Sí, posiblemente este sea un lugar idóneo para sentarse. Aparto la tierra y la piedra un poco para no pincharme el culo y estar algo cómodo, la ocasión bien lo merece. El mar está ajetreado esta noche y yo también. No sé si él me ha puesto nervioso a mí o si yo lo he puesto nervioso a él, pero el mar y yo estamos ajetreados esta noche. El faro está apagado y queda lo suficientemente cerca como para observarlo bien sin que ese anciano que lo cuida, Telmo, logre darse cuenta de que estoy ahí. Falta poco para que amanezca y comience el ajetreo en el embarcadero, pero yo no tengo ningún sueño, para variar.
Ese faro me da qué pensar y pensar viene bien para matar el tiempo.
Recuerdo que veraneaba en un pueblo diminuto dónde existía una gigantesca carrasca en la que nos parábamos a merendar reguardados por su sombra. Era un punto de referencia en el que reunirnos cuando no nos encontrábamos. Todo el campo era igual en esencia, con su hojarasca y sus malas hierbas. Todo menos aquella carrasca.
Hay un lugar muy cercano a Centrofama que no tiene absolutamente nada de especial. Pero en aquel lugar un par de subnormales con mucha razón gritaron a la persona que me invitó a venir a esta playa: “¡Menudos ojos de enamorado te está echando tu colega!”. Cada vez que paso por ahí no tengo más remedio que girar y mirarlo y sonreír. Es inevitable, es casi como si me lo exigiese, una orden.
Las casas de los amores que fallaron también son un tanto caprichosas, hasta tóxicas. Encima tienen la manía de emitir un aura que intoxica la calle entera en la que se encuentran. Es inevitable pasar por delante de una casa que antes significaba algo bueno y no ponerse un tanto triste porque ahora significa algo no tan bueno. Una tristeza nostálgica transmitida directamente por un lugar. Te intimidan hasta preferir no mirarles directamente a la cara.
Todos esos lugares me recuerdan mucho a este faro. Leí que tiene tres tramos de treinta y tres escalones y un último de trece hasta la sala de señales, aunque la bombilla lleve sin funcionar desde que empezó la guerra. Me gustaría recorrerlos alguna vez y ver aquel foco que una vez guió a los barcos en la noche. No imagino lugar más oscuro que el mar en la noche.
Mirad, el sol comienza a asomar ya. ¡Ahí está el republicano, justo a tiempo! Ha caído al agua huyendo de los nacionales, menos mal que Telmo estaba pescando las cajas de los de los navíos accidentados y lo ha salvado de ahogarse. Parece que el republicano no es nada simpático, tendrá unos dieciocho años y es un tanto impertinente. No parece tener demasiadas ganas de vivir, la verdad.
Vaya, se han metido dentro y desde aquí no puedo observarlos, será mejor que me acerque a ver qué pasa a partir de ahora. Os dejo solos aquí con el mar ajetreado y a ver si conseguís vosotros calmarlo, que a mí nunca me hace caso.
¡Oye, ahora que lo pienso! ¿No os parece muy curioso que un chico tan perdido haya encontrado el faro de Telmo, a pesar de estar roto?
Vosotros tampoco deberíais dejar de perderos y encontraros en “El faro”, de Paco Roca (Astiberri ediciones), un cómic que es capaz de emocionar y dejar poso y marca con poco más de 60 páginas.
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