Perdón por recurrir a un tópico de tal magnitud en la primera línea, pero si algo ha quedado patente tras siglos y siglos de historia de la raza humana es que somos la única especie capaz de tropezar dos veces en la misma piedra. Bueno, o quizás no, pero el resto de especies es que nos dan un poco igual. Pero lo que también hace el ser humano es aprender (dicen, yo no sé hasta qué punto estoy o no de acuerdo). Y poco a poco, aprendemos sobre el bullying. Aprendemos que está mal. No por el acto en sí -no nos llevemos a engaño- que es algo que provoca un gozo indescriptible en ciertos sujetos predispuestos a situarse por encima moral, intelectual o físicamente a alguien y disfrutar terriblemente mientras lo pisotea (eso sí, si los demás miran. Si nadie se entera es psicopatía, no un comportamiento socialmente aplaudido), no, claro que no, si no por sus consecuencias.
En el pasado enero de este mismo año, Pepito de los Palotes escribía iracundo en Facebook que los agresores de Lucía, la niña que se suicidó en Aljucer, deberían ser puestos bajo observación y tratamiento, pues su presencia en la sociedad era un peligro potencial para la misma. Viniéndose bastante arriba llegó a dudar incluso de si «realmente se les podía llamar seres humanos». Consiguió muchos ‘me gusta’ en la página de comentarios de algún periódico nacional o regional, no lo recuerdo. Pepito después, con su ego inflado, bajó al bar a llamar «jefe» al camarero y pedirle un cafelito, donde debatió con sus amigos sobre el tema. Recordaron los tiempos en los que ponían a Juanito de maricón por llevar gafas y le soltaban collejas en el patio cuando los curas no miraban. Sin embargo, concluyeron, era otra época y Juanito al fin y al cabo está bien. Creen, vamos. No es que sepan nada de él ni que les importe una mierda. Pero Juanito debe estar bien, sin duda alguna. Pepito y cía aprendieron que el bullying estaba mal pero también que las razones por la que el tema estaba en candente debate eran, por orden de importancia, que la gente ahora tiene la piel muy final, que los críos no pueden desconectar por culpa del móvil y la ineptitud de un profesorado «totalmente desmotivado y al que sólo le interesan su nómina y sus vacaciones».
En resumen, la sociedad ‘aprendía’, dicen, sobre el bullying.
Por ello cuando, más recientemente, Paula Echevarría tuvo a bien (o a mal, mejor dicho) calificarse como «ni machista ni feminista», inmediatamente las redes sociales acudieron a, de forma muy respetuosa y con el único objetivo de instruirla, señalarle por qué lo que había dicho no tenía sentido desde el punto de vista ni ideológico ni semántico. ¿O no? ¿Pasó así, no? No, claro que no. La Santa Inquisición Tuitera preparó sus antorchas y corrieron a quemar al famosete de la semana. Sin embargo, lo que más me ‘sorprendió’ -en comillas simples por la ironía- fueron la cantidad de chistes y burlas que se vertieron hacia su persona. Y una vez más me ‘sorprendió’ que la gran mayoría de sus autores eran hombres. Algunos reclamaron un cerebro para Paula, otros tiraron de tópicos sobre las chicas guapas (sí, sí, en una conversación sobre feminismo) y algunos directamente la mandaron «a posar para revistas». Supongo que el equivalente moderno y bien visto de mandar a una mujer a fregar. Daba la casualidad además que los ‘chistes’ eran lo más popular del día si uno buscaba los términos Paula Echevarría en Twitter. ¿Cuál era la lógica de aquello? ¿Alguien pretendía que Paula comenzase a identificarse con un grupo que la menospreciaba, se burlaba de ella e intentaba hacer sangre con su comentario? Pero, ¿por qué iba nadie a ver en aquello una oportunidad de dirigirse a ella de forma franca y cercana para tratar de exponerle un punto de vista diferente cuando podíamos hacer algo divertido?
«Andreíta cómete la polla»
Por el ingenio que desprende la frase podría parecer que el propio Molière ha vuelto de la tumba pare escribirla, pero no, fue un anónimo usuario de Twitter quien nos deleitó con tan magno -e imprevisible- juego de palabras. Y es que el otro día volvimos a aprender que el bullying está mal. Pero mal en el sentido de el azúcar, el sexo o las drogas. A lo largo de la historia, en un momento u otro, se nos ha dicho que están mal, pero joder, son tan jodidamente buenas a la vez. Andreíta cumplía 18 años, así que los medios aprovecharon para publicar su cara bien grande mientras aseguraban que ella no quería salir en los medios. La sociedad española aprovechó entonces para aprender sobre huesos maxilofaciales y condiciones varias. Empezó así, una vez más, el linchamiento mayúsculo. Miles de top-models de ambos géneros de España recalcaron que la chica no era precisamente una belleza. Algunos de estos calificativos vertidos por un señor de 60 años con una foto principal con gafas de pasta y jersey no tenían precio -ni sentido- pero creo que a la chavala tuvieron que hacerle menos gracia que a mí. Tal fue la ola de mierda que se vertía sobre la ‘heredera que no quiere ser heredera a princesa del pueblo’ que hasta la policía aparecía en Twitter para poner orden, como si de un patio de colegio virtual se tratase. Era tan bueno todo, tan sumamente esperpéntico y ridículo que llegué a plantearme que no estaba viviendo en el mundo real. Aquello debía ser una versión retorcida de ‘El show de Truman’ sólo para mí, donde la broma más graciosa de todas era que yo había visto la película y tenía las pistas delante toda la vida, pero no caía. Sin embargo un artículo de El Español me sacó de mis cábalas. En él hacían referencia al tuit que había puesto la policía. Y tras el primer párrafo, en un llamativo link azul, me instaban a clicar en una noticia titulada ‘Nos colamos en el cumpleaños de Andreíta’. Estaba claro entonces que aquello -que esto- debía ser el mundo real. Nadie es tan bueno escribiendo. Nadie. La ficción simplemente no puede ser tan perfecta.
Resuelta aquella duda, tuve otra. ¿Entonces el bullying está mal o no? ¿Está bien sólo si la víctima es un famoso? Claro que no hacía falta ser un genio para atar los cabos. Está mal si tiene consecuencias. Si Andreíta mañana se pega un tiro, entonces todos nos sentiremos culpables y criticaremos nuestra actuación. Si Paula Echevarría decide que no aguanta más y decide desaparecer, entonces estará mal. Pero…mientras sólo sean unas risas sin consecuencias, todo guay. Bueno, sin consecuencias, ya me entendéis: sin consecuencias que nos salpiquen.
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