En El Parlamento –rincón mítico de Murcia-, quedé con Miguel Ángel Hernández –escritor ya mítico de la ciudad- al que un inolvidable camarero con pajarita reconoció al instante. Venimos aquí a ver los partidos del Madrid. Un lugar en el que es fácil imaginarse a un Don Draper elegantemente vestido es también un sitio donde celebrar goles entre amigos o tener una entrevista casi filosófica mientras suenan las Spice Girls. Los contrastes. Y es que el autor de El instante de peligro (Anagrama, 2015) y Presente Continuo (Balduque, 2016) es puro contraste. Puedes charlar con él sobre lo más recóndito del arte y al minuto siguiente estar bailando Mi fábrica de baile en cualquier bar de la ciudad. Va y te tuitea un Me gustas cuando desayunas porque estás como ausente para luego acabar escribiendo un ensayo sobre Walter Benjamin. Hay muchos Mahn, y todos son especiales a su manera: El Mahn escritor, el Mahn profesor, el Mahn tuitero o el crítico de arte. El fiestero y el amigo. Hay tantos como puedas imaginar y cada uno mejor que el anterior. ¿Que aún no sabes quién es Mahn? Mira, es aquel de la boina y la barba que escribe como si no hubiera en la vida nada más inevitable. Nada más peligroso.
¿Has salido airoso del Instante de Peligro?
Creo que todavía sigo en un instante de peligro, no es un trance del que haya salido, es un trance en el que todavía estoy metido. No sé si uno puede salir airoso del instante de peligro o tocado. Creo que de momento estoy en él, no me he movido de ahí.
¿Qué vas a hacer ahora? Ahora que hay realidad. ¿Cómo se lleva eso de la autoficción?
Es complejo, porque la autoficción o la figuración del yo o como uno quiera llamar al modo en el que el escritor se proyecta en la novela, lleva a muchísimas confusiones de las que cuales, en ocasiones, uno es víctima, creyendo que el escritor y el narrador son la misma persona. El modo en el que un libro está escrito incorpora mucha realidad, pero no toda la realidad. La realidad que hay es la realidad del libro, el libro toma algo de la vida real pero produce su propia realidad. No se puede confundir lo que pasa en el mundo real con lo que pasa en el mundo del libro. La autoficción produce realidad tomando cosas que están fuera para que funcione lo que hay dentro. Es como si el libro necesitase tender puentes hacia fuera para completarse, no sólo hacia el lector, sino también hacia el escritor.
Presente continuo, Diario de Ithaca, Preferiría no hacerlo. El making off de la novela y el making off de tu estancia en los Estados Unidos ¿Qué hay de literatura en los diarios? ¿Escribir el presente para rescatar el pasado o para crearlo?
Todo es literario, de hecho, sólo hay literatura. Para mí el diario es una narración, en el momento en que cuentas una vida, estás narrando. No sólo porque eliges contar una serie de momentos y no otros, sino porque los dotas de un cierto orden. Cuando he tenido que leer Presente Continuo para transcribirlo –publicado en Editorial Balduque-, me he dado cuenta de que había una voz que no coincidía exactamente con la mía. Se trata de un diario personal pero el personaje que lo protagoniza está construido con su propia voz, su tono y sus modos de hacer. Al final, te vas dando cuenta de que lo que transcribes, lo que ocultas y lo que no, está en función del personaje que vas construyendo: es literatura.
Historiador del arte y escritor. ¿Es necesario elegir? ¿Se dañan? ¿Se retroalimentan?
Aunque me gustaría elegir y quedarme con la opción de escritor, en mi caso se retroalimentan porque la formación de historiador del arte me sirve para los temas de los que escribo y también para el modo en el que configuro la mirada. Evidentemente, una carrera no te forma del todo como persona, pero sí que modela tu visión del mundo. Cuando pienso en las experiencias y en la realidad, se me vienen a la cabeza obras de arte, teorías que he leído… No me puedo cortar la parte de historiador del arte que afecta incluso de manera inconsciente a lo que escribo. Aunque escribiese una novela sobre abducciones extraterrestres, la escribiría con el inconsciente de historiador del arte. Como profesión es otra cosa diferente. Ahora me interesa más la profesión de escritor que la de historiador.
