Érase una vez un mejicano, Guillermo (Del Toro) y un neozelandés, Peter (Jackson), que se reunieron dos años después de reunirse para contarse las buenas nuevas. Guillermo le contó a Peter que echaba de menos su país porque llevaba ya dos años en la «Tierra Media» escribiendo su guión . Contaba que allí no había tequila, no había jalisco ni tampoco faunos, pero que se había enamorado hasta las trancas de los habitantes y los habitáculos de «La Comarca». El resultado estaba ahí, en ese libreto titulado “Un viaje inesperado”, que abrazaba con cariño mientras que Peter, con el rabillo del ojo, lo miraba con recelo.
El mejicano con sonrisa de niño pequeño movía los brazos con gran ilusión, explicándole su particular visión de la Tierra Media a aquel señor que, en ese momento estaba gordito y, media hora después, lo mismo y volvía a estar delgado. Guillermo estaba emocionado de poder contar su nuevo cuento. El americano… bueno, a él le gustaban las grandezas y lo que estaba escuchando era grande, pero no en el sentido que él quería.
Entre tanta discusión sobre si la épica debe ganar siempre al romanticismo, no se dieron cuenta de lo que ocurría justo delante de sus narices. Un señor, o más bien un hobbit, llamado Bilbo Bolsón, se había escapado del libro de Guillermo porque estaba harto de escuchar tonterías. Lo suyo era viajar y vivir aventuras obligado por las circunstancias adversas, nunca de forma voluntaria, para al final aprender que viajar es una forma de llamar aventura a la vida. Pues resulta que no hay circunstancia más adversa que las de escuchar cómo aquel niño gordo y aquel ex-niño ex-gordo discutían sobre su propio destino.
De modo que, tras un brinco, se capuzó en la mochila de Guillermo en busca de algo divertido, lo que fuese. Y lo que fuese resultó ser un pequeño libro escrito a boli llamado “La cumbre escarlata”. Bilbo, que ya se había enfrentado a un dragón, decidió que una cumbre no iba a achantarlo por escarlata que fuese, así que se zambulló en las hojas de papel sin pensarlo más de cien veces.
Al abrir los ojos y recuperar el equilibrio, se vio envuelto en la más absoluta nada, excepto por una mansión que se alzaba ante él y se perdía en el cielo. Su jardín, también vacío, estaba cubierto de nieve roja como la sangre. El frío le helaba los huesos y, acostumbrado a la calidez de su hogar, aquello definitivamente le parecía horriblemente bello.
No tenía muchas opciones, o la nada, o la mansión, así que se aventuró hacia el hall del edificio con mucha precaución. A Bilbo le pareció estar en un cuento victoriano, o tal vez al narrador de esta historia le pareció que a Bilbo le pareció estar en cuento victoriano, ya que es muy difícil que un hobbit sepa exactamente qué es un cuento victoriano. Pero aquello era victoriano, eso seguro. Era estrecha y muy alta, tenía tantos pisos que requería de ascensor propio y, en el techo, un gran agujero dejaba entrar la nieve y el poco sol que le quedaba al día.
Pensando todo el rato que aquel lugar era idóneo para un dragón o un «Smeagol», se vio sorprendido por un fantasma tocando el piano. Era la mujer fantasma más guapa del universo conocido, y con eso, Bilbo incluía «Hobbiton», el lugar donde estaban las mozas de su propia raza.
- Hola Bilbo, creo que te has equivocado de mundo.
La mujer fantasma o el fantasma de la mujer comenzó a tocar una melodía preciosa pero tétrica, como toda la casa.
- Bueno… es que los dos señores están discutiendo sobre cómo debería ser mi película y uno quiere épica y el otro romanticismo.
- Ya veo, ¿y qué quieres tú?
- Pues no lo tenía claro hasta llegar aquí, pero ahora lo sé. Quiero que la Tierra media sea así, como un cuento.
Y el fantasma más sexy de la historia de la humanidad le dijo que, para un cuento, nadie mejor que un niño. Guillermo era su niño.
- Pero Bilbo, si no lo tienes claro, siempre puedes subir al primer piso.
- Gracias señora muerta, lo haré.
Bilbo hizo caso a su anfitriona y subió hasta una habitación repleta de mariposas gigantes. De nuevo, era una imagen arrebatadoramente bonita pero también algo triste. Definitivamente, aquello era obra de un niño.
Hora de regresar a casa. Salió de la mansión, recorrió la nieve ensangrentada y volvió a la mesa donde aún, nosecuanto tiempo después, Peter y Guillermo seguían discutiendo. Bilbo quiso poner fin a la discusión.
- Ey chicos, yo soy el protagonista y digo que esto no es «El señor de los anillos«, que esto es un cuento, y un cuento es mejor que lo cuente un niño, como Guillermo. ¿Chicos? ¡CHICOS!
Nadie le hizo caso. Guillermo dijo que “dos películas y efectos especiales tradicionales”, Peter dijo que “tres películas de tres horas y muchos efectos digitales”. Al final, ganó Peter y perdió Guillermo, pero nadie le hizo caso a Bilbo.
Guillermo se fue de la cafetería y el hobbit, harto de todo, se resignó y volvió a su libreto para disfrutarlo un poco más.
Sabía que, dentro de poco, la épica en el cine ganaría otra vez al romanticismo.
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