Fotos: Sergio Mercader.
– Bunbury es híperpuntual– dicen a mi lado, casi como un aviso.
Los nervios flotan en el ambiente. Confieso que yo también me empiezo a sentir algo ansioso. Hace unos cuantos años que no le veo encima de un escenario y tengo ganas. Son las 22.29. El concierto está programado a y media, así que va a empezar de un momento a otro. Frente a mí el imponente escenario en la plaza de toros está abarrotado de luces. En un arco de ellas se lee ‘Expectativas’. Apenas pasan y media cuando los músicos comienzan a salir al escenario. Y entonces llega él. El mito, Enrique Bunbury. Y lo hace adoptando una de sus clásicas poses, que mantiene bajo flashazos frente al micro. La razón por la que unos le odian es la misma por la que otros le adoran: es un showman. Bunbury sabe que a partir de cierto nivel uno no triunfa sólamente por las letras ni sólamente por la voz. Y aunque él no anda falto de ninguna de las dos, ha sabido forjar una leyenda, un mito, a su alrededor. Un rockstar es algo más que un músico. El público grita cuando suenan los primeros acordes de ‘La ceremonia de la confusión’, la canción que abre su último álbum y que da título a esta gira.
En la espalda de su chaqueta blanca una ‘X’ roja. Vuelve a posar entre luces y flashes de cámara y el público vuelve a enloquecer. Nos da la gracias por nuestro entusiasmo una vez más y un amigo me comenta que hace tiempo que no le veía tan contento con el público en un concierto. En cierto modo eso me halaga. Tras el repaso a su último álbum viene el repaso a su discografía. Desde ‘Tesoro’, del ‘Espíritu del Vino’ (lo que él llama “la prehistoria”) a ‘Despierta’, la canción que sirvió para promocionar ‘Palosanto’, quizás uno de los puntos más flacos de su discografía, todas son recibidas con entusiasmo por el público e interpretadas magistralmente por los músicos. Nos presenta a su banda y prosigue el show.
Cuando toca ‘Maldito Duende’ se baja e inmediatamente el 60% de las personas que estaban repartidas por la pista avanza a empujones hasta las primeras filas, ansiando tocarle o, mejor aún, ser tocados por él. Una amiga, la misma que avisaba sobre su puntualidad, se vuelve cabeceando. “Es literalmente imposible acercarse”, lamenta. Aquí viene el descanso.
Cuando vuelven las cosas se suceden con rapidez, lo cual siempre es una buena señal en un concierto. Vienen los platos gourmet. ‘De mayor’, ‘El extranjero’, ‘Si’, ‘Lady blue’…el final del show se acerca y para la última canción pide que las personas en las gradas enciendan las pantallas de su móvil. La estampa es absolutamente preciosa. Todos juraríamos que se despedirá con ‘Y al final…’, pero nos sorprende con ‘La constante’, del último disco. Se despiden y se marchan. No con un “hasta la próxima”, sino con un “hasta siempre”. Miro el reloj, han pasado poco más de dos horas pero parece que no haya pasado ni media. Me veía otro concierto entero sin dudarlo.
Y eso es lo verdaderamente importante y que hará que todos volvamos en la próxima gira.
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