Viendo el panorama cinematográfico actual, en el que las secuelas, reboots y remakes de filmes de los 80 y 90 intentan buscar nuevos adeptos entre el público joven y apelar a la nostalgia de los cinéfilos más veteranos, era solo cuestión de tiempo que los alienígenas de Roland Emmerich volvieran sedientos de venganza. En 1996, el director alemán consiguió con la primera parte de Independence Day redefinir el cine de catástrofes, llevándolo a alcanzar unas cotas de espectacularidad y realismo inimaginables para la época. El impacto de la película en la sociedad, sobre todo norteamericana, trajo a colación la teoría sociológica de la espectacularización de la realidad mediática. Para poder impactar al espectador, que ya había visto en la ficción como la Casa Blanca era reducida a escombros en Independence Day y Nueva York era asolada por cientos de meteoritos en Armaggedon, los medios de comunicación otorgaron a los hechos reales un marcado carácter cinematográfico. El “falso rescate” de la soldado Jessica Lynch durante la Guerra de Iraq y el atentado del 11-S dejaron un legado de imágenes aterradoras, perturbadoras y espectaculares, sin dejar por ello de resultar familiares y hasta cierto punto soportables, si se olvidaba que no eran ficticias.
Citando al personaje de Jeff Goldblum en el momento más espectacular de esta nueva Independence Day, el de la llegada y aterrizaje de la mastodóntica nave extraterrestre en la Tierra: “sin duda, es más grande que la anterior”. Es más grande, pero no mejor; el impacto que provocó la primera parte con sus renovadores efectos especiales fue mucho mayor que el que provoca su hormonada secuela en plena era del CGI. Que los fans no se asusten, como buena secuela conservadora abraza el anquilosamiento y la repetición de fórmulas argumentales. Al igual que la primera parte, se trata de un menú de comida rápida XXL con envoltorio de lujo; exceptuando su inicio, más cercano a la ciencia ficción espacial, el resto es un remake sobredimensionado, cargado de clichés, resoluciones argumentales de manual con chascarrillos incluidos y personajes unidimensionales e histriónicos (el cargante Dr. Okun…). Pero no nos equivoquemos, el principal defecto de este contraataque es que el pétreo Liam Hemsworth no tiene las armas suficientes para combatir el carisma acorazado del que hacia alarde Will Smith en la cinta original.
Si los creadores del filme hubieran querido innovar (esa palabra que produce escalofríos y pesadillas a los productores) y ofrecer un viaje distinto al espectador, deberían de haber seguido el camino recorrido por la saga Cloverfield. La primera parte, Cloverfield (titulada Monstruoso en España), era una película de aventuras y ciencia ficción en found footage, mientras que su muy superior continuación, Calle Cloverfield 10, se trata de un thriller de secuestros que apuesta por la intriga claustrofóbica. La relación que existe entre ambos filmes, que ni siquiera comparten protagonistas, es que J.J. Abrams y su equipo utilizan los extraterrestres y el paisaje apocalíptico como pretexto para explorar diversos géneros y hablar del comportamiento del ser humano en situaciones límite. Durante el transcurso de Independence Day: Contraataque, Emmerich tiene la oportunidad de explorar otros géneros, como la road movie con la subtrama de los niños o el cine bélico con la llegada de los soldados a la nave extraterrestre y esa atmósfera que se desprende a Vietnam. Ambas subtramas son desaprovechadas y acrecientan la sensación de que la película ha sufrido numerosos recortes en su metraje. Para la más que presumible tercera parte, que a tenor del cliffhanger de esta suponemos que será una space opera (por fin se lanzan a explorar otros horizontes argumentales), deberían potenciar el lado más autoparódico y salvaje del asunto y convertir la nueva entrega en una gamberrada de serie B de gran presupuesto.
Lo mejor de Independence Day: Contraataque es su honestidad para aceptar su condición de cine de evasión sin pretensiones. Que nadie espere profundas reflexiones sobre el instinto de supervivencia del ser humano. Ni siquiera un estudio sociológico y político acerca del racismo y la inmigración a través de la figura de los extraterrestres. Esto no es Distrito 9; y tampoco pretende serlo. Es indudable que Emmerich tiene un talento innato para destruir el mundo, pero yo prefiero verle desmontando el mito de William Shakespeare.
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