“Tal vez -pensó- no existen los buenos y los malos amigos; tal vez sólo hay amigos, gente que nos apoya cuando sufrimos y que nos ayuda a no sentirnos tan solos. Tal vez siempre vale la pena sentir miedo por ellos, y esperanzas, y vivir por ellos. Tal vez también valga la pena morir por ellos, si así debe ser. No hay buenos amigos ni malos amigos, sólo personas con las que uno quiere estar, necesita estar; gente que ha construido su casa en nuestro corazón.”
IT (Stephen King, 1986)
Más allá del escalofrío, del payaso Pennywise o de los miedos infantiles irreales que asolan en las largas noches en vela, o que se materializan, a plena luz del día, en forma de terroríficas figuras paternas, la esencia de IT (y de muchas otras obras del prolífico autor de Maine) está recogida en el extracto anterior. Muchos son los que han intentado trasladar el particular universo de Stephen King a la pequeña y la gran pantalla (no en vano es el autor con más adaptaciones cinematográficas), y pocos los que han salido verdaderamente airosos de semejante reto. Rob Reiner, director de Misery y Cuenta Conmigo, y Frank Darabont, retratista de la sombría cárcel de Shawsank en Cadena Perpetua y La Milla Verde, se erigieron como habilidosos arquitectos capaces de edificar y entender la compleja estructura de la mitología King. En la mayoría de adaptaciones se caía en el error de potenciar el componente fantástico y centrar la atención en el monstruo o la amenaza de turno, dejando de lado el menor sentimiento de empatía para con los personajes; curiosamente, en los films de Reiner y Darabont el componente sobrenatural es escaso o prácticamente inexistente. Ambos cineastas supieron esquivar la etiqueta que catalogaba a Stephen King como un simple novelista de terror y verle como lo que verdaderamente es: un radiografista del alma humana, de su bondad y turbiedad; sin concesiones.
Con las primeras imágenes del remake de IT emergió el verdadero temor: que no hubieran entendido la novela, que la hubieran convertido en una atracción de sustos al estilo de las orquestadas por James Wan y sus acólitos. Nada más lejos de la realidad. El director argentino Andrés Muschietti, realizador de la aterradora fábula Mamá, entiende que IT no es un libro de miedo, sino sobre el miedo y, especialmente, la fuerza de la amistad y del devastador paso del tiempo. El joven protagonista, Bill Denbrough, tiene que hacer frente a la pérdida de su hermano pequeño y a unos padres ausentes; Ben Hanscom, Stanley Uris y Richie Tozier sufren bullying y conocen su significado más allá de lo puramente racional; Beberly Marsh, además de lidiar con el bullying, tiene que hacer frente a un padre autoritario y que abusa sexualmente de ella; Mike Hanlon no supera la pérdida de sus padres y trabaja en el matadero de su abuelo, siendo incapaz de ejercer de verdugo tras conocer en su plenitud el significado de la muerte; y Eddie Kaspbrack es un niño hipocondriaco que vive bajo el yugo de una madre sobreprotectora. No solo tienen que enfrentarse a un payaso diabólico, un ente sobrenatural que surge como respuesta ante la maldad imperante en Derry, sino que tienen que hacer frente a temores más reales, el incomprensible y violento mundo de los adultos, que les obliga a madurar y crecer demasiado pronto. Por separado son presas fáciles; juntos son invencibles y forjan, ante las adversidades, una sincera amistad que convierte El Club de los Perdedores en el verdadero corazón de la novela y de la película, en un refugio ante el miedo. Si, la película la protagonizan niños, pero no son cargantes ni repulsivos, emanan veracidad. Repite cambio de época Finn Wolfhard, el chaval de Stranger Things, más bocazas que nunca como Richie Tozier; pero el verdadero hallazgo es una joven que desprende tanta belleza como talento interpretando a la rebelde Beberly. Se llama Sophia Lillis y al verla uno se imagina a Amy Adams en su versión adulta. Toda ella es gracia, atracción, carisma y credibilidad y rabia en los pasajes dramáticos.
Si alguien esperaba con IT una película de terror al uso seguramente se llevará una decepción. El Pennywise de Bill Skarsgård es magnífico, verdaderamente perturbador, pero dista mucho de ser terrorífico a menos que uno padezca de aguda coulrofobia. A pesar de su meticulosa puesta en escena y conseguida atmósfera (tiene su mérito provocar escalofríos a plena luz del día), Muschietti no acaba de entender los mecanismos del terror y los sustos resultan, por acumulación, demasiado predecibles. Para el recuerdo de los amantes de Stephen King queda la espléndida escena inicial de la película, donde las palabras del maestro, con toda su riqueza descriptiva, abandonan el papel para instalarse en la pantalla y grabarse a fuego en nuestra retina. IT es mucho más que terror, es una película de aventuras sobre la pérdida de la inocencia que la acerca a títulos como Cuenta Conmigo, Los Goonies o Stranger Things, pero con un mayor grado de madurez y turbiedad en las situaciones y construcción de los personajes. Destacan especialmente las lecturas que deja sobre la moralidad humana, con ese pueblo en el que la maldad y la oscuridad enturbian el alma de sus ciudadanos, corrompidos por el verdadero monstruo que reside dentro de cada uno de ellos; de cada uno de nosotros. Esta postura acerca la película de Muschietti a la magistral serie True Detective, no en vano uno de los guionistas se trata de Cary Fukunaga, realizador de la primera temporada de la ficción de HBO.
A pesar del espíritu cinematográfico de sus historias, no es nada fácil adaptar a Stephen King. Andrés Muschietti consigue una película tenebrosa y a la vez esperanzadora; sombría y también tierna, con corazón. Lo fácil habría sido hundirse en las alcantarillas de Derry, pero el remake de IT consigue flotar por encima de mis expectativas. En algún lugar de Maine, un terrorífico payaso y un célebre novelista esbozan una sonrisa complaciente.
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