La primera vez que escuché a Elvis Perkins me encontraba en un campo de césped, acostado con un mini, a una edad lo suficientemente temprana como para no arrepentirme de haberme bebido otro, y después otro y tras ese otro más. No sabía mucho inglés (ahora tampoco), pero cuando empezó a tocar no tuve más remedio que atender, relajarme y disfrutar.
Hubo un segundo momento clave que convirtió a Perkins en algo más. Una nochevieja en la que todo el mundo estaba vencido pero aún quedaban algún idiota tan idiota como yo como para bailar una última vez. Elegimos Doomsday y yo era el bombo (curiosamente nadie hizo de Elvins Perkins).
La tercera vez ha sido esta, un concierto más cercano, con Perkins cara a cara, casi desnudo, pero algo cambiado. Como yo, copa de vino en mano (en la carta de cata decía que tenía notas de pastel de chocolate. No lo sé, pero estaba muy bueno), que ya no lo escucho como antaño, que atiendo a los detalles y que me dejo llevar por lo melódico de sus desamores. Pero como decía, algo ha cambiado, y no sé si termina de gustarme.
Arranca el concierto con un tema de su nuevo álbum, y lo primero que me llama la atención es que se ha sustituido prácticamente todos sus instrumentistas (excepto ELLA) por un sintetizador. Pero no es un mal comienzo, pues un sonido que casi se confunde con el temblor de un seísmo comienza a ligar con la voz de Elvis, potenciando así su esencia melancólica. Interesante, aunque sigo echando en falta el clasicismo (será porque llevo dos copas de vino).
Le siguen varios temas, también nuevos, pero el sintetizador no ayuda a mejorarlos todos. De hecho, en ocasiones se elegían sonidos que eran exactamente iguales a los de un órgano en una boda de hace veinte años. Pero aún podemos aferrarnos a los sonidos de los instrumentos de la única instrumentista clásica (bajista) que mantiene Perkins, que a veces parece enfrentarse directamente a la experimentación. Nos quedamos algo fríos por estar acostumbrados a mucha más calidez, pero aún queda concierto, la bajista además del bajo toca el harmonium, y yo creo que, o bien me he enamorado o bien me estoy pasando con el vino.
Es entonces cuando suena Doomsday, y es entonces cuando me indigno un poco. Porque Perkins decide versionarla para hacerla mucho más lenta, mucho más pesimista. Y si Doomsday es la celebración irónica del fin de los días, ¿dónde queda la gracia entonces? Y lo más importante… ¿dónde está el bombo? Muy mal Elvis Perkins, muy mal.
Pero cuando ya creía que todo estaba perdido, Perkins se arranca la coraza y se queda solo en el escenario con un termo en vez de cerveza, y es entonces cuando uno se da cuenta de que la esencia de este cantautor gana cuanto más limpia es. Su voz y su guitarra nos transportan al mundo de absoluta melancolía al que nos tiene acostumbrados. Y yo llevo ya tantas copas que he dejado de contarlas.
Total, que hay un penúltimo tema en el que un espectador sube al escenario a tocar la guitarra de Perkins, prácticamente en las nubes. Y como colofón llega Shampoo, que nos pone a todos los pelos como escarpias y cuyo broche final es la adición en los últimos segundos de sus músicos, a veces sobrantes, otras ideales, pero al final necesarios para su reinvención.
Y aplaudimos contentos porque al final Elvis Perkins sigue siendo Elvis Perkins, yo me he pasado (y mucho) con el vino, y la bajista, por si no lo he dicho ya, es realmente guapa.
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