La universidad ya no es conocimiento, sino burocracia ¿Se ha dejado de creer en la misión de la Universidad?
He dejado de ver que la Universidad cree en sí misma. No soy yo el que ha dejado de creer, si no el sistema el que ha dejado de creer en ese modelo de Universidad del conocimiento para convertirse en una fábrica de graduados y de profesores donde todo está automatizado. Todo acaba siendo muy kafkiano y termina creándose un mundo cerrado en sí mismo, una serie de procesos burocráticos que tienen sentido en sí mismos. Es el espejo de la burocracia en lugar del conocimiento y eso es muy triste. ¿Cómo escapar? Resistencia individual. No rellenando papeles, corriendo el instante de peligro de decir sacrifico mi carrera académica por hacer lo que quiero hacer porque creo que la posibilidad de conocimiento está en otro lado más allá de lo que la academia dicta. Resistir a los números a través de lo cualitativo y, sobre todo, encontrar el placer en el conocimiento, que es lo que se ha restado. Te puede pasar como a Martín, que te echen de la Universidad, pero a la larga creo que es mucho más sincero y más ético hacer lo que quieres hacer en lugar de lo que debes hacer.
A Martín no le sale del todo mal…
Bueno, dentro de la novela no, después no sabemos qué pasa. A Martín no le sale mal durante el proceso de escritura porque vuelve con un libro debajo del brazo –como va siempre el editor Javier Castro-, pero eso no es lo mismo que volver con un pan debajo del brazo porque ahora no sabe qué va a hacer.
¿Eso significa que puede haber una segunda parte de El instante de peligro?
Hay alguna posibilidad, si no es la próxima novela, la siguiente. Una novela en la que esta situación pueda ser continuada, no en plan trilogía, pero sí una novela en la que aparezca un Martín u otro personaje parecido a él, como Martín se parece al Marcos de Intento de Escapada. No sé, tendría que pensarlo, aunque desde luego la novela cierra algo, igual que ocurre con Intento de Escapada, pero hay que tener claro que hay otra vida después. El felices para siempre no existe, es felices hasta aquí.
¿Sirven para algo las artes y las humanidades?
Sí, sirven para mucho. Pero para algo no cuantificable que no tiene nada que ver con lo que habitualmente se entiende como tal. No funciona como otro tipo de conocimientos en los que se adquiere un sentido práctico. Creo que es un conocimiento que te transforma como persona y que, sobre todo, te hace libre. Esto de la Ilustración todavía funciona. No sé si el conocimiento te hace mejor persona porque también puede llevar a la barbarie. No tiene que llevar a la bondad pero te hace libre y te hace pensar en el mundo con cierta distancia, no darlo todo por sentado. Sin las humanidades, sin las artes, sin la literatura… nos quedaríamos con una sociedad absolutamente autómata, una sociedad que no cuestiona nada y eso es muy peligroso. ¿Para qué sirven? Para crear sujetos que estén relativamente cerca de ser soberanos, si no de ser dueños de su propio destino, por lo menos, sí ser dueños de su propia posibilidad de modificar el destino que han fijado para ellos. El arte y las humanidades emancipan o proporcionan las herramientas para la emancipación y eso es algo fundamental.
Pero no están siendo bien tratadas, ¿no?
