Su rizadísimo pelo rojo me da la clave. Igual que su carmín. Es ella. Dentro de un traje de chaqueta oscuro y un chaleco amarillo encuentro a Lola, no a dolores ni a Lolita. Tampoco simplemente a Lo. Una corbata también amarilla apenas entrevista bajo su chaleco me señala que sí, que es una mujer especial. Adoro su voz desde el primer momento. Hay voces que podrías escuchar durante horas sin notar el paso del tiempo. La suya es así, parece que la estoy leyendo mientras la escucho. Lola López Mondéjar consigue que disfrute de nuestra intensísima charla bajo el frío sol de invierno casi tanto como he disfrutado de la lectura de Cada noche, cada noche (Siruela, 2016), la novela que acaba de publicar y que trae a Lolita, a nuestra siempre Lolita a un mundo en el que por fin, ella es la protagonista indiscutible. Lola le regala a Lolita la historia que todos quisimos darle alguna vez, aunque fuéramos demasiado ingenuos para darnos cuenta.
¿Dolores, Lola o Lolita?
Lola. Lola porque Dolores pertenece a un mundo familiar muy católico y tradicional de la España franquista. Fue a los 14 o 15 años en los grupos de estudio que empezábamos a hacer sobre marxismo y psicoanálisis cuando empezaron a llamarme Lola, empezaba a ser yo misma y, por tanto, me identifico mucho más con Lola que con Dolores.
Has escrito una novela tomando un mito literario fundamental de la literatura. ¿Qué te lleva a rescatar a Lolita de la novela de Nabokov? ¿Era necesario que Lolita fuera una niña de verdad?
Sí, lo era. Lo que yo hago es oponerme a la recepción que tuvo Lolita cuando apareció en los años sesenta, en los que se interpretó como una historia de amor cuando, en realidad, es una historia de rapto y violación. En mi juventud, participé de esa mirada adultocentrista, de la mirada de Humbert Humbert sobre Lolita. Yo no escuché a la niña la primera vez porque estaba oculta. Tiempo después, revisé la novela y me di cuenta de que había sido muy injusta con Lolita y que tenía una deuda con ella, justo entonces se empezó a gestar la novela Cada noche, cada noche, como una forma de saldar una deuda con la Lolita muda que yo no había sabido escuchar.
¿Por qué crees que no hemos sabido leer Lolita?
Es muy difícil saber por qué una novela cuyo autor ya se empeña a lo largo del texto en mostrarnos que lo que está haciendo Humbert Humbert es algo monstruoso, se recibe como historia de amor. Creo que tuvo mucho que ver con el momento en el que la obra se escribe. Lolita se publica en 1955 en Francia y en Estados Unidos en 1958. Se trataba de un período de enorme libertad sexual. Había mucha permisividad y mucha tolerancia a cualquier forma de sexualidad, hasta el punto de que hubo asociaciones de pederastas que quisieron ser legalizadas y que, incluso, fueron apoyadas por ciertos sectores. En un contexto así, en el que la libertad sexual se vinculaba con el consentimiento, nace Lolita. Se interpretó que la niña consentía, de hecho, no sólo consentía sino que seducía a Humbert Humbert, de manera que la culpa se apaciguaba. Para muchos varones la novela representaba una fantasía sexual, la de tomar a una niña de doce años como Pigmalión, moldearla y ponerla a su disposición.
¿Qué crees que opinarían Nabokov y Humbert Humbert si leyeran Cada noche, cada noche? ¿Qué opinaría la propia Lolita al leerse aquí?
Creo que Nabokov y Lolita estarían muy contentos, porque le devuelvo una voz a esa púber que es Lolita. Una niña con una sexualidad infantil que se explora a sí misma con la masturbación o que explora con amiguitas, que no tiene una sexualidad adulta. La devuelvo a su lugar y le creo una historia cuando ella está enmudecida en la novela. Lolita empieza a ser un personaje poliédrico, una niña huérfana que amaba a su padre y que tenía una ambivalencia enorme con su madre. Creo que Nabokov aplaudiría porque él hubiera querido que Lolita se recibiera como lo que es, una historia de rapto y de violación. Quizá no le hubiera gustado la hipótesis que Dolores Schiller, hace de él: un supuesto deseo pederasta que mostraba repetidamente en su obra y que vehiculizaba a través de sus personajes. Me parece que le hubiera gustado mucho más la otra tesis de Dolores que dice que si él estaba “colgado” con las niñas de doce años era porque permanecía vinculado a una sexualidad infantil. A Humbert Humbert probablemente no le gustaría la novela pero creo que a un personaje tan narcisista como él estaba bien darle nueva vida.
Leíste Lolita muy joven, ¿cómo te enfrentaste a ella? ¿Cómo ha cambiado tu perspectiva ahora?
Me gusta muchísimo más, para mí es una novela insondable, siempre tiene lecturas nuevas. Cuando la leí por primera vez, le precedía el mito. Lolita sale en 1958, año en el que yo nací. Al leer la novela tendría unos veinte años y estaba en la universidad. Lolita, por tanto, ya no era un texto virgen al que me acercaba sin saber nada. Las lolitas eran unas niñas que seducían a los varones; las nínfulas eran el sueño sexual de muchísimos hombres. Nabokov era un ídolo entre mis compañeros y cuando me acerqué a la novela, participé de la mirada colectiva. No me enfrenté a ella como una persona singular y fue hace ocho años en la Feria del Libro de Guadalajara (México) cuando escuché decir a una periodista “pobre niña” cuando hablaba de Lolita. De pronto, el puzle encajó y a partir de ahí me sentí incomodísima con mi recepción de la novela. El enmudecimiento de la niña se me quedó tan dentro que escribí Cada noche, cada noche para saldar mi deuda.
Humbert Humbert y Nabokov: acción y palabra. ¿Quién gana la batalla?
En la novela hay una dialéctica entre la acción y la palabra. Hay una relación muy ambivalente entre el personaje y el creador. Humbert Humbert era una personaje necesario. Los pederastas siempre aparecen en la literatura de Nabokov, la atraviesan totalmente. Se trata de un hombre adulto enamorado de las niñas de doce años porque son la réplica de un amor infantil perdido. Sin embargo, Nabokov deja muchas pistas para odiar a Humbert Humbert, pues afirmaba que era un monstruo cuya mirada había creado a la nínfula y no era ella quien lo había seducido a él. Este tipo de personajes nos sirven a los autores para sublimar fantasías de una manera incruenta. Un autor puede crear un personaje que es un asesino y construir un argumento sin mancharse las manos de sangre. Para mí esa es la riqueza del arte. A través de él expresamos conflictos y obsesiones inconfesables de una manera en la que nadie nos puede censurar. Eso nos da una libertad enorme que no tenemos en la vida.
Dices en la novela que tienes total y absoluta libertad creadora. ¿Sientes eso en la realidad?
Sí, sí lo siento. Cuando me enfrenté a este tema tenía mucho miedo a ser malinterpretada por la crítica y por la legión de lectores nabokovianos que son como mis hermanos. Me daba miedo que me interpretaran mal pero lo vencí, me autoricé y me legitimé para escribir lo que quisiera. Me dije que la literatura es el terreno de la libertad, de la fantasía, del juego, como el propio Nabokov nos enseñó. Me puse a mirar a los arlequines, a ver qué piruetas hacían los personajes en este libro y los dejé libres completamente. Hubo una