Aparece por la puerta de hotel justo cuando giro la cabeza. Llega con la melena mojada como consecuencia de una de las pocas tormentas primaverales que recuerdo. Quizá el tiempo ha decido que la mejor forma de darle la bienvenida a un gallego como Andrés Suárez (Pantín, 1983) es lloviendo. Se sienta a mi lado en el sofá y coge su guitarra para empezar la entrevista. “Con ella me siento más cómodo”, explica. Había escuchado de él que era tímido, que era un tipo de pocas palabras. A diferencia de lo que esperaba, cuando comienzo las primeras preguntas pronto aparece un tipo que no para de hablar, de contarte anécdotas, de reírse, de mirar a los ojos. Ese Andrés que no para de hablar es el que consigue que veinticuatro minutos parezcan cinco, y que la entrevista acabe siendo parte de esa pequeña historia que lo está llevando a él y a su banda por multitud de salas y auditorios españoles, colgando carteles de entradas agotadas y posicionándose como el segundo disco más vendido de España.
¿Cuál es la principal diferencia entre el Andrés de los escenarios y el Andrés de fuera?
El Andrés de fuera me lo reservo a los míos. Hay una faceta de mí, a pesar de mi timidez, que no escondo, porque yo canto a lo que besé y a lo que abracé, canto a la gente. Todo lo que canto lo viví o incluso lo toqué físicamente. Eso ya es publicar tu vida y es una putada para tu timidez y tu forma de ser.
Dicho esto, evidentemente hay una gran parte de mí, una gran faceta, que decido que no sea pública, tanto por cariño y respeto a mí mismo como a esa gente. Y eso no ha cambiado en nada, es decir, ese también soy yo. Sigo siendo el chico de catorce años que salió de Ferrol con una guitarra, aunque ahora tenga treinta y dos. Tengo las mismas ganas, la misma felicidad, la misma gente a mi lado, ese tipo de gente que se cuenta con los dedos de una mano.
¿Nadie te ha preguntado quiénes son las personas de las que hablas?
No, porque ya no escribo para ella o para él, escribo para mí. Ya no me importa si el mensaje tiene receptor, si lo escucha y hay contestación, abrazo, beso o polvo. Me da igual. Escribo por necesidad desde que iba a EGB y cuantos más años pasan, más lo hago por mí, por egoísmo. Las personas a las que canto saben quiénes son. En el momento en el que te lo preguntan todo está perdido.
El éxito no te ha venido solo, llevas una larga trayectoria hasta que has conseguido hacerte un hueco. ¿Crees que es fundamental esa evolución?
Creo que la principal diferencia es la velocidad. La velocidad nunca ayuda al equilibrio. He sido muy ayudado y estoy muy agradecido a gente como Carlos Chaouen, Javier Ruibal, Pedro Guerra, Iván Ferreiro o Pablo Milanés. Pero nadie me regaló nada. Mi sueño y mis canciones tiraron más que mí mismo, nunca dudé de ellas. He dudado más de mi persona que de mi obra. Por eso me fui a Madrid o por eso estoy aquí sentado contigo. A mis conciertos vinieron cero, cinco, siete y luego doce personas. El boca a boca hizo que vinieran veinticuatro, treinta y finalmente empezó a sumarse la gente hasta hoy.
Lo que creo que no tiene que ver con ese equilibrio del que te hablo es meter diez personas en un bar, que suceda algo, ajeno a ti, y que metas diez mil la tarde siguiente. Yo lo respeto, hay casos y está de puta madre. De repente entra ahí mucha pasta, muchos colorines, muchas luces. Pero la pregunta es: si entran diez mil en un mes, ¿se van a mantener ahí mucho tiempo? Hay mucha diferencia. Creo que esta gente que lleva doce, catorce años escuchándome, no se va a ir mañana. Al menos tendremos que darnos los dos un buen motivo para que desaparezcan. Yo no he dejado de ser el mismo. Canto de la misma manera, trato incluso de estudiar para poder crecer como artista y defenderme en un escenario y ellos siguen estando ahí de algún modo. A veces aparecen ya con sus hijos, porque ha pasado el tiempo, pero siguen siendo los mismos y eso emociona mucho. Lo que me mola es que tras trece años de viajes ya tienes familia, ya no son amigos. Ves que con el que te pillabas las borracheras y maldecías a las mujeres viene con su hijo casi recién nacido al concierto.
El otro día, en una promo, me preguntaban que qué opinaba sobre estas fórmulas televisivas veloces, y a veces feroces, de mayor audiencia. ¿Yo quién coño soy para juzgar la carrera de nadie? Igual alguien considera que tiene que ir allí para triunfar. Adelante, vaya usted ahí. ¿Que considero que es más acertado este poco a poco? Sí, considero que es muy importante, sin duda. Creo que es más poderoso el boca a boca que cualquier discográfica del mundo.