Evidentemente. Aunque esto ya haciéndolo a macroescala. ¿Qué es el sistema? El sistema en plan Foucault no es un señor que está arriba, ni son cuatro señores o una comisión que dice no nos conviene gente que sepa. Las ideas del sistema están dentro de las instituciones de poder, están dentro de los modos de economía. El sistema en el que estamos insertos incorpora toda una serie de ideas, requiere para funcionar una serie de individuos que sean autómatas, como si esto fuera Matrix. La diferencia es que no hay un programador, el sistema funciona aquí de un modo mucho más complejo e intenta eliminar todo tipo de resistencia contra él, con lo que hace que, progresivamente, las humanidades tengan menos valor, que los planes de estudio en secundaria, la filosofía vaya fuera, que cada vez más entren intereses económicos en las universidades de modo que se vaya cuantificando una serie de conocimientos que son cualitativos. La manera que tiene el sistema de hacer que la gente no piense es restando valor a ese tipo de resistencia que son las artes y las humanidades. Poco a poco, ese sistema va minando la posibilidad de resistencia. Me lo estoy imaginando casi como una guerra, la resistencia contra el sistema con la dificultad añadida de que no hay un afuera. En las guerras sí hay una resistencia pero en este sistema, las humanidades están dentro de él, con lo cual tienen el mismo virus, el enemigo está dentro. Es muy complejo y vamos a perder.
¿Seguro?
Sí. Con el tiempo, nos quedará una guerra de guerrillas, terrorismo literario, terrorismo artístico. Pequeñas intervenciones, pequeños momentos de intensidad de pensamiento. Una exposición, un libro, una conferencia, dos personas hablando, pensando el mundo…
¿Y la política qué? Parece que no se acuerda de la cultura…
Precisamente la política es una de las herramientas de ese sistema que acaba cuantificando la experiencia. La cultura no entra en las prioridades de la mayoría de los discursos políticos. Desde luego, la política es la herramienta con la que algo se podría cambiar pero ves los debates políticos y te dan ganas de llorar cuando te das cuenta de que ese tipo de necesidades ni siquiera están contempladas. Decir ¿qué pasa con los artistas? parece estar completamente fuera del debate político y el hecho de que esté fuera del discurso hace que realmente esté fuera del sistema: en el momento en el que no se habla de ti, no existes. La cultura acaba siendo mera decoración parasitaria. Hay que tener un ministerio de cultura porque viste, pero no es un elemento transformador y ese es un error grave. La respuesta es muy compleja porque requiere un cambio estructural que no es sólo un cambio político sino de sistema, de mentalidad y eso no sé si va a pasar. Diagnóstico pesimista.
¿Necesitamos al otro para ser? ¿Para ser felices? ¿Para ser recordados? ¿Para encontrarnos tenemos que buscarnos en el otro?
Necesitamos al otro, así en general. Para todo. La única posibilidad de que exista tu conciencia del yo es cuando encuentras al otro, si no, no puedes tener conciencia ni de ti como imagen ni de ti como sujeto. El yo se produce en el diálogo, se produce desde el afuera. Sólo sabemos cómo es el amor, cuando lo hemos visto o cuando lo hemos sentido, sólo sabemos cómo es la amistad cuando la hemos sentido, sólo sabemos cómo es la belleza cuando la hemos visto. Al final, todo tiene que ver con el otro, necesitamos al otro para sentir, para recordar, para ser… El ser se desarrolla en comunidad y siempre con el otro, por eso en la novela El instante de peligro la artista siente que es posible identificarse con el recuerdo del otro. De alguna manera, se proyecta hacia el recuerdo de los demás. Ella no puede recordar y tiene un problema de identidad y la única posibilidad que tiene de ser alguien es a través de los otros haciendo, además, que ellos sigan siendo algo. Por eso el proyecto se llama Fuisteis yo, como el proyecto de Tatiana Abellán. una artista real. La conclusión es que sólo se puede recordar, amar, sentir… a través del otro.
Fuisteis yo es el título de la obra de Anna Morelli, la artista de la novela, el mismo nombre que tiene la obra de Tatiana Abellán, una artista que pertenece a la realidad
Mucha gente me dice ¿no te sientes un poco parásito aprovechándote de la obra de Tatiana? Es una obra que trabaja en ciertas cosas que venían bien a la novela y que dialogaban con ella. Al final, la obra de Morelli se parece mucho a la de Tatiana, parece idéntica aunque no coincide exactamente. Las motivaciones de Tatiana pueden estar al ochenta por ciento pero hay una diferencia que hace que no coincidan completamente. Me interesaba producir un puzle en el que todas las piezas parece que encajan pero luego no lo hacen para que el lector tenga que darle vueltas. ¿Es Tatiana Abellán o Anna Morelli? ¿La artista existe? ¿Es el escritor o el narrador? Ese tipo de incertidumbre me parece fundamental. La novela tiene que ser el espacio de la incertidumbre, de producir estados de incomodidad respecto al conocimiento para provocar que uno cuando acabe de leer la novela diga sí, pero hay algo que no me cuadra del todo, porque las cosas acabadas se acaban y las cosas que están en constante movimiento no acaban nunca.
¿Entonces nunca vamos a sentirnos completos?
Nunca. Bueno, sí, una vez: en la muerte. Sólo hay dos momentos en los que te sientes completo: cuando naces, que eres uno con la madre y cuando mueres, aunque eso ya no te lo sabes. El cadáver ya no desea. Mientras hay deseo somos incompletos, queremos algo que no tenemos. Sin embargo, creo que hay pequeños momentos que son instantes de peligro, de apertura de la historia en el sentido de Benjamin. Momentos en los que no somos completos como el cadáver pero sí tenemos un recordatorio de ese momento de felicidad o de totalidad. Hay un instante en el que dices esto es felicidad, y luego intentas volver a él para recordarlo. Existen pequeños momentos en los que se produce el recuerdo del paraíso, la cosa es saber apreciarlos. El peligro está en dejarlo pasar desapercibido si uno no está atento como si se le fuera la vida en ello. La clave es darse cuenta de esos instantes justo cuando suceden. Y creo que una de las tarea del escritor es dar cuenta de ellos.
Hablas de otras maneras de entender el amor, el amor más allá de la propiedad privada ¿Es demasiado peligroso?
Es una manera diferente de entender el amor y no creo que sea más peligroso que cualquier otro tipo de amor. Hay un mito respecto a la idea del llamado poliamor, de que estás jugando con fuego. Como si no estuvieras jugando con fuego en una relación tradicional. Son diferentes opciones pero no pienso que una sea más fácil o más difícil que otra y que ninguna sea menos peligrosa. No hay nada más peligroso que una relación de pareja. Me parece que eso es jugar con fuego todos los días. El peligro es precisamente pensar que el amor a dos es fácil y que está todo hecho. Creo que eso más peligroso que una relación abierta o a tres o a cuatro en la que estás reconfigurando y pensando continuamente la relación. El amor es peligroso, a tres, a seis, a dos, a uno… Es peligroso a todos los niveles y también maravilloso a todos los niveles. Eso es lo que pienso yo pero habrá que preguntarle al resto del mundo. El amor es complicado.
Una novela sentimental en tiempos de pactos electorales ¿Los sentimientos están de moda?
Los sentimientos están, no puedes evitarlos. Todos los sentimos, todos nos enamoramos, nos emocionamos… Una novela, una conversación o una vida sin emociones, no existe. Sin embargo, hay una tendencia en la narrativa, en el arte y en muchos productos culturales a eliminar las emociones porque parece que no es serio emocionarse, las emociones te hacen parecer débil. El problema es que en el ámbito literario, la emoción parece que está más vinculada con cierto tipo de novela no literaria, la novela erótica o la novela subida de tono. Lo que he intentado es navegar entre esas dos aguas. Entre la racionalidad pura de la escritura culta y la emocionalidad total y cursi de la novela erótica o de la novela más popular. Es como ecualizar, si se te va la pinza de graves o de agudos chirría, te pasas de género o si se te va la sal en la comida. Para mí eso es lo más difícil: intentar integrar un discurso racional con un discurso emocional y que no se vaya hacia ninguno de los dos lados. Creo que es muy difícil escribir de relaciones en el mundo presente y es muy fácil que te tilden de cursi, como ha ocurrido, pero es el riesgo que he querido correr. No me importa que la gente la critique de cursi, que vengan y me peguen, que ya lloraré. No me parece mal llorar, emocionarse y hablar del amor.
¿Qué es el arte?
- Morirte de frío
- Lo único que te mantiene a flote
- Una cuestión de vértigo
- Sentarse a filmar el paso del tiempo
Las cuatro cosas. Según para quién, obviamente. Para Anna es lo único que la mantiene a flote, una garantía de salud: el arte como ancla necesaria para no dejarte llevar del todo por el deseo, el vacío, el vértigo… En la novela es, sobre todo, una garantía, una tabla de salvación. Para mí, quizá no tanto. Es algo que me ha transformado y que me configura pero no tengo ese concepto de manera tan arraigada como Anna, que es un personaje extremo: para ella el arte es todo, para mí es una parte muy importante y si me la amputasen tendría muchas veces dolor de miembro perdido, pero quizá podría vivir. Anna no puede vivir sin el arte y Martín tampoco puede vivir sin escribir o sin recordar. Creo que en los personajes de la novela tanto las emociones, como las pasiones o las aficiones acaban siendo extremas.
Volver ahora a Estados Unidos y publicar una novela sobre un pasado allí ¿Confluyen los tiempos? ¿Se reconocen?
Es extraño porque en realidad no he vuelto exactamente al mismo sitio donde estuve –Williamstown-, pero sí era una situación muy parecida. Es como si la novela fuese una especie de profecía donde voy viviendo muchas cosas que explico. Hay una especie de confluencia de tiempos, como una reverberación, como si la novela reverberase en la realidad, me pasan cosas como lo que escribí en la novela. Suena raro pero es como si al final la novela se hubiese comido la realidad y la realidad se hubiese convertido en la novela. Muchas veces experimento la realidad como si fuese una especie de performance. A veces, da hasta miedo porque hay cosas que pasan en la novela que quieren cumplirse constantemente, como si la literatura quisiera adueñarse de la realidad. A lo mejor, inconscientemente, en lugar de una novela, he escrito unas instrucciones de uso de la vida para ir haciendo todo lo que quiero hacer. Lo que está claro es que la distancia o la frontera entre realidad y ficción no existe y, al final, la realidad se mete dentro de la novela y la novela acaba proyectándose hacia la realidad. Para mí Martín, Anna y todos los personajes, todas las historias y todas las experiencias acaban teniendo una presencia real.
Da algo de miedo…
Da miedo. Por eso la labor del escritor es también una labor ética y de responsabilidad: estás creando una serie de cosas que van a actuar en el mundo real, que van a afectar a lectores, que van a configurar sus experiencias. No creo que uno se pueda tomar la labor del escritor a la ligera y muchas veces parece que es una labor menor. Mi ámbito de producción de experiencia es mínimo, pero es alguno. Es como el cocinero: la gente come, la comida entra en el cuerpo y según haya comido, esa tarde puede ser más feliz o menos, puede producir una experiencia. Al final, esto es como el efecto mariposa, pero en literatura.
Piensa en un instante de peligro que exista incluso cuando ya no quede nadie para recordarlo
El instante de peligro por antonomasia es el no recordar nada, el momento del olvido. Cuando ya nadie pueda recordar quiénes hemos sido, qué hemos hecho o de dónde venimos. Cuando ya nadie sienta que viene de un lugar, sino que parte de nuevo. Ese es el momento de peligro absoluto porque perdemos lo esencial: la sensación de humanidad. La idea de humanidad tiene que ver con una sucesión de generaciones en las que todo lo que somos sólo es posible porque alguien ha sido antes, porque alguien ha hecho algo antes. Nunca nadie hace nada de nuevo: el instante de peligro es el olvido. Y creo que Benjamin estaría de acuerdo con eso. Cuando ya no quede nadie para recordar, cuando todo se pierda como lágrimas en la lluvia. ¿Y todo esto para qué? La filosofía de Benjamin adquiere sentido cuando dices Todo esto es para algo, para que se recuerde, para que se pueda crear mundo a través de lo que hemos hecho. Si no, no tiene sentido. Vivimos en una sociedad donde todo se recuerda, donde Facebook es el que recuerda por nosotros y corremos el riesgo de olvidar y ese sí que es el verdadero instante de peligro: El olvido.
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