Últimamente parece que las epopeyas cinematográficas de supervivencia han vuelto a ocupar un lugar destacado en las carteleras, solo hace falta recordar las recientes Everest, En el Corazón del Mar o la última peripecia espacial de Ridley Scott, Marte. Ante este panorama, el oscarizado director Alejandro González Iñárritu regresa con su nueva película, El Renacido, un drama de supervivencia basado en hechos reales que nos cuenta la odisea del trampero norteamericano Hugh Glass que, al resultar herido por el ataque de un oso, es abandonado a su suerte en pleno salvaje oeste.
La película tiene uno de los arranques más impactantes del cine moderno con una escena que, irremediablemente, recuerda a la del Desembarco de Normandía de Salvar al Soldado Ryan. Las dos escenas presentan similitudes, nos retratan de manera cruda y realista el terror, la incertidumbre y el desasosiego que se vive en el campo de batalla. El miedo de los combatientes, los vómitos, los gritos y los cuerpos desplomándose al suelo; ambos directores nos pintan un cuadro terrorífico y realista de una contienda en la que no se aprecia ni un ápice de humanidad. Mientras que Spielberg se decanta por rodar la escena con una elevada velocidad de obturación, Iñárritu, con la intención de sumergir al espectador en el mar de caos que se despliega ante sus ojos, apuesta por planos secuencia y panorámicas de 360º. Un alarde de virtuosismo técnico que se ve reforzado por las lentes de 40 mm, que permiten al director realizar planos cercanos e intimistas sin dejar de capturar la enormidad del paisaje. Esta dirección, que es perfectamente reconocible del cine de Iñárritu (Birdman es, en si misma, un enorme -y falso- plano secuencia) se mantiene durante todo el film. Todos los planos de la película tienen una composición perfecta, una belleza arrebatadora y consiguen retratar a la perfección esa naturaleza fría, despiadada pero, a la vez, hermosa gracias al magnífico trabajo realizado por el director de fotografía Emmanuel Lubezki, que convierte cada plano en un cuadro que hubiera firmado cualquiera de los grandes maestros de la pintura.
La película no es una carcasa técnica vacía. Iñárritu, como es habitual, imprime a la dura odisea del protagonista una gran carga filosófica y mística, que nos permite empatizar y meternos en la piel de Hugh Glass. Los sueños y visiones del protagonista están perfectamente integrados en una historia cargada de filosofía existencialista y espiritualidad. El protagonista consigue renacer una y otra vez, incluso Glass afirma que no tiene miedo a la muerte porque eso ya lo ha vivido. A Glass ya no le queda nada en la vida, no tiene razones para vivir; es su alma la que lucha por sobrevivir y lograr la ansiada venganza para así poder, al fin, descansar en paz. El director, influenciado por el cine contemplativo de Tarkovski (al que en ocasiones copia plano a plano) y la poesía visual y narrativa de Malick convierte lo que podría haber sido una simple y clásica historia de venganza en una retrospección al pasado menos glorioso de EEUU y una reflexión sobre el ser humano y su relación con la naturaleza. Todos estos elementos están mejor integrados que en su anterior trabajo, Birdman; película en la que el misticismo terminaba por romper la coherencia del relato.
Es imposible hablar de El Renacido sin mencionar la esplendorosa y sufrida interpretación de Leonardo DiCaprio, de la que no sabemos hasta que punto es ficticia, pues las condiciones del rodaje fueron extremadamente duras. Todo sea por recoger el ansiado Oscar, al que también aspira uno de sus compañeros de reparto, el omnipresente y camaleónico Tom Hardy, que acepta un nuevo desafío al pasar del calor asfixiante del desierto de Namibia al clima gélido de Alaska.
Iñárritu ha vuelto con ganas de más. El director consigue el equilibrio perfecto entre cine comercial y autoral con una película épica y emocionante, de aliento místico, poético y metafísico, que consigue hipnotizar al espectador durante sus más de dos horas y media de duración y hacerle reflexionar sobre la verdadera naturaleza del ser humano. Una película necesaria; una experiencia cinematográfica y sensorial.
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