Yubaba tiene poder sobre los demás porque les roba sus nombres.
Guarda en secreto tu nombre verdadero.
Si te roba tu nombre, nunca podrás volver a casa.
“Identidad”, una curiosa palabra que lo engloba todo y que a veces no significa nada. La razón por la que los locos pierden la cabeza, la razón por la que los cuerdos nunca llegan a volverse locos. La identidad de uno se forja con los años, por eso el mundo está lleno de infelices que no la conformaron como debían, y de infelices que creen que es posible ser feliz sin tener la suya propia.
Tener una identidad propia es un proceso duro, muy duro. No los ves porque se camuflan, pero muchos monstruos a tu alrededor están tan ávidos de identidad, que son capaces de oler la tuya a kilómetros de distancia . Estos monstruos solo piensan en destruirla, ni siquiera en absorberla, ¿de qué les serviría, si una vez tu identidad se ha ido no hay forma de recuperarla?
Es cuando uno deja de ser niño cuando comienza la búsqueda de la identidad. Todo en ti conforma la identidad, incluyendo tu nombre. Pensad en una persona, pensad en cómo se llama, pensad en ella con otro nombre. No cuaja, ¿a que no? No tiene sentido pero es así, es algo que no puede explicarse, una esencia. Eso es nuestra identidad.
La vida nos pondrá pruebas, una tras otra y hasta el fin de nuestros días. Pruebas que pondrán a prueba nuestra entereza, y será ahí cuando nuestra identidad decida quedarse con nosotros o largarse para siempre. Nuestra identidad nos obliga a ser de cierta manera, nos hace firmar un contrato de por vida que si rompemos u olvidamos (y creedme, querréis romperlo u olvidarlo muchas veces, sobre todo al despertar), se irá para no volver jamás.
No es que lo hayas olvidado, es que simplemente no puedes recordarlo
Decía que es cuando uno deja de ser niño cuando comienza la búsqueda de la identidad, y es un viaje tan duro y tan increíble que supera cualquier fantasía. No en vano las fantasías son creaciones que surgen de las mentes de personas con identidades inmensas. Mentes como la de Hayao Miyazaki, un director de cine, un dibujante, un artista y un pensador torturado por la pregunta que nos tortura a todos pero que no solemos plantearnos: ¿qué pasaría si hubiese nacido en otro lugar, con otro nombre, en otro momento, con otros padres, con otra sexualidad…?
A Miyazaki le obsesiona la pérdida de la identidad. Le gustaría serlo todo a la vez pero sin soltar nunca las amarras que lo mantienen fijado a su esencia. Pero no hay problema, porque para eso está el cine, la lectura, la música, la fotografía, la química, la física, la genética… y la animación. «El viaje de Chihiro» es solo uno de los tratados de Miyazaki sobre la pérdida del propio ser, pero no existe film que contenga su firma donde no se planteé la misma duda de mil formas diferentes.
Chihiro es una niña que viaja a un mundo hostil donde su nombre es su mayor tesoro. Le insisten constantemente en que debe guardarlo con mucha precaución, si llegasen a robarlo jamás podría volver a casa. Yo estuve a punto de perderlo porque creía que había algo que no funcionaba en mi identidad, porque creía en el juicio de algunos, y si llego a perderla ahora mismo no estaría escribiendo estas palabras, básicamente porque ya me habría rendido ante la vida.
Y Haku ha perdido su nombre y ahora deambula como un dragón por la Ciudad de los dioses. Cree que está encerrado, que no puede escapar, pero en realidad lo único que lo retiene ahí es él mismo. Es Chihiro quien se da cuenta de su verdadero problema:
– Si salgo de aquí me enfermaré.
– No Haku, si te quedas aquí enfermarás.
Muchos nos sentimos como Haku, encerrados en una vida a la que no sabemos cómo hemos llegado, lamentándonos de nuestra mala suerte por no haber conseguido lo que queremos. Odiándonos porque somos capaces de diseccionar nuestros errores y examinarlos con lupa, morirnos de vergüenza y de asco, despreciarnos y vernos como a verdaderos cretinos, no ver nada de lo bueno que ocultamos.
Cuando Haku se transforma en dragón se siente más libre, cuando Haku no es Haku, se siente mucho más libre. Y los dragones son tontos y buenos, y los monstruos que intentan robar identidades malos y listos. Y el mundo se desequilibra porque los dragones no luchan contra los monstruos, contra la vida que nos imponen frente a la que queremos. Pero es entonces cuando aparece Chihiro.
El amor surge, porque Miyazaki siempre ha adorado las historias de bellas y de bestias. Las bestias pueden ser bestias muy feas (porco rosso), o personas guapas con mentes muy bestias (Haku), pero para Miyazaki, y para mí también, las personas que se enamoran de otras nos salvan de nosotros mismos porque ven nuestra verdadera identidad y la abrazan, evitando así que la destruyamos. Y esa es una sensación tan intensa que sería capaz de resucitar a un muerto
No es tan complicado como parece, o puede que sea mucho más complicado de lo que es, pero al final la clave de todo es saber qué es de verdad y qué no lo es. Tú eres quien eres, e ir en contra de ti mismo solo te traerá problemas. La identidad de cada uno marca un poco los pasos que debemos seguir, y sin la identidad no hay camino, no hay sentido ni dirección.
Miles de personas vagan, deambulan de un lugar a otro sin saber exactamente por qué. Pagan sus facturas y besan a sus mujeres pero no saben lo que es el amor. Descartaron sus sueños porque el riesgo a volverse loco era demasiado alto. Poco a poco se convierten en un “sin rostro”, seres sedientos de envidia que lo engullen todo a su alrededor (muchos padres de hoy en día lo son).
Chihiro tuvo que hacer frente a muchos problemas porque habían cosas en ella misma que no le cuajaban, y vivió una pesadilla que acabó convirtiéndose en el viaje de su vida. En ese viaje pasó muchos malos momentos (recuerda, cada mañana de tu vida), pero al final del camino encontró amigos, conoció lugares, maduró y, sobre todo, encontró el amor. El de verdad.
Es necesario que la gente pronuncie la palabra amor y no suene a empalagoso. Que se pronuncie la palabra amor y no signifique príncipe, ni princesa, ni viajes ni rosas ni libros ni poemas. Que la palabra amor no signifique perfección, destino ni señales. Que lo perfecto no existe y que si existiese sería un auténtico coñazo.
Que se pronuncie la palabra amor y se nos venga la cabeza eso, verte, dentro y fuera, ver tu identidad, abrazarla, vigilarla muy de cerca para que nunca se escape, ni la parte buena, ni la parte mala, ambas igual de necesarias.
Así que mira bien quién está cerca de ti porque uno no puede mantener su identidad solo, necesitarás ayuda. Rodéate de quien te motive a ser tú mismo, y aprende a localizar a los monstruos para alejarte de ellos antes de que te convenzan de que las arenas movedizas no son tan malas. Y si elijes a alguien para caminar tu camino, que sea aquel que te haga ver cuáles los únicos límites reales de tu vida, no los miles y miles que tú crees tener:
Los límites son solamente tres, Chihiro. El cielo, la imaginación y tú misma
En definitiva, que el mundo sea un poco más como el del eterno Hayao Miyazaki.
2 Comments
[…] está repleto también del imaginario de Miyazaki, al que ya rendí mi propio homenaje (y no el último). Esto me gustó menos, porque ya es demasiado mainstream y tengo la hipsteriana […]
Fantástico! Me encanta. Felicidades! 👏🏼