Resulta inevitable escapar de la condena que supone un intento. Cuando utilizas esa palabra, cuando utilizas ese verbo, sabes, en el fondo, que todo está ya perdido. Estoy intentando mejorar. Intento hacerlo mejor. Intento escapar. Hay algo de rendición en la propia palabra. Si no, dirías simplemente: Estoy mejorando. Lo haré. Escaparé. Quizá el intento no sea más que eso, un propósito de esos de año nuevo que escribes en un post-it para pegarlo en la nevera y que el día diez de enero ya está en el suelo. Pero ¿y si en el intento también se esconde la salida? ¿Y si en el intento –en el simple y llano intento— está la clave para escapar?
Intento de escapada
Miguel Ángel Hernández (Murcia, 1977) ha basado su novela en el intento y, sin embargo, él simplemente, lo ha hecho, pasando por alto cualquier tentativa de propósito.
Lo que muchos pretenden durante largo tiempo, Hernández lo ha conseguido convirtiendo una novela sobre arte en una indudable pieza artística.
Y es que, al final, nuestras pasiones, esas que hacen girar nuestra bola del mundo, salen a flote y nos nublan la vista. No podremos librarnos entonces de esa suerte de filtro “amoroso” que nuestros propios afectos acaban por procurarnos.
Para Miguel Ángel Hernández este filtro es, sin duda, el del arte. El arte en toda su extensión y en todas sus formas, el arte en su infinitud. Tan es así que en su incursión en la ficción empieza y acaba en esa palabra de cuatro letras que extasía y asusta a la par. Pero no, no es una novela inaccesible en absoluto. Es una novela que embriaga a quien ama la literatura y a quien ama el arte, pero también a quien está empezando a amar en cualquiera de estos dos mundos. No importa que conozcas o no a Bob Flanagan. No importa que nunca hayas deseado a tu profesora. No importa que no te hayas planteado en ningún momento de tu vida cuáles son los límites del arte. No importa, ni siquiera, que jamás te hayas parado a pensar en cómo será la vida de aquel hombre que llegó a tu barrio hace años desde muy lejos en busca de una vida. No importa nada de eso porque si te escapas a ningún sitio con esta novela, terminarás por conocer, por experimentar en tu propia carne todo esto. Es más, acabarás sintiendo punzadas de ansiedad, pellizcos de mezquindad, bocados de crueldad. Y todo. Todo. En nombre del arte.
Miguel Ángel Hernández se ganó el derecho a cerrar el Ciclo de Voces de la Literatura de Hoy no solo por haberse hecho un hueco –más que merecido— en un panorama literario que mira con ojos hostiles, ni tampoco por ser un escritor de éxito en Murcia, sino porque ha sido capaz de escapar a su propio intento, de salir airoso de su propósito. No todo el que lo intenta lo consigue. Él lo ha hecho.
Empezó su conferencia diciendo algo así como que las voces de la literatura dan ganas de leer pero también de escribir. Intenté escapar a ello. Pero fijaos. Tuve que leer. Tuve que escribir.
3 Comments
[…] por obligación de mis amigos”. No hay curiosidad. Creo que solo somos unos cuantos, por ejemplo, Miguel Ángel Hernández, me consta, porque en su Twitter lo dice todos los días, lee casi todo lo nuevo, yo también, […]
[…] es la primera vez que aparece el nombre de Murcia en el Premio Herralde, de hecho, en el año 2012, Miguel Ángel Hernándezresultó no finalista, pero sí mencionado con honores, cuya novela “Intento de Escapada” fue […]
[…] Miguel Ángel Hernández, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia y escritor de la novela Intento de escapada (Anagrama, 2013) […]