-Espero que nos riamos.
-Si yo me río y vosotras no, me haréis sentir culpable.
La estampa es esta: Teatro Circo. Siete de la tarde. Primer anfiteatro. El tipo que tengo detrás acaba de soltar la última frase y clava la rodilla en el respaldo de mi butaca. La primera frase la ha dicho una chica, sentada a su izquierda. Les acompaña otra chica que rellena con risas los silencios entre frases. Saco la libreta, pero sueltan otra perla.
-Y la mujer de la limpieza era una mujer de color, y claro…su acento…
Sigo a lo mío. Una pareja se sienta a mi lado. Rondan los 35. Al otro lado del pasillo no hay nadie que supere los 25. Los de detrás siguen a lo suyo.
-La próxima vez tienes que venir a la finca.
-A la finca…
-Sí, a la hacienda.
Fincas y señoras de color que limpian. Me giro, esperando encontrar a Scarlett O´Hara, Melanie Hamilton y Rhett Butler. No son ellos.
Nunca he ido a un espectáculo en el que el público fuera tan heterogéneo. No hay ningún concierto, película u obra de teatro que junte a veinteañeros, parejas de 35 años y parientes lejanos de Rockefeller. En el ambiente se huele cierta predisposición a la risa. La luz desaparece y comienza el vídeo de presentación. Ernesto Sevilla gira por el país presentando su último espectáculo: Despedida Coconut.
Suena Chimo Bayo. Aparece Ernesto Sevilla y suelta dos latas de Estrella Levante en el taburete.
-Hola, soy Ernesto Sevilla y vamos a partirnos el culo.
Esperábamos esa frase. Ernesto Sevilla saca la navaja y empieza a rebanar. Ana Botella –Bottle para él- y Urdangarín y Juan Carlos I y Paquirrín y La Pantoja. Lees esa sucesión de nombres y lo entiendes todo. Y no sabes si reír o llorar, pero hemos venido a partirnos el culo, así que reímos. Y te das cuenta de que nunca fue tan fácil ser humorista. Que si no estuviéramos llenos de mierda todo sería graciosísimo. Pero hemos venido a partirnos el culo, así que reímos.
El público está entregado, ríe hasta cuando Sevilla bebe cerveza. Parece que la mitad del trabajo del humorista es cobrar una entrada. Seguro que si pagamos es gracioso. Vamos a reventar de risa porque hemos pagado por escuchar estos chistes. El monólogo es bueno. Sevilla ha actualizado su espectáculo sin perder los giros chanantes. Aunque el monólogo es un formato que no permite una expresión plena del planeta chanante, Sevilla –como Joaquín Reyes, Julián López o Raúl Cimas- sigue teniendo en el absurdo su mejor herramienta.
Lo peor: la repetición de fragmentos. Si sigues a Ernesto Sevilla has oído 200 veces la broma sobre ET en Albacete y la broma sobre el tamaño de su cabeza. Fueron graciosas las primeras 20 veces. Ahora sabemos hasta cuando respira y arquea las cejas. Esa sensación de piloto automático enturbia el final del monólogo. Sevilla lo arregla con su canción Hijo de puta. Dos voluntarios suben y bailan. Lo mejor de hacer humor absurdo es que el ridículo está permitido. Esos momentos que suenan a estudiantes haciendo el idiota en su piso de estudiantes. Ahí está la esencia, la causa del éxito de estos manchegos licenciados en carreras que abocan al fracaso.
Un buen rato. Nada más. Dentro de un mes no recordaré nada. Pero tampoco nada menos: esto no es una película de Spielberg. Aquí hemos venido a partirnos el culo.
2 Comments
esto era lo que yo quería leer, ni más ni menos.
Great