Todo empieza con tres sillas. Don Adolfo se sienta en un lateral del plató, frente a él una joven. Intuyo que se trata de la candidata a la presidencia, y él es el ex-presidente del gobierno. Entre ellos el se sienta el moderador. Una voz potente pero no es la de Constantino Romero, tiene el aspecto de Bertín Osborne e insinúa una elegancia casi digna de Iñaki Gabilondo. Los oponentes comienzan a debatir sobre reformas económicas, laborales, educativas… es consecuente la disyuntiva de tomar uno u otro camino en cuanto a las decisiones del país. Entonces, ambos llegan al mismo punto: la clave está en la Transición.
Bajo unos himnos de la talla de “Mi querida España” de Cecilia, tan censurado en su momento, las luces del plató se tornan azules y el escenario se convierte en una clínica en la que un loco, anónimo y senil Adolfo, encarnado en la piel de Antonio Valero, recrea episodios de tan emocionante periodo histórico pensando que él no es más que el mismísimo Adolfo Suárez.
“Para entender cómo somos tenemos que entender cómo fuimos”
Según las enciclopedias, los libros de texto y Wikipedia, sabemos a grandes rasgos lo que fue la Transición Española: «es el período histórico durante el que se llevó a cabo el proceso por el que España dejó atrás el régimen dictatorial del General Francisco Franco y pasó a regirse por una constitución consagrada en un Estado social y democrático de Derecho».
Pero Alfonso Plou y Julio Salvatierra, dejan claro a través del ir venir de los personajes esta obra de teatro que para los españoles, sobre todos aquellos que la vivieron en primera persona, la Transición significó además de la llegada de la democracia supuso un flujo de manifestaciones culturales impresionante. Este ir y venir de personajes de una manera satítica y divertida demuestran que con la Transición también llegó la fiesta, los nuevos garitos (y las drogas), el Rock and Roll en la plaza del pueblo, los Beatles, los Rolling Stones, los mundiales de fútbol y Naranjito… Todo lo que sucedía fuera de España llegaba a España por fin, y los españoles se enriquecían culturalmente y los convierten en lo que somos hoy en día.
Al terminar la obra, me di cuenta de que Adolfo Martínez no era más que un senil Alonso Quijano que quería ser Don Quijote, el caballero que lucha contra gigantescos molinos de viento. Aunque, nuestro ilustre hidalgo quiere ser Don Adolfo Suárez, quien fue un admirable y luchador presidente, y en este caso luchar contra el tiempo y la pérdida de la memoria. Y me atrevería a mencionar una pérdida de valores en una época decadente, en la que solo un loco con sueños vanos puede ser feliz.
Es un trabajo maravilloso, y además debió de ser difícil dirigir a tantos actores con tantos personajes. La iluminación y la escenografía tampoco pasan desapercibidas con esas cristaleras a modo de pantallas. Y tampoco quiero olvidarme del gran trabajo que debe suponer buscar las imágenes y vídeos clave que complementan a esta obra para contarnos la historia.
No tengo más que añadir, además de alagos: Me gustó mucho y me pareció una obra muy acertada en un día muy acertado, el 12 de octubre. Aunque más acertado me parece el momento que eligen para contarnos una historia que tampoco nos es muy lejana y nos ayuda a comprender muchas cosas. Transición de L’Om Imprebís es una obra que con solo una hora y media transladó a todos los presentes en el Teatro Circo a diferentes momentos en el tiempo del, a mi juicio, el episodio más emocionante y bonito de la historia de España.
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