientes Chris acepta y es destinado a África, y después a Italia, donde participa en el servicio de inteligencia. Todas sus misiones son declaradas alto secreto, aunque con el tiempo se encuentran microfilmes en Florencia donde puede verse al escuadrón recuperando la Lanza de Longinus. Aquel será su primer encuentro con lo sobrenatural. No será el último.
Su primo segundo, embajador de Italia, le introduce en el mundo del teatro. Consigue un papel como lancero (sin acreditar) en el Hamlet de Lawrence Olivier. No llega a conocer al célebre actor pero sí a Peter Cushing, cuya actitud de dandy casa enseguida con la del chico de Belgravia de aspecto europeo. Juntos empezará una relación fulgurante. Chris Lee aceptará entonces que la muerte es algo innato en su naturaleza. De la mano de la Hammer decide morir y convertirse en la criatura de Frankenstein, y después la Momia.
Los viajes por las tinieblas empiezan a ser tan frecuentes como usar el tren subterráneo en Londres. Ser vampiro le queda extrañamente natural, y el éxito de su Drácula (lujurioso, con los ojos inyectados en sangre) le propicia una década de fama. Algunos compañeros empiezan a percatarse de su perfecto estado de salud, «casi como rejuvenecido», confiesa el director Terence Fisher en una entrevista. En esos años se transforma en Sherlock Holmes, en Jekyll y Hyde y también consigue matar a la Gorgona(otro ser mitológico y, la primera vez desde el ejército donde permanece en el lado de los ángeles y no en el de los monstruos). También será villano de origen español contra James Bond. De nuevo, luchando contra las elites de Eton.
Chris sonríe.
El tiempo pasa. Empieza a dejarse la barba mientras se refugia en Chelsea escribiendo poemas, publicando novelas policías bajo seudónimo, fundando orfanatos y creando asociaciones para redescubrir el patrimonio Tesla. Entre repeticiones un pequeño éxito, «Wicker Man», obra tan triturada en su montaje que se tardarán cuarenta años en apreciarla tal y como fue concebida.
Por entonces conoce a Jesús Franco, director mítico español con el recupera uno de sus personajes más queridos, el temible Fu Manchú. La alucinante (y alucinada) mente de tito Jess encaja como un guante con el lado europeo y experimental de Chris. Una noche, tras acabar la proyección de un nuevo «Drácula» en la Embajada Francesa de Londres Jess le revela que sabe perfectamente cómo se mantiene tan joven. Al igual que Chris y otros pocos escogidos, él también es un vampiro, seres pertenecientes a la oscuridad, y por lo tanto, inmortales. Cuando llegue al momento, le dice Jess, engañaremos a la muerte.
Chris sonríe.
Pasan los años. John Landis, Steven Spielberg y Tim Burton se vuelven sus más acérrimos admiradores. Entre apariciones estelares Chris se transforma en el fundador de Pakistán, Ali Jinnah, recibiendo ovaciones en diferentes festivales internacionales. Al borde del nuevo siglo consigue colaborar en la adaptación de la trilogía de Tokien. En Nueva Zelanda se preguntan cómo es capaz de hacer todas las escenas de acción a su edad.
Chris sonríe.
Compagina las últimas escenas de la saga como Saruman con el inicio de «El ataque de los clones», de George Lucas, interpretando a un líder del lado Oscuro. Aburrido por el insípido monótono croma verde decide llamar a algunos contactos y formar la banda de heavy metal sinfónico, la Christopher Lee Charlemagne. Colabora con Manowar y al mismo tiempo es nombrado Caballero de la Reina.
Junio de 2015. Los espectros le esperan en casa sin previo aviso.
A Chris la intrusión le molesta, por supuesto. La semana pasada había hecho un acuerdo para rodar tres películas más y estaba en negociaciones con Netflix para producir un documental que él mismo se encargaría de escribir, dirigir y poner la música. También iba a…
Pero los espectros aguardan. Chris lo entiende. Deja el bastón sobre el sillón y se dirige al ropero de donde reposa la vieja chaqueta roída del 260. Los botones aún brillan. Chris Sonríe. A lo lejos el Big Ben anuncia la medianoche.
Las sombras empiezan a rodearle, pero no se inmuta en absoluto. No es la primera vez que muere, ni tampoco ésta lo será. Se adelanta hacia la oscuridad decidido mientras silba The Trooper, sintiéndose a cada paso más y más joven. Recuerda las palabras de Jess. Ahora lo entiendo, piensa para sus adentros.
Por fin, regreso a casa.
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