Fotografía: Juan Caballero
Es mediodía y el auditorio del Centro Social Universitario está lleno de gente. Se trata de la decimotercera Jornada de Física. Hay alguien entre el público que quizá no esperas y, sin embargo, es el invitado de honor. El vicedecano de la facultad de Química, Juan Muñoz Madrid, lo nombra para que suba al escenario. Antonio Muñoz Molina. El hombre de frondosa barba y voz inesperada. El académico que se sienta en la letra “u”. El escritor que te llevó a Lisboa y te enseñó lo que era el jazz. El columnista que te descubre museos. Que te redescubre autores. El intelectual que acaba de guardar el Premio Príncipe de Asturias en una de las estanterías de su casa. El hombre que hoy habla de las letras. Pero también de las ciencias.
La imaginación de lo real. Así titula su conferencia. Porque es cierto si lo piensas. Es infinitamente más complicado comprender lo real que lo irreal. Hagámosle caso a Feynman. Hagámosle caso a la ciencia porque quizá la hayamos dejado relegada a un segundo plano e injustamente estemos perdiendo de vista la existencia de una imaginación amplísima y sorprendente. Una imaginación que está más allá de ella. Una imaginación que vive de aquello que existe. Probablemente nos hayamos dejado llevar demasiado por el olor a café que desprenden nuestras novelas decimonónicas y no hemos sido conscientes de que el mundo real también existe, de que nunca ha dejado de existir.
Duele esta reflexión. Duele en esa remota parte del cuerpo que albergaba la esperanza de que el verdadero mundo real fuera el irreal. Y detrás del dolor permanece la verdad. Por eso hay que mirar con lupa la herida. Encontrar qué la provocó. Encontrar cómo curarla. Muñoz Molina lo tiene claro. La culpa fue de aquella maldita decisión que tuvimos que tomar cuando ni siquiera sabíamos decidir el sabor de nuestro helado. ¿Ciencias o letras? ¿Números o palabras? ¿Ecuaciones de segundo grado o historias de amor? La culpa la tuvo aquel profesor que no entendía que restar, para ti, siempre tenía connotaciones negativas. La culpa, en fin, también es nuestra. Nos hemos acostumbrado a amar los prejuicios por encima de todas las cosas. Por encima, incluso, de la propia realidad. Y esa actitud nos redirige inexorablemente al lado opuesto de lo pragmático. De lo científico. Y España, desafortunadamente, va subida en ese tren que no se detiene desde hace demasiado tiempo. ¿Cómo curamos la herida entonces? Volviendo la vista a la realidad, a lo verdaderamente cotidiano, al análisis exhaustivo de aquello que nos toca, de aquello que tocamos. Ahí es donde tiene lugar la ciencia. Pero también el arte. También la literatura. Al final, todo confluye armónicamente y no como se empeñaron en enseñarnos. Al final, es posible el amor entre un poeta y una química. Entre un científico y una escritora. Al final, como decía Niels Bohr, el lenguaje solo puede aludir al átomo en términos de poesía.
El hombre, el escritor, el académico, el columnista, el conferenciante terminó con una extraordinaria frase: Las cosas están siempre a punto de no suceder. Así que no dejes que no ocurra. La próxima vez observa detenidamente cómo caen las gotas de lluvia en un charco, como hizo él en una ocasión. La próxima vez, pregúntate por qué.
Sucederá.
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[…] Los grandes de nuestra literatura, a excepción de Vila-Matas que es un tío muy simpático, Antonio Muñoz Molina, Javier Marías… nunca dicen nada bueno de un libro escrito por un español joven. Nunca van a […]