C'Mon Murcia

La cara visible y la cara oculta de la cultura murciana

Hace un tiempo, a unas semanas de que C’Mon Murcia! cumpliese cinco añazos, alguien me dijo que aquí el nivel literario era terrible. Lo que me llamó la atención no fue la crítica, sino la sensación de desahogo que sintió mi compañero al decírmelo. Como si, al haber dicho eso, se sintiese mejor. Esto me hizo pensar en una nueva moda, que no es nueva ni es moda, que es casi un estado mental: criticar todo lo posible, destruyendo todo lo que no gusta para que así lo que los buenos dictan como bueno, pueda ocupar el merecido lugar que ahora ocupa lo que los buenos dictan como malo.

Es curioso el mundo este de la cultura murciana. Yo, que poco tengo que ver con él, me he visto envuelto en esta vorágine de mal rollo que se genera tras las cámaras. Desde una perspectiva lejana, desde un ángulo seguro que no salpica, se puede observar con claridad pero con tristeza como la envidia, los celos o la competitividad voraz lo van contaminando todo. Cuando alguien piensa en la cultura en Murcia, pasa como con la luna, que ve la preciosa cara visible y con esta se queda. Esta es la que disfruta.

Llevo escribiendo en este humilde medio algunos años ya y de lo que más me arrepiento, sin duda, es de haber descubierto que, a diferencia de la luna, la cara oculta no es tan bonita. Cuando conoces esta cara de la cultura, conoces a los que la gestan, la luchan y sin querer, también la destruyen.

En la cara oculta de la cultura murciana, el mundo que creías cierto se difumina y la realidad se acompleja para intentar comerse al ingenuo que cree poder llegar y salvarse. Todo esto, digo, si eres como yo. Como yo, que no soy escritor ni periodista. Como yo, que ni mucho menos soy complejo. Como yo, que ni siquiera soy humanista. Y este texto está escrito en primera persona, así que sí, claro que hablo de mí. Como yo somos la mayoría, una mayoría, por cierto, que es la que debe hacer que la cultura sobreviva. Solo que a parte de nosotros, parece que nadie más lo recuerda.

Pertenezco a ese grupo de imbéciles que no han leído mucha literatura y cuya vida se centra en una serie de conceptos equivocados con los que no hay más remedio que convivir. Hace tiempo leí un artículo donde se definía la “profundidad horizontal” como un intento de forzar una entrada en la cultura dominante. Yo no intentaba entrar en ningún sitio cuando empecé a escribir en C’Mon Murcia, y mucho menos a la fuerza. Si entré, fue para intentar hacer menos monstruosos a mis monstruos. Solamente eso.

En el cine, por ejemplo, cuando uno lucha contra sus monstruos de manera sincera, el público lo aplaude. No es necesario analizar la técnica. No hace falta que la fotografía sea soberbia. Tampoco que un plano secuencia dure diez minutos. Que Woody Allen juegue con la luz como lo hace en «Café Society» es lo de menos si al final escuchamos de fondo un pálpito, un pálpito que suena para todos y de formar universal. También un pálpito del que sentirse orgulloso como cinéfilo, independientemente de que todo el mundo pueda escucharlo sin tener ni puta idea de cine. En el periodismo, en la escritura, en la literatura, la cosa parece que cambia un poco…

J. A. Bayona, por ejemplo, ha filmado una película espectacular. Su fuerza visual característica se funde con el sentimiento más sincero para arrastrarte hasta una verdad reveladora. «Un monstruo viene a verme» es una de las mejores películas del año. Pero Bayona pertenece al grupo del que os hablaba y, lejos de ser profundo, es puro sentimiento, es simple como un puto botijo. Los críticos profesionales y los no tan profesionales, se jactaban de conocer perfectamente los errores típicos de Bayona. Entre estos: el sentimentalismo barato y la pornografía emocional. Lo que me hace muchísima gracia también, es que acusen a Bayona de simplificar un tema tan peliagudo como un cáncer. Me hace muchísima gracia, porque esta película no deja de ser un calco en movimiento de un libro ilustrado, un libro ilustrado que se basa en una idea original de Siobhán Dowd, una mujer que sufría cáncer de mama y que ideó todo esto en sus últimos momentos, cediendo el testigo a otro (Patrick Ness, también guionista) para que acabase su historia. A mí todo esto me da unos escalofríos que te cagas, qué queréis que os diga.

