Dentro de cuarenta años la figura de Kevin Smith será entendida de muchas maneras. Para algunos será un ejemplo de un autor condenado a convertirse en su propia caricatura. Para otros, un director al nivel de aquella generación (Richard Linklater, Quentin Tarantino) apadrinada en sus inicios por la añorada Miramax.
El cine del director de New Jersey nunca ha renegado del romance como parte indivisible de sus personajes. En Persiguiendo a Amy (1997) Bob el Silencioso decide hablar y ni su amigo Jay ni un futuro Bruce Wayne (atormentado por las anteriores relaciones sexuales de su actual pareja) son capaces de hacerlo callar.
Sorprendentemente descubrimos que lo que Kevin Smith quiere decir (nos) importa. Los diálogos enmudecen en vez de hacer reír. Ben Affleck se pone a escuchar. Y nosotros con él.
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