C'Mon Murcia

«La acústica de los iglús» de Almudena Sánchez: Los sonidos que guardo


Me he quedado sorda. Llevo unos cuantos días sufriendo un desajuste en mi capacidad auditiva. Le echaba la culpa a un resfriado común sin saber que, en realidad, lo único que ocurría es que estaba encerrada en un iglú. Yo nunca he estado dentro de un iglú, de manera que hasta que no he ido atando cabos, no he descubierto el misterio.

Hace ya unas semanas que leí un libro de relatos –cuentos mágicos- que una chica llamada Almudena Sánchez (Palma de Mallorca, 1985) confeccionó como si de una pieza tallada a mano se tratara.

Leer relatos siempre me provoca cierta ansiedad: te agarran del cuello hasta llevarte a un lugar muy lejano donde te espera un universo tan pequeño como enorme en el que sólo podrás vivir en el lapso de unas páginas mal contadas. Es una sensación parecida a la de inspirar y meter la cabeza en el agua, hundirte sabiendo que sólo te quedan unos cuantos segundos sin respirar, sin oxígeno; y, tras superar tu fobia, subes, brotas al espacio aéreo que, aun siendo tu estado natural, no reconforta tanto como esperas. Aunque ya entre oxígeno en tus pulmones, aunque ya no haya peligro.

Como estar dentro de un iglú y quedarse sordo pero no querer salir porque el frío fuera es aterrador. Quédate aquí, no hace falta que escuches nada, sólo concéntrate en el hielo, recuerda el día en que te llevaron a conocerlo, concéntrate en el hielo. Uno, tres, cinco, dieciséis minutos.

Lo peor de la vida sucede en los gerundios

Las respuestas siempre decepcionan,

y si no decepcionan,

acaban convirtiéndose en pesadillas abstractas

Y empecé a amar,

que se parece mucho al verbo estudiar,

pues, de igual forma, se estudia a la otra persona.

Se analiza

¿Cuánto tiempo hace que no recuerdo

el temblor de una pupila?

¿Las pupilas tiemblan?

Salomé era un avión mal aterrizado

Se supone que los viejos tienen que ser felices

Toda la culpa es del horizonte

Soy de las que prefiere el aburrimiento a la angustia.

Y eso es un gran descubrimiento.                                                

De hecho, cuando se descubre eso, se descubre casi todo

Las lágrimas las inventaron

las cebollas

y no el amor

Y así, saltando de una cita a otra, de unas banquisas a otras, vuelvo a casa, salva, pero no sana- porque La acústica de los iglús (Caballo de Troya, 2016) te deja heridas casi imperceptibles a la luz pero no al oído. El sonido de la soledad, de la muerte, de la inutilidad, de la mentira; el sonido de las lágrimas, del mar, del adiós; el de la enfermedad, el caos, el abatimiento… el sonido del interior de un iglú que bien podría ser el hueco donde habría de estar tu corazón. Tus filias, fobias, sueños y vergüenzas viven ahí, apretujados, chocando entre sí hasta que Almudena, con la ayuda de su línea (la llamaría yo, varita) imaginaria, le regala sentido a ese maremágnum en el que se convierte cada lugar que habitas.

Respira ahora. Lo siento, pero tienes que salir del iglú, tienes que irte, corre, no te congeles durante el camino a casa. ¿Qué casa? No te preocupes pero no te congeles. Te he dejado sorda, así que seguirás escuchando el sonido que hay dentro de un iglú, no es el fin de los tiempos.

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