Me gusta leer en la playa. Me gusta que a los libros les dé el sol de cuando en cuando y que destiñan por no llevar crema solar. Me gusta, digo, que se llenen de arena y que caiga alguna gota de mar entre sus páginas como si fueran lágrimas de verano.
Probablemente tú lo veas más como un engorro que como un placer. Los libros se estropean, da dentera tocarlos y van soltando granos de arena ya por siempre.
Cuestión de gustos. Cuestión de perspectivas.
Si eres de los segundos, Todo lo que un día murió con las bicicletas (Libros del Asteroide, 2013) te encantará, porque abrir este libro es estar frente al mar, sobre la arena y bajo el sol tan sólo tocando sus páginas color crema. No hay consecuencias físicas. Solo ficción. Y si eres de los míos, pero este año te quedas sin pisar la playa, leerlo te hará creer lo contrario y pensarás que hasta te has bronceado.
Llucia Ramis nos regala una novelita tierna y suave como una caricia de abuela. Advierte al inicio que no se trata de una autobiografía pero cuesta creérselo, porque mientras lees, consigues sumergirte en una calita escondida llena de recuerdos de infancia y adolescencia tan puros, tan bien escogidos y relatados que, por momentos, te hacen revolotear por esos veranos que nunca tuviste en el norte del país o en Mallorca como si hubieran sido tuyos desde siempre.
La nostalgia es el velero en el que la escritora nos pasea para que conozcamos sus orígenes, sus marcas y sus particularísimas relaciones familiares. Sus intenciones son claras desde el principio:
“Podría decir que he venido a Salinas buscando respuestas, como en una novela romántica. Sería un autoengaño poético y poco más, una especie de psicoanálisis que me reinventará a partir de datos que desconocía para descubrir otros que no sabía que sabía, como ocurre siempre que contamos una historia. En realidad solo estoy aprovechando los precios de Ryaner y que el alojamiento es gratis para indagar en mis raíces, mera curiosidad. Saber quiénes fueron mis antepasados no cambiará mi presente ni me ofrecerá ese futuro que echo de menos. Seamos claros: esta es una huida para retrasar el momento en el que tendré que empezar de cero”.
Quien nos cuenta esto es una mujer de treinta años que no tiene nada y que, de la noche a la mañana, se queda en paro. Poco más sabemos de su presente y poco pensamos en su futuro pues son sus días de verano los que nos importan, con su olor a brisa marina y a primer amor. A juegos y daños de infancia. A abuelos mirados con inocencia de niño y cordura de adulto, con irracional y ciego amor de nieto a cualquier edad.
Los recuerdos de la protagonista rompen al igual que las olas en la orilla. Irregulares, sin orden, pero tan perfectas como solo puede ocurrir con el mar. El verano. Todos los veranos que tuvimos, los que no tuvimos y los que ya no podemos volver a tener están aquí, en Todo lo que una tarde murió con las bicicletas. Lee esta novela en la playa o en el sofá, el lugar apenas importa. Lee si estás de vacaciones o si te quedas trabajando en la oficina. Léelo porque solo al hacerlo se hará verano. Verano dorado y azul. Verano de niños. Verano de familia.
Ilustración de Pablo Sandoval
2 Comments
Bienherida!
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