Imagina que estás pasando el rato con algunos amigos. Que fumáis, bebéis y arregláis el mundo mientras de fondo se escucha rock and roll del bueno. Imagina que, de repente, se va la luz y todo lo que antes permanecía oculto, acaba emergiendo y os roza a todos la piel. Imagina que hueles, que tocas, que saboreas; que te saborean, te tocan y te huelen. Que ya no hay nada más en la estancia que un único cuerpo que experimenta todos y cada uno de los placeres de la carne y del alma a la vez. Imagina que, sin que os deis cuenta, acabáis explotando. Y ya solo chispas. Solo ceniza.
Algo parecido es lo que ocurre en La habitación oscura (Seix Barral, 2013) de Isaac Rosa (1974). Sólo leyendo la primera página acabas sumido en una espiral incandescente que te quema los dedos pero de la que te vuelves incapaz de huir. Con un estilo ágil, intrusivo e, incluso, asfixiante, este autor clave de la literatura española actual nos hace llegar una historia ficticia que asusta por su más que evidente realidad.
Un acertadísimo retrato social de nuestros días. Duro, negro y cruel: no hay trampa ni cartón, lo que hay en nuestras calles, en nuestros barrios y en nuestras ciudades fijado en las páginas de una novela cuya lectura, a veces, se confunde con la del periódico de ayer. Crisis, contratos precarios, despidos y desahucios se suceden a lo largo de una narración adictiva gracias al elemento de intriga en el que se apoya y cuyo protagonista es el juego de la privacidad en Internet. Y por si estos ingredientes te parecen pocos, aún hay más: el sexo en su versión más abierta y múltiple es el leitmotiv de esta habitación oscura que, sin embargo, se convierte en una habitación con vistas de alto voltaje.
“Una cara se encontró pegada a otra cara, sus alientos alcohólicos se imantaron, la lengua entró con fiereza, dientes chocaron, manos agarraron con fuerza cabezas para no dejarlas escapar, cuerpos rodaron, una nariz se clavaba en una oreja y al girarse encontraba otra boca caliente, una mano se metió bajo una camiseta, otra forcejeó con botones sin saber qué encontraría debajo, sonó una cremallera, una uña lastimó un pezón, diez dedos disputaron por un mismo broche. Nos dimos cuenta de que teníamos los ojos cerrados cuando el fogonazo traspasó los párpados, al volver la luz”.
Isaac Rosa disfruta escribiendo y tiene una capacidad envidiable para las descripciones que, por momentos, se vuelven cinematográficas. Consigue que el lector viaje al mundo de las sensaciones haciéndole sentir excitación, asco o angustia de manera tal que la lectura muta en experiencia física. Cuerpos y mentes disfrutados desde la mirilla de una puerta que sella la intimidad y la privacidad de quienes comparten un mundo donde la comunicación nos salva de una soledad y nos condena a otra.
Porque al final no somos más que eso, soledades andantes que buscan otras en los lugares más oscuros de la tierra, donde se está a salvo de miradas y de juicios. Donde se está a salvo de la decepción y del dolor.
Ilustración: Pablo Sandoval
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