El estigma, el miedo y un silencio. El crujido que mucha gente siente en su interior y que, casi siempre, queda en la más íntima soledad. La depresión viene y no sabes muy bien por qué. Te coge del cuello y te arrastra por el suelo. Quizás, lo que más miedo da es el desconocimiento (que no la ignorancia) a una enfermedad que socialmente está mal vista: “eres un flojo”, “tienes mucho cuento”. En los medios, en el día a día, en las relaciones entre amigos es algo de lo que nunca se habla. Es el Voldemort de las enfermedades. Pero todos los que la hemos sufrido encontramos nuestras escapatorias, nuestra zona tranquila en la que nos sentimos libres, con el mando de la situación, donde con los ojos bien abiertos vemos la luz.
Y la música, la música fue mi salvación. Tras escribir este hilo, a mi cabeza llegó, porque en su infinito capricho la había casi olvidado, una canción de Nacho Vegas que me acompañó durante todo el proceso; una canción que a veces dolía y otras sanaba. Imagino que ‘Crujidos’ no fue hecha pensando en la depresión, y sí sobre alguien que intenta desintoxicarse de alguna droga, pero a mí me caló muy hondo. A veces, la música se representa en nuestra cabeza con un significado diferente al que el autor le ha dado, y eso es mágico.
Aquí va el decálogo que, sin querer, Nacho Vegas tatuó en mi mente con ‘Crujidos’.
(1) “Día uno en pie, comienzo a andar,
he de aguantar, lo puedo hacer.
El día dos avanzo hasta el final
y llega el día tres, lo vuelvo a estropear.
Así que vuelta a empezar”
Ese día, intentas andar, pero la mochila pesa más que en otras ocasiones. ¿Qué pasa? En mi caso, los ataques de ansiedad pasaron de estar espaciados en el tiempo a aparecer cada dos días. Taquicardias, se me nublaba la vista, me mareaba, caía al suelo y me hacía pequeñísimo. Crees que te vas a morir, pero en realidad es solo tu cabeza luchando contra tu cuerpo, en una batalla que, por nueva, por desconocida, no estás preparado para librar.
A partir de ahí, el túnel. Pides ayuda, porque ya no puedes más y salir a la calle supone un maratón para el que te faltan fuerzas. Se ha ido todo a la mierda y la sonrisa se borra de tu boca, porque no puedes pensar en nada más, solo en que has entrado en un túnel y no sabes cómo salir de él. Vas a la psicóloga y te dice que le digas “¡Hola!” a la depresión. Que se sale de ella, que vamos a trabajar por sacarte ese demonio de dentro. Y tú la crees por un momento, hasta que sales de su consulta y el escudo se ha caído al suelo, estás desnudo. Pero empiezas a pensar en que tienes que poner de tu parte: “día uno en pie, comienzo a andar, he de aguantar, lo puedo hacer”. Pero no es tan fácil, no, cada paso que das no sirve, porque supone dar también 4 hacia atrás. Lo intentas, lo intentas con todas tus fuerzas, pero lo terminas estropeando, porque esta es una batalla en la que estás solo. ¿Voy a poder volver a empezar?
(2) “Si te miento no será por mezquindad,
estas penas siempre llegan por torpeza.
Día uno en pie, ¿Qué puedo hacer
sino esperar verlo acabar?
El día terminó con un crujido,
me despierto herido y grito en soledad.
Que es jodido ya lo sé”.
Uno de los grandes miedos que experimentamos los que hemos pasado por una depresión es la estigmatización de la enfermedad. Socialmente está mal vista. Cuando alguien sufre otro tipo de dolencia, o coge una baja por una rotura de ligamentos, lo dice sin miedo. ¿Por qué se han dado tan pocos pasos en la visibilización de los procesos depresivos? Eso tiene que cambiar. Eso, tú lo tienes que cambiar.
Normaliza tu situación, cada paso que des explicando lo que te pasa a tus allegados es una zancada enorme para poner sobre la mesa algo que sufren 2,3 millones de personas en España, según un estudio de la OMS. No temas dar pena, no temas los juicios de valor que hagan los demás. Tú estás en una lucha y solo tienes que pensar en ganarla. Ni eres flojo, ni lo que tienes es un cuento chino. Luchar por sobrevivir nunca debería ser un secreto, sino un gesto de valor incalculable, en el que los que más te quieren, si te quieren bien, te ayudarán. Es jodido, ya lo sabes, pero solo nunca lo vas a poder conseguir. Habla de ello, siéntelo, llora y nunca grites en soledad. Estar solo es una putada.
(3) Me mudaré a otro sitio,
Me iré de esta ciudad,
Pero ahora es de mí mismo
De donde me quiero escapar.
El día en que todo cambia. La entrada a una cueva, profundísima. Cuando la depresión se te ha adherido a todos los poros de tu piel es difícil saber levantarse, es casi imposible ver la luz al final de túnel. Y el problema es que, a priori, en tu cabeza no encuentras la solución. Quizás una forma de vivir, unas compañías tóxicas o un trabajo que te quita años de vida puedan ser los argumentos que sostienen tu estado, pero aunque los cambies, sabes que, de primeras, nada se va a solucionar.
Por ello, es importante que mires dentro de ti, que cambies lo que tengas que cambiar en tu vida exterior, sí, pero comienza a remendar lo que te está matando por dentro. Pide ayuda a una especialista. De nada me alegro más que de haber entrado a la consulta de mi psicóloga y haber llorado durante 45 minutos todo el monumental torrente de mierda que tenía dentro. La depresión es un laberinto enrevesado, y para escapar de él necesitas manos y mentes profesionales. Es su trabajo, no temas “quedar mal”, que no te de vergüenza, antes que tú muchos otros han ido a derrumbarse. Confía en esa persona y, poco a poco, ábrete a ella, porque en esa etapa pondrás los mimbres para ganar este Tour de Francia mental.
(4) Día uno en pie, no he de pensar,
ya es día 2, Alprazolam.
Voy a seguir con el símil ciclista. Todo buen aficionado a ese deporte sabe que nadie ha ganado un Tour sin tener un equipo detrás, un grupo de personas que no compiten individualmente, sino por un fin mayor en el que el líder es el protagonista. Los medicamentos para la depresión son como esos gregarios que hacen que Froome siga enfundándose el maillot amarillo, año tras año, en los Campos Elíseos.
Recuerdo que mi psicóloga, cuando me prescribió Escitalopram, me dijo que “esto no es la purga de Benito, no hace efecto al primer día”. Yo tenía miedo a tener que tomar, diariamente, una pastilla de tales características. Por un lado, porque no quería convertirme en un yonki de las medicinas; y por otro, porque tras una lectura concienzuda en la consulta del doctor Google, vi que el efecto secundario más usual era el de la disminución de la libido. Da igual. Lo primero es curarte, caiga quien caiga, caiga lo que caiga, y siguiendo las instrucciones de tu médico no debes tener miedo a una dependencia farmacológica.
En el anterior punto hablaba de la importancia que tuvo en mi caso acudir a un especialista. No tengo palabras para describir lo importante, necesario y bueno que fue medicarme para curar mi trastorno. El principio del tratamiento es intangible, pero te lo aseguro, al tiempo lo notas y es beneficioso. La ayuda, aunque sea en forma de “drogas” (y entrecomillo la palabra) es necesaria.
(5) “Y si no encuentras fuerzas para salir de aquí,
yo las sacaré de donde sea y seguiré sin ti».
Me dijiste algo así con voz grave y resignada,
me grabé tus palabras y me vestí listo para comenzar.
Nos puede el miedo a que el daño que nuestra cabeza está haciendo en nosotros mismos, termine salpicando a quien tenemos al lado. Aunque la ansiedad, la desazón y las pocas ganas de avanzar no te dejan mucho tiempo para pensar en otras cosas, sigues teniendo ojos, y ves cómo las personas que te rodean empiezan a tratarte de forma diferente. Y te encontrarás dos tipos de compañías: los que te intentan ayudar y los que irán dando pasos hacia atrás, quizás por miedo, quizás por impotencia de no poder ver sufrir a alguien que quieren.
Y cómo en tantas pruebas que nos pone la vida, a veces nos damos cuenta de que hay gente que no está preparada para querer. Se irán, da igual, lavarse las manos es de los actos más egoístas que existen y no estamos para egoísmos en estos momentos. Volverán si así lo quiere el destino. Y entonces, podemos perdonar no haber podido estar a la altura, pero eliminar a la gente tóxica es un paso ineludible para la mejora. Fuck off. Puerta. Como queráis llamarlo.
(6) No me des flores cuando aquí hay lirios y rosas,
Las querré el día en que ya no quede una sola.
Entonces, ¿me complacerás? Y dime, ¿cómo lo harás?
Pero la puerta bien abierta a los que matarían por nosotros. Son pocos, los podemos contar con los dedos de una mano, pero estarían a nuestro lado aunque se estuviera acabando el mundo. La soledad es algo que se interioriza de una manera casi violenta durante la depresión, y hay que saber gestionarla para no seguir cayendo en la brecha. Sacar fuerzas para ir a tomar un café, quedar para ver un partido de cualquier deporte o, simplemente, pasar un rato con esa persona puede suponer un mundo. No estás solo, aunque lo parezca.
(7) ¿Qué puedo hacer
para encontrar restos de fe?
El tiempo pasa doloroso y lento.
Los días comenzarán a parecerte meses, y las semanas, años. La sensación de impotencia, de ser un completo inútil, te acompañará durante el principio. El tiempo pasará “doloroso y lento” porque no encuentras un explicación y porque no sabes muy bien dónde está la tecla con la que hacer click en tu cabeza y volver a cuando estabas bien. Pero la fe termina encontrándose. No sé si llamarle fe es lo más correcto, pero al tiempo de estar tratando la dolencia consigues ver una luz, al final del túnel, y tas un tiempo lleno de tinieblas, te agarras a ella.
No será a los dos días, puede que incluso no llegue hasta varios meses después, pero la constancia en querer recuperarte, el apoyo y la suma de todos los factores que anteriormente he contado conseguirán ganar al demonio. Tú eres más fuerte que tu cabeza, tú puedes controlarla. Aprieta los dientes y hacia delante.
(8) Día uno en pie, siento pensar
cómo evitar sentir, pensar,
morir de sed y beber del mar.
Habrá momentos en los que la fuerza del tsunami que te está engullendo será tan fuerte que te haga empequeñecer. Es algo normal, nos sucede a todos. Antes de decidirme a pedir ayuda intenté corregir lo que me pasaba por mí mismo. Sí, a veces creía que lo había conseguido, y algo que había pasado en mi día a día (un buen rato con tu novia, una buena noticia en el trabajo…) traía un viento de alegría. Sin embargo, no supe agarrarme a ellos, y seguía muriendo de sed mientras bebía el mar.
Todos los especialistas apuntan que la activación (salir a la calle, hacer deporte, tener hobbies) ayudan a la recuperación. Quedarte pensando en casa solo conseguirá que sigas cayendo. Mueve el cuerpo, encuentra algo que ames y pon todo tu empeño en ello. El camino está empedrado pero tienes las herramientas necesarias para hacerlo llano. Yo empecé a escribir, a sacar todo lo que tenía dentro y convertirlo en literatura. Convertir en palabras lo que sentía supuso una auto terapia impagable. Nada es mejor que aprender a conocerse y encontrarse a uno mismo, aunque sea en la misma mierda.
(9) Pero no es dramático,
esto no es tan trágico,
esto no es un drama, no,
te diré mil cosas por las que llorar.
La risa de tu hijo o hija, sobrino o sobrina, nada más verte aparecer por la puerta; una canción que te recuerda a un buen momento; la victoria de tu equipo en un partido importante; las miradas de tus amigos cuando entras entras en la cafetería; la suerte de sentirte vivo y de luchar.
Porque si algo es importante es recordar que todos no consiguieron ganar esta etapa, pero si tú quieres, si pones los mimbres necesarios, lo harás. Llora todo lo que tengas que llorar, suelta todo lo que tengas que soltar, pero cuando lo hayas hecho, mira hacia atrás y pon en tu cabeza las imágenes de esos momentos inolvidables que has pasado junto a los que más quieres. Grábalos a fuego, porque son los argumentos que nos da la vida para sobrevivir. La vida es complicada, pero es preciosa.
(10)
Y todo va cogiendo forma, todo empieza a encajar. Yo decidí seguir luchando aunque pasaran por mi mente otras ideas. Yo quise agarrarme a la vida porque sabía que era bella y merecía la pena (lo había visto con mis propios ojos). La herida cicatriza, porque el amor, en cada una de las formas que se presenta, siempre gana, sea cual sea el enemigo.
Ahí esta la clave. Esa es la fórmula.
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