Porque así somos los simplones, que disfrutamos de cuentos simples sobre sentimientos simples sobre gente muy simple.

La culpa será mía, por pretender escribir sin ser escritor. No lo niego ni lo negaré. No pelearé nunca por defender la calidad de lo que escribo. Tampoco dejaré nunca de escribir y, posiblemente, siga haciéndolo sobre mis monstruos aquí mismo, en mi casa, durante cinco años más. O durante diez. Porque considero que la escritura no es de nadie y que nunca va a ser domada por ninguna élite por más que la élite se empeñe.

No deja de llamarme la atención la fiereza con la que muchos intentan destriparte mediante etiquetas de “baja calidad literaria” o de “buenos y malos” o de “simples y llanos”. Es que me cago en todo, si fuese escritor y mi vida girase en torno a ello, esto sería devastador. No me cabe duda de que si tuviese que seguir por este camino, no aguantaría hasta el final esta mala hostia con la que te acribillan a la primera de cambio. Supongo que si yo criticase a muerte a Izal en cada texto, con insultos ingeniosos y prosa pomposa, muchos me verían más inteligente. No lo sé. Pero recordad: yo pertenezco a otro grupo de personas. Yo soy más simple. Y además me la sudáis un poco.

Muchas personas me han agradecido que siguiese escribiendo. Otras me han dado la enhorabuena por hacerlo. Otras me han dicho que lo que escribo es una puta chorrada. Claro que acepto críticas (aunque cuesta bastante encajarlas), y claro que los halagos me mantienen casi vivo. Claro que sé ver mis virtudes, aunque vea con mucha más fuerza mis defectos. Pero es que esa no es la cuestión, la cuestión es que toda crítica negativa a la que he sido sometido, proviene de esa cara oculta de la cultura murciana. La que se supone tiene potestad absoluta para determinar tu calidad. La que, en un suspiro, puede separarte del camino de la escritura, de la música o del cine para siempre. De TU camino.

Acabo, pero antes necesito mandar un mensaje desde la barrera.

No puedo dejar de deciros a vosotros, los escritores, cineastas, periodistas o artistas profundos y leídos, los futuros que vengáis con fuerzas y ganas, que tenéis suerte de poseer tanto. Sé que cuesta leer, me lo dijeron hace poco y creo que es cierto, pero si es vuestra pasión nunca dejaréis de hacerlo. También sé que leer mucho no os da ningún mérito frente a otros. NINGUNO. No os hace mejores. Ni moralmente superiores. Os hace responsables de hacer entender a los que no leen, que es necesario hacerlo. Os hace responsables de que los buenos salgan a la cara visible de la cultura murciana. Os hace responsables de que los malos sepan por qué lo son. E incluso de hacerles saber cómo podrían ser buenos. Si renegáis de todo esto, lo cual es perfectamente lícito, como mínimo sois responsables de conservar la humildad. Pero lo que no os hace ni os hará nunca, es ser mejores que nadie. Y usar como arma arrojadiza la cultura no ayuda a la cultura, la destruye. Lo único que debo admitir, es que tal vez te ayude a escribir en una revista super mega ultra guay.

Por eso, celebro que sigamos en ese camino simple donde apoyamos y criticamos con la única intención de que la cultura sobreviva, tanto la cara oculta, como la visible, tanto lo bueno, como lo que tiene la mala suerte de ser menos bueno y la suerte de poseer la misma ilusión que lo malo.

Por eso, hoy toca celebrar cinco años de C’Mon Murcia.

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