A las once y veinte minutos subieron al escenario de la Sala Stereo de Murcia tres individuos que caminaban rápido y con la cabeza gacha. Parecían los técnicos de sonido de Havalina. Pero no. Eran los integrantes del trío madrileño. No nos quedó duda cuando el guitarrista y cantante Manuel Cabezalí se encaramó a una Gibson SG roja y comenzó el fraseo de Norte, la canción que abre su último disco, H. Y ahí empezó todo.
Lo que presenciamos anoche en Stereo fue una sesión de espiritismo. El chamán no llevaba túnica ni barba, de hecho no parecía nadie diferente a los que estábamos enfrente. Pero cuando recorría el mástil de la guitarra creaba una atmósfera que nos indujo a pensar que aquello era grande. Lo era. Cuando terminaba cada canción, Cabezalí volvía a ser humano. Tímido, daba las gracias y saludaba como un estudiante de conservatorio que da su primer concierto.
Durante poco más de una hora y media, el trío presentó su séptimo disco -cuarto en español- y recuperó canciones de sus trabajos más celebrados: Imperfección (2009) y Las Hojas Secas (2010). Decimos trío porque, en directo, demostraron que son bastante más que la banda de Cabezalí. Sobre todo el batería Javier Couceiro, que por momentos pareció poseído por el espíritu de John Bonham. Brillante su despliegue de furia en Desierto. Sobre las doce y media Havalina se despidió del público. Bueno, pensamos, ha sido un buen concierto. Pero cinco minutos después, la banda volvió al escenario y empezó a sonar Música para peces, también de su último disco. Y cuando la canción terminó, Cabezalí pensó que no habíamos tenido suficiente con el estilazo que demuestra en Música para peces y comenzó Incursiones, probablemente la mejor canción de los madrileños.
Esta canción podría pertenecer a cualquier obra maestra de Kyuss o Queens Of The Stone Age. Palabras mayores. Los riffs arenosos del líder de Havalina se mostraban más afilados que nunca, el bajo cimentaba una estructura de hormigón armado, la batería reventaba cada milímetro cuadrado de la Stereo. Y entonces el chamán ordenó a sus dedos que galoparan sobre el mástil de la Fender. Un solo de casi tres minutos en el que Cabezalí demostró que es capaz de tocar la guitarra con mesura y con rabia, con cariño o con agresividad. Demostró que para hacer stoner metal no hace falta haber nacido en California ni haberse colocado en Palm Desert.
Pero aún tuvimos más. El guitarrista, en otra dimensión, bajó y tocó entre nosotros, nos acercó cada resquicio de su sonido, cada arista. Parecía que quería meternos su música en el alma a la fuerza, a golpe de martillo. Cabezalí, líder de la manada, reclamó a sus compañeros, que bajaron también del escenario. Y el fantasma de Cream sobrevoló la sala. Aquello se convirtió en una jam, y Havalina parecía la mítica banda formada por Clapton, Bruce y Baker. Soltaron las amarras de la bestia que tienen entre las manos y cuando quisieron no pudieron controlarla. Luego Cabezalí volvió a parecer tímido y, como para recordar que apenas son conocidos, dijo que después del concierto le podíamos comprar discos o alguna camiseta. Quizá pretendía hacernos creer que no es un alquimista de la guitarra, que pertenece a un grupo más del –mal llamado- indie. Pero era tarde. Ya nadie le creyó.
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Crónica por Santos Martínez.
Fotografías por Margarita Yakovenko.
1 Comment
Muy buenas fotos,, Me han vuelto a sorprender como tocan en dicto,, la guitarra se sale y el momentazo de final estilo jam fue impresionante,, estos tios hacen que su musica se introduzca dentro de ti y llene cada cm de tu cuerpo. MUY MUY BUENO.