Hay muchos cantautores que están escribiendo poesía. ¿Cuál crees que es la relación entre estos dos ámbitos?
Creo que no tiene nada que ver un cantautor con un poeta. El poeta ha llegado a la máxima aspiración a la que puede llegar el ser humano, la máxima transformación. No concibo una realidad superior a la de la poesía, la amo y la devoro, por eso la respeto tanto. El cantautor puede ser un contador de historias, que es mi caso. Yo cuento historias, no soy poeta. Ni me acerco a la poesía. Está de puta madre que hoy en día se saquen mogollón de libros de poesía y mogollón de cds. Es un golpe a favor de la cultura. Ojalá haya más poesía, más creación, se defienda más y los políticos de este país promovieran el país más rico, culturalmente hablando, del mundo.
Todo eso está genial, pero me da un poco de escalofrío esa pérdida de respeto y de levedad del concepto poeta. Todo el mundo tiene un libro de poemas, y todo el mundo es poeta. Está de puta madre, publiquémoslos, tal vez nuestros hijos lean más. Pero, ¿de verdad es poeta? Esa es la pregunta. Yo no soy poeta, yo cuento historias, que es distinto. Estoy muy lejos de ser poeta.
No te gustan las etiquetas, pero aceptas la de cantautor ¿Por qué?
Porque no hay nada que más me guste que llevar la contraria (risas). Digo que soy cantautor porque desde que me empezó a ir más o menos bien, desde que empezaron a llenarse determinadas salas y se vendieran discos y ya empezaban a tomarme un poco más en serio, descubrí que en este país, al que amo tanto musicalmente, el periodista me decía “vamos a decir que eres pop, vamos a decir que eres tal”. Y lo decían con una falta enorme de respeto y miedo al concepto de cantautor.
Hace unos tres años cruzo el charco por primera vez. Y uno llega a Miami, México, Cuba, Argentina… y nada más aterrizar te hablan de Serrat, Sabina, Ismael Serrano… y se ponen de rodillas, lloran y se vuelven locos.
¿Por qué cojones yo me tengo que ir de España para que se idolatre, en este país tan cainita, que parece que siempre quiere más en el mundo de los muertos que de los vivos, la música y la poesía que aquí hay? Me tengo que ir a otro país a que reconozcan realmente esta gente, a que les pongan una estatua, pero en vida. Vamos, no me jodas.
Yo lo reivindiqué para decir que el concepto cantautor debería tener una dignidad y un respeto, ya solo por lo que han hecho social y políticamente en este país. Si tienes una idea política ajena, al menos respétalo por los cincuenta años de carrera de la gran mayoría de los cantautores de este país.
Has sido el segundo disco más vendido de España. ¿Da miedo estar a esa altura?
Mucho. Da mucho miedo por las pequeñas grandes historia que la gente me cuenta. Hay gente que en el año 2015 ahorra para venir a verme. Hay gente que te cuenta que a ver si va dentro de seis meses a un concierto pagando un bus, pagando un hostal, yendo a verte. ¿Qué nivel de responsabilidad tengo? Evidentemente no es todo el mundo y no estoy diciendo que una persona que tenga mucho dinero sea peor por comprar mi disco. Estoy diciendo que el país pasa por un momento extremadamente jodido, que hay familias que lo están pasando extremadamente mal y vienen a verte por las noches y te cuentan su historia, su gran historia, engrandeciendo la mía. Y acojona mucho.
Por ejemplo, Vistalegre, diez de enero. Miles y miles de personas en Madrid. Tienes que estar supere feliz porque lo conseguimos, viene gente. Pues la media hora antes del concierto fue la peor de mi vida. De plantearme cancelarlo. Estaba en el camerino con las fotos de mi familia, de mis amigos, de la playa de Pantín… y mientras trato de calmarme, estoy oyendo gritos de miles de personas. Y yo sólo pienso ¿qué cojones hago aquí? Al tema tres se te pasa, pero ese momento anterior no es de felicidad, es de responsabilidad. Así que sí, estoy feliz. ¿Pero es vértigo? Todo. Espero estar a la altura del cariño y del voto de confianza que me ha dado la gente.
Has comentado que se dice que el cantautor es una persona triste. ¿Estás de acuerdo con esa afirmación?
Hay una canción en el disco que se llama Clasificados. Se la hice a una pareja de chavales que vinieron a un concierto, que fueron buscando visa para un sueño como yo a Madrid y estaban a punto de ser desahuciados. Me contaron su historia y que era ella la que tiraba de él. La chica no se sacó la sonrisa de la cara durante los cinco minutos de conversación, contándome que tenía su vida en cajas y que iba a venir los antidisturbios a sacarlos. Yo le pregunté cómo cojones podía sonreír y ella me dijo que la esperanza se podía perder, pero el humor nunca. Creo que viene al caso. Yo trato de esconder, además de mi timidez, una forma de ser melancólica. Crecí en una tierra que llueve once meses al año. Puede ser que en la melancolía, en la soledad o en la tristeza las canciones circulen mejor, con más levedad o con mayor velocidad. Por eso estoy más contento de haber sacado este disco, más luminoso que cualquiera, con canciones como Te Va a Pasar, una canción a la persona a la que más he querido, que ahora es mi ex y que de repente es el mayor acierto de mi vida. Una canción que habla de un polvo en un hotel o de un amor en Sevilla está, para mí, rodeado de luz y de buen rollo. Salí tras dos discos de la depresión, de este estado de composición y creación con elementos que tienen que ver con la peligrosidad y con el Libertad Ocho. De escribir sin salir de casa, con la persiana bajada, llorando. Dejé de hacerlo y de repente este disco era distinto.
Podemos tener una etiqueta de melancólicos porque bueno, sí, igual sea más cómodo para la creación o la reproducción, pero no significa que no haya sentido del humor o que no haya risas. Tenemos a Javier krahe. No creo que haya humor más elegante. Está también Javier Ruibal, ¡la sorna que tiene escribiendo ese hombre! Hay muchísimos casos. Para mi cantautor es Juan Luis Guerra y con él lloro de la puta risa. Creo que se ha salido de ese concepto gris que rodea la semántica cantautoril.
Hablas de una pareja que estaba a punto de ser desahuciada, pero que no dejaba de escuchar música ni de sonreír. ¿Crees que la música es una forma de movilizar a la gente?
Completamente. Algo que ellos mismos me dijeron es que no dejaron de escuchar música. Cada día que se levantaban escuchaban a Pablo Guerrero y su tiene que llover a cántaros. Era acojonante. Era una chica extremadamente fuerte. Tenía una mirada que te impresionaba, parecía de mi tierra, del norte. Creo que con más música y que con más sexo todo iría mejor (risas). Cuando yo empezaba en Galicia, a los 14 años, en la Xunta ganabas un premio y te daban 5000 euros, te daban pasta para una maqueta o te compraban un equipo de música. Y empezaba a moverse un apoyo a la gente que empezaba. Ahora me voy de promo y me hacen entrevistas gente que también se quiere dedicar a esto y se les caen las lágrimas contando que no sabe cómo puede hacer para que les escuchen. Se están acabando las salas de conciertos, las escuelas de música, los locales. Tenemos un país no valorado musicalmente.
Estudiaste piano y guitarra ¿Crees que la formación es fundamental para un músico o un cantante?
Sí, creo que ayuda mucho. Es cierto que con la música me ha pasado en algún caso que no sé si es do o si es re, pero te hacen una canción y te revientan por dentro. Me ha pasado, pero han sido casos extremadamente mínimos. No por estudiar más vas a ser mejor, ni vas a tener más magia, pero a mí, a día de hoy, aquellos años horribles en un edificio frío, húmedo, con profesores que poco tenían que ver con un chaval que comienza… a día de hoy no sabes cómo lo agradezco. Me ha ayudado mucho a, por lo menos, tener una determinada base, una consistencia al pisar el suelo de un escenario.
En tu página web hiciste un concurso donde la gente podía enviarte su pequeña historia. ¿Crees que es una forma de acercar a la gente tu música?
Esto de renovarse o morir debe ser cierto. Yo era de los odiaba las redes sociales. Cuando empezó el Myspace de repente todos mis compañeros de profesión hablaban sobre quién les escribía, sobre seguidores o sobre la cantidad de me gusta que tenían. Se convirtió en el mundo paralelo del ego. A pesar de ello, comenzó a aparecer el lado bueno, la promoción gratuita de tu música. Podía oírte un tío en Argentina por darle al play.
Yo lo odiaba porque quería ver cine, tocar mejor la guitarra, el piano… y las redes sociales me quitaban cuatro horas por la tarde. Empezaba a contestar y me levantaba de la silla a las diez de la noche. Un día lo mandé a tomar por culo y dije que eso no valía para nada. Desaparecí y de repente lo pagué caro. Yo veo una red social y no sé si eres tú. El contacto físico o la mirada son otras cosas. Sin embargo, pones ahora mismo con el móvil que toco en Murcia a las siete y se enteran doscientas mil personas. He aprendido a quererlas y a llevarme bien con ellas.
Esta idea en concreto fue realmente una iniciativa de la discográfica. Querían que hiciera una especie de Libertad Ocho en las redes sociales, con mi productor, Alfonso Pérez. Había una cámara y de pronto me estaba escribiendo gente desde Perú, de Colombia, de Venezuela… Tal vez en esta renovación esté también una clave del éxito que es no perder esa cercanía con la gente.
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