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Jason Bourne: «El mejor tratamiento para la amnesia es Greengrass»

Soy consciente de que mi opinión no va a coincidir con la del clamor popular y de que en ese insondable océano que es la crítica cinematográfica sesuda y purista voy a nadar a contracorriente, pero Jason Bourne me parece el mejor ejercicio de cine de evasión del verano. Después del tibio recibimiento por parte de crítica y público de El Legado de Bourne, fueron muchos los que pensaron que la saga, irónicamente, había caído presa de la enfermedad del antihéroe creado por Robert Ludlum, mostrando claros síntomas de agotamiento y pérdida de identidad. Tras el desafortunado spin off dirigido por Tony Gilroy, Paul Greengrass decidió regresar a la dirección con el pretexto de que tenía una nueva historia de Bourne que iba a encajar las piezas que faltaban en el fatídico pasado del personaje. Cuatro años después ha quedado demostrado lo que todos sospechábamos, el mejor tratamiento para la amnesia de la saga se llama Paul Greengrass.

El filme vuelve a presentarnos a Jason Bourne como un antihéroe de nuestro tiempo, situando la acción de la película en paisajes tan política y socialmente convulsos como los de Atenas o Londres. Si la trilogía original del personaje reflexionaba sobre el legado del Gobierno de Bush y la guerra contra el terrorismo, la nueva entrega se interesa por cuestiones de geopolítica y ciberterrorismo. Las aventuras del desmemoriado espía siempre han destacado por tratar temas de candente actualidad e incluso por actuar de clarividentes en El Ultimátum de Bourne, adelantándose a acontecimientos futuros como las filtraciones de información clasificada por parte de periodistas. Casi diez años después de su última peripecia, el mundo en el que vive Bourne ha cambiado drásticamente, pero nos resulta más reconocible y vulnerable que nunca. Tras las filtraciones de Julian Assange y Snowden, el realizador de Capitán Phillips se preocupa por la dicotomía libertad – seguridad y acrecienta las dudas acerca de la moralidad y ética de los actos que llevan a cabo los hackers y la CIA.

Al igual que las tres primeras partes, la película se construye alrededor de tres grandes secuencias de acción: Atenas, Londres y Las Vegas. Tres prodigios de planificación, dirección y montaje; tres sinfonías perfectamente orquestadas que harán las delicias del espectador más sibarita. Aquellos que expresan que las escenas de acción del filme les provocan nauseas y rechazan la cámara temblorosa de Greengrass, deberían ver también sus virtudes. Lejos de sus tics y manías en la dirección, más allá de la cámara en mano y los zoom imposibles, hay un director que, fruto de su experiencia como documentalista, sabe retratar como nadie el caos de una manifestación en Atenas o la potencia y adrenalina que desprende una persecución. El realizador británico nos mete dentro del coche junto a Bourne y nos hace sentir la violencia de cada choque, bañando el relato de un halo casi documental que otorga una mayor verosimilitud, peligro y cercanía a las hazañas de nuestro héroe. No todo es positivo; Greengrass vuelve a abrir el armario para desempolvar la fórmula argumental que tan bien le funcionó en la segunda y tercera parte, visitando situaciones y paisajes conocidos. Personajes como los interpretados por Alicia Vikander y Tommy Lee Jones tienen un arco dramático calcado a los encarnados por Joan Allen y Brian Cox en El Mito de Bourne. Uno de los aspectos que se ha mejorado respecto a filmes anteriores ha sido el de dotar al asesino, interpretado en esta ocasión por un frío y letal Vincent Cassel, de mayor protagonismo y profundidad.

Sin ningún atisbo de duda, Jason Bourne es una de las mejores muestras de cine de acción en lo que va de año. Un blockbuster con cabeza: repleto de vertiginosas escenas de acción, pero con capacidad para reflexionar acerca de los límites que estamos dispuestos a tolerar con el fin de salvaguardar nuestra seguridad. Teniendo en cuenta el grave estado de salud que atraviesa el cine de acción actual, el personaje de Jason Bourne hace tiempo que dejó de ser un mito para convertirse en leyenda cinematográfica.

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