Cuando bajamos la escalera, ya suena Monogay. Son de Almería, pero juegan en casa. La sala no está llena, así que nos quedamos en las primeras filas sin mucho esfuerzo. Sabes que juegan en casa cuando ves al guitarrista guiñando el ojo al tipo que tienes al lado y cuando ese tipo suelta una frase y la banda se parte y entiendes que esa frase es una broma privada. Y ya se palpa que, esta noche, una generación celebra algo.
Sábado 25 de enero en Murcia. Sala 12 y Medio. Cuarta cita del Microsonidos. El de esta noche es uno de los conciertos grandes del ciclo junto a los de León Benavente, Mucho y The Right Ons (febrero), Tachenko y Yuck (marzo), y Arizona Baby (abril). Esta noche veremos a Automatics. Tras su reunión en 2012 y la edición de un recopilatorio –titulado 1991-2001– los de Linares pasean por España su estela de banda de culto. Un culto compartido por todos los que pisan la 12 y Medio menos nosotros. También Monogay, que suenan enmarañados, rodeados de distorsión y contundencia. Los escuchas y entiendes la influencia de Dinosaur Jr. Quién le iba a decir a J Mascis que un tipo de Almería estaría esta noche rindiendo tributo a sus arañazos sonoros. Otro homenaje, esta vez explícito. I´m waiting for the man. La sonrisa es amarga. Algunos agachan la cabeza. Joder, va a ser cierto que Lou no era inmortal. Monogay se despiden, anunciando con entusiasmo a Automatics.
Salimos a tomar algo de aire. Mario comenta que el público es el mismo que vino el año pasado a ver a Lagartija Nick. La frase me hace pensar. Esa generación celebra algo cada año en el Microsonidos. La generación que fue joven en los 90 y que hoy disimula su formalidad con una camisa por fuera o unas New Balance. Se me hacen raras las copas tamaño Plaza 3, pero no digo nada. Quién sabe qué llevaré yo en la mano cuando vea a Rufus T. Firefly dentro de 20 años.
Entramos y al poco aparecen Automatics. La sala se ha llenado. José Lozano se sitúa frente al micrófono y coloca un atril con letras a la altura de sus rodillas. Parece calmado. No para de sonreír. Pasea de un lado a otro mientras sus secuaces –Alfonso Linares y Manuel Aranzana a la guitarra, Javier Hernández al bajo, David Morales al teclado y Álvaro de Blas tras la batería- ajustan los instrumentos. Suena Open Space. Lozano tumba el atril de una patada. El público se la sabe entera. Se las saben todas. Y no me refiero a la letra. Rellenan sus lagunas con OOOOOOOOH y AAAAAAAAH. Porque aquí lo que importa es la melodía. Lozano lo ha dicho alguna vez: no le importa lo más mínimo sacrificar la letra para servir a la melodía. Que le den por culo a la letra. Por algo cantan en inglés. Automatics pertenece a la única hornada de bandas españolas en la que cantar en inglés estuvo justificado. Era una manera de decir que la música que se hacía aquí era una mierda y que La Movida olía fatal. Pero esa idea se hizo acomodaticia y caducó. Tuvo su momento, pero ahora resulta vacua. Eso hace muy difícil que alguien que no pertenezca a esa generación sienta un vínculo emocional con bandas como Automatics.
Mario intenta adaptarse, yo me siento fuera de sitio. Mario dice: Joder, es que esta gente vio a Jota sin entradas. Automatics han construido una atmósfera llena de distorsión y nos obliga a respirar fuzz. Lozano tira el pie de micro, lo trata de reconstruir sin éxito, se sigue paseando, con una sonrisa. Parece que todo le da igual. Antes de este concierto no había visto tan clara la conexión entre The Jesus and Mary Chain y Automatics que todos me apuntaban, pero me faltaba un dato. Ese dato es la actitud de Lozano sobre el escenario. Lo único que parece importarle es su flequillo. Solo cuando se lo arregla deja de sonreír, dibujando en su mente la estructura de su propia cabeza. José Lozano es Iván Ferreiro después de un intercambio en Madchester.
La fiesta sigue para la generación bajo el escenario. Sacan sus móviles y se echan fotos. Harán un montaje: la de esta noche y la de la primera vez que vieron a Automatics. La colgarán en su cuenta de Facebook, que no terminan de controlar.
Suena Watch over you. Quizá la mejor canción de Automatics. Esto era el rock independiente: melodías perfectas parapetadas bajo guitarras ardientes. Pienso en Lapido, cuando dijo que, por muchos efectos que se incluyeran en lo que hoy se califica de indie, la estructura es muy repetitiva y todas las canciones son iguales. También pienso en Nacho Vegas, cuando dijo que el indie español –el de verdad- pecaba de insustancial. Para el asturiano, las bandas copiaban una sonoridad determinada y una pose, pero no hablaban de nada. Dover no eran grunge, eran cuatro personas queriendo hacer grunge.
Tras poco más de una hora, Automatics se despiden. Encuentro a algunos tipos a mi alrededor con los brazos en jarra. Labios apretados. Asienten. Están satisfechos, han celebrado algo.
Sigo pensando en lo de Lapido y Vegas mientras vuelvo a casa y siento una necesidad imperiosa de escuchar el Surfer Rosa antes de irme a dormir.
Fotografías por Mario López Amigo
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