Huele a invierno y a lluvia a lo lejos. Estamos en Cartagena, en el Antiguo Hospital Militar de Marina. El que hoy alberga las aulas donde cientos de jóvenes se preparan para ser ingenieros industriales. Es un lugar de muros anchos, de multitud de arcos de medio punto. Un lugar dominado por la luz que regala el patio que preside el edificio. Es un lugar que huele a pasado y a historia. Que hoy huele a niños y a libros. A jóvenes lectores. Y es que esta mañana tiene lugar la inauguración del Premio Hache, el hermano pequeño del Premio Mandarache. Ese premio tan democrático y fuera de lo común que entregan los más jóvenes amantes de la literatura.
Con una sonrisa contundente y verdadera, con unos ojos que irradian dulzor y vitalidad a partes iguales, con una voz certera y amable llega Elvira a la rueda de prensa. Elvira Lindo. La madre, el alter ego, de Manolito. Sí, de Manolito Gafotas. Bueno, mejor llámalo Manolo, que se está haciendo mayor. Todos queremos hacerle preguntas. Queremos saber. Saber qué se siente al estar nominada a unos premios tan divertidos como los Hache. Saber por qué, después de diez años, ese Manolito con el que nos divertíamos antes de ir a dormir ha decidido volver para hacernos reír a carcajadas mientras creemos, por unos instantes, que hemos vuelto a tener doce años. Saber, incluso, si a Manolito Gafotas le gusta leer.
La información se sucede con celeridad. Elvira responde sin prisas, con sosiego y amabilidad, como si fuera la primera vez que habla de Manolito o de su labor como escritora. No habla, sino que cuenta. Cuenta historias también aquí, convirtiendo lo que pudiera ser una rueda de prensa aséptica y sin encanto en una pseudo entrevista cercana y motivadora.
Manolito (bueno, mejor Manolo) vuelve. Vuelve ahora que la escritora que cuenta sus historias se ha tomado un descanso. Quiso probar, probarlo todo, redescubrirse, buscar en cualquier parte eso que llaman literatura. Manolito ha crecido, no mucho, para que podamos reconocerlo. Sigue sin llevar lentillas, pero ya no duerme con su abuelo y aunque sigue siendo su favorito, ahora tiene que compartir sus historias con la Chirli, esa niña prodigio a la que es inevitable no adorar. Probablemente no sea la última vez que tengamos noticias de este gafotas porque la escritora parece tener ganas de ver, dentro de unos años, cómo trata la vida a su compañero de aventuras agridulces. Quizá los que crecimos con él, merezcamos ver qué ha sido de un niño (como lo éramos nosotros) que ha podido disfrutar de la infancia durante mucho más tiempo.
Y es que es ahí donde radica parte del éxito de Mejor Manolo. No se trata de una novela infantojuvenil, sino de una novela humorística transgeneracional. De la que vas a disfrutar tanto tú, como tus padres. Va a pasárselo bien hasta tu abuela. Lo que ocurre con Manolito es eso. Te conquista con su sentido del humor y te mantiene atrapado con su inocencia, con la cotidianeidad de sus aventuras y desventuras, con su vitalidad. Igual que ocurre con Elvira. Es cierto. No resulta difícil comprobar lo que ella misma afirma: Manolito soy yo.
Sigue respondiendo con entusiasmo. Se desprende de su mirada cálida. Habla de esos locos bajitos y la lectura. Esos que la leyeron. Que la leen. Esos a los que considera especiales porque han aprendido a estar solos, a hacer algo que al unísono, los aísla y los acerca al mundo. Y el que eso ocurra, dice, depende más de los padres que del colegio. De la actitud de los padres ante el saber, ante el conocimiento, ante los cuentos.
Elvira está nominada a los Premios Hache y lo que le gustaría, evidentemente, es ser la ganadora. A la vista de lo que sucedió después, no parece que sea algo demasiado difícil…
Un piso más arriba, en el paraninfo, la esperan impacientes seiscientos niños. Todos rondan los doce o trece años, la misma edad que ahora tiene el niño sobre el que han leído. Bastan un par de minutos para que el alboroto que inunda la sala se deshaga en preguntas firmes, inteligentísimas y más imaginativas de lo que podría creerse. Y es que ellos son niños. En ellos vive la fantasía y la curiosidad, la inocencia y la pasión.
Con más de una treintena de preguntas bombardean a la escritora. Quieren resolver todas sus dudas. Encontrar todos los porqués que les han surgido al leer el libro que, dentro de poco tiempo, tendrán que votar. Preguntas con las que quieren saber más de los personajes que merodean por Mejor Manolo y que van desde unos ¿Por qué la madre de Manolito pasa tanto de él y le hace tanto caso al imbécil?, ¿Por qué Manolito es tan infantil y a la vez tan maduro? O ¿Por qué está tan obsesionado con que su nueva hermana es adoptada? hasta un curioso ¿Por qué escribiste que Yihad cree que el Orejones López es gay? Preguntas dirigidas no ya tanto a la novela sino a la escritora, como ¿Cuál es tu lugar favorito?, ¿De qué libro te sientes más orgullosa? o la brillante ¿Qué te gusta más: leer o escribir?.
Se agota el tiempo como se agota siempre. Pero no se agotan las preguntas. No se agota la curiosidad. Se escucha a los niños decir ¡Yo también quería preguntar! Y esa quizá, sea la noticia. Los niños leen. A los niños les gusta leer. Leen y tienen preguntas. Quieren saber más.
No todo está perdido.
Fotografías por Santiago Ros.
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Qué bonito es leeros. Cuántos recuerdos me vienen de pronto y qué ganas locas de bajar de la estantería todos mis libros de Manolito, apartar los apuntes un rato y devorarlos uno tras otro hasta el último punto.