Porque escribo igual que sangro,
Porque sangro todo lo que escribo.
Aquel camarero de un club nocturno de los barrios bajos de Bilbao, aquel señor que nadie confiaba en él, un canalla, un chaval que pretendía ganarse la vida con una Stratocaster blanca de los ’50, un tipo más que se inyectó en las venas el rock&roll. El inventó ese rock sucio, urbano y barato que tanto hizo en los años 90. En las salas creció tanto como él como su música junto a su inseparable guitarrista Uoho, sacando una nueva vertiente del rock&roll mientras su cigarrito se consumía en el clavijero de su guitarra.
Acabado Platero y tú nacieron los Fitipaldis con un sonido más llevadero, más sonado y pegadizo, un rock&roll que ya solo se quedó en la estética de sus trapos y algún que otro punteo de guitarra en medio de una canción. No nos vamos a quejar nunca del cambió que dio, simplemente maduró y su rock le siguió. Tantísimas frases (versos) nos ha dejado en la mente aquel calvito de patillas estrechas y boina de pana o de cuero.
Y gira tras gira, disco tras disco, llegó este año y pensó que no podía acabar haciendo lo mismo de siempre, 50 conciertos por gira tocando casi siempre el mismo Set- list…, eso no podría llevarlo nadie por más whisky que se metiera. Asique planteó el ocaso de las discográficas, la enfermedad de las grupis, la sequía en cualquier taquilla de concierto…, “voy a hacer algo nuevo”. Y por muchas vueltas que le demos, cualquier músico necesita sacar aquellas canciones que en su día compuso y supo muy acertadamente que no llegaría a tocarlas fácilmente en un concierto. Fito planteó la idea del formato Teatro, unplugged en EEUU, un concierto recogido, con la mayoría de canciones tocadas en acústico y bajadas de tiempo considerables, pero con alguna que otra a lo loco, cañera. Y llegamos a esta noche, a Cegehín, a una plaza de toros abarrotada, a un escenario lleno de alfombras persas. Llegada la hora, se apagaron las luces, y sus botas empezaron a sonar en el escenario, su boina y patillas se veían de lejos y sus gafas le tapaban esos ojos cansados. Había llegado el Showman, que se había crecido gira tras gira, un alarde rockandrolero, una fusión de estilos y ya Fito se había convertido en Adolfo Cabrales.
Desde un comienzo tranquilo que rápidamente fue truncado por el resto de la banda, Carlos Raya tocó esas seis notas de la intro de Por la boca vive el pez. Fito llevó sus canciones a los límites del Jazz, del Blues, de la música negra en general, y quiso darle un aspecto más elegante. Sobra la luz, Me equivocaría otra vez y Como pollo sin cabeza la siguieron con un ritmo más calmado, más blusero, un encanto desengañado que supo a gloria.
Quisiera haber querido lo que no he sabido querer.
El concierto derivaba en otra cosa y el público no estaba muy conforme.
–¿Qué coño está tocando este tío?
Lento, muy lento, casi imperceptible, llegaron esas canciones que muchas veces se han oído pero nunca habían pasado por un directo de la gran empresa Fito&Fitipaldis. Quiero beber hasta perder el control, ese magnífico tributo a Los Secretos con más rock en la vena; Para toda la vida, que refleja las primeras etapas de los Fitipaldis, más acústicas y sin amor de cantinas; A 1000 Km, el blues de la mala suerte, el de la nena que no le va; El Funeral; Qué Divertido…
Pero de todo este repertorio, uno se queda con lo mejor, con los mejores platos: Cerca de las vías, canción sincera, obra de arte, sacada de la experiencia. Yo he vivido cerca de las vías y por eso sé, que la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren. Y la sensual A la luna se le ve el ombligo, seña de identidad de Fito, rock y putas metidos en una canción y un pal mute de compañía curioso.
Carlos Raya, probablemente el guitarrista más completo que tiene este país, fue sin duda quien le dio el toque de elegancia al concierto porque la idea principal era que cuantos más instrumentos toques más chulo será, y qué vamos a decir, si se sacó de la manga sus guitarras eléctricas, su laúd, su violín, su bandurria y su electroacústica. Alzola, ya un poco viejecillo, el saxo se le quedó corto. A Semperena se le fueron las manos con el órgano, él le sacó el jugo de jazz que tanto necesitaban las canciones y se marcó unas partituras improvisadas que dejan mudo al que lo disfruta y al tonto de la grada de arriba gritando Soldadito Marinero. Esta noche, noche de delirios, canción que da ganas bailarla por su alto contenido en rockabilly. Me acorde de ti, un recuerdo especial a ese último disco que ya anda lejos.
La imbatible calma de Fito hace sospechar lo bien que lleva tantos conciertos encima pero se nota que desea acabar pronto cada uno de ellos. Soso como él mismo sabe, incapaz de pronunciar una frase inteligible, se volcó más en su música que en el público. Pero al rockero se le perdona todo, porque se hace mayor. Dos horas de concierto, lo justito para no sentirse estafados por el precio de las entradas, y del tema de acreditaciones…, quizás al señor concejal de festejos, Rubén Sánchez García, le cueste mucho coger el teléfono para atender a los medios…
Tres balas le quedaban a Fito para ganarse de nuevo la atención de un público ya aburrido con sus interminables canciones desconocidas, y las usó bien. Soldadito Marinero, y me tiro a la piscina, es la mejor balada del rock español y lo más destacable fue el acompañamiento de Carlos Raya al violín; Antes de que cuente diez, esa canción donde el estribillo es la guitarra, donde el optimismo está en cada rincón, una fuerza mayor de este señor, imperdonable no haberla tocado; y por último, la de siempre, con la que termina cada concierto, cada gira, cada ovación del público…, Acabo de llegar, quizás para recordarnos que uno nunca llega del todo a ningún sitio, ni se va de él. Sencilla canción, poética letra y un fin de concierto apoteósico, con muchas cosas por mejorar. Y es aquí donde Fito… se convirtió en Adolfo Cabrales.
Alberto Sánchez de la Peña
Foto
No Comments