Siempre que Steven Spielberg estrena película se puede notar esa sensación de expectación y de acontecimiento cinematográfico entre los cinéfilos. Aunque el Rey Midas de Hollywood lleva unos cuantos años dándonos una de cal y otra de arena -entregándonos producciones respetables pero que no enamoran como hacían antaño- no se puede obviar su oficio, pues Spielberg, sabio conocedor de cómo funciona esto del séptimo arte, sigue manejando la cámara como pocos, sabiendo dónde y cómo colocarla para expresar lo máximo con muy poco; además de apostar por escenarios y localizaciones reales, que otorgan más realismo a sus historias.
El Puente de los Espías supone la vuelta del mejor Spielberg. No el más espectacular pero si aquel que otorga alma y sentimiento a una historia que tiene cosas de su propia experiencia y con la que quiere honrar a una persona que en tiempos convulsos hablaba de derechos, ideales y justicia. Esa persona es James Donovan, un abogado de Nueva York al que se le asigna el caso de defender a un espía ruso detenido en suelo estadounidense en plena Guerra Fría. Si la situación ya de por sí no es comprometida, súmenle a la ecuación que un espía americano es capturado en territorio soviético. ¿Cuál es la solución? Un intercambio.
El encargado de darle vida a ese abogado no es otro que Tom Hanks, actor fetiche de Steven Spielberg, que vuelve a interpretar a una persona corriente cuyos ideales no concuerdan con los de la época que le ha tocado vivir. Hanks, sin histrionismos ni adornos en su actuación, consigue dotarla de una credibilidad que traspasa la pantalla. Con una actuación entre Camino a la Perdición y La Milla Verde, es curioso ver como Hanks se ha especializado en personajes que consiguen ver, en el presunto enemigo del relato, una chispa de luz y humanidad, como ya ocurría en la película de Frank Darabont.
Spielberg y Hanks son una dupla que ha aportado grandes cosas al séptimo arte, pero en este caso no son la dirección (sabia) ni las actuaciones (soberbias) las que engrandecen el filme. Spielberg se apoya, sorprendentemente, en los diálogos para generar tensión. Un guion escrito por Matt Charman y los hermanos Coen que brilla tanto en su parte de drama judicial como en su parte de thriller político. No soy un gran admirador de los Coen, no consigo pillarle la gracia a estos hermanos que muchos consideran los maestros del thriller, del humor negro y que consiguen retratar como nadie los bajos fondos de la vida norteamericana, pero es imposible no alabar la mordacidad y la crítica social y política que emana del guion. Un guion que, curiosamente, está más cerca del universo de Sorkin que del de los Coen; quizás por eso me guste tanto.
En definitiva, una película de otro tiempo. Uno entra en la sala y puede pensar que Spielberg es Capra y Hanks un renovado James Stewart, pero a la salida se da cuenta de que está en pleno 2015 y de que se ha obrado el milagro: cine clásico en tiempos modernos.
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[…] el contraste? A ver cómo os explico esto sin ser objetivo (objetivo ya fue mi querido compañero Alejandro)… es un “algo” que solo puedo explicar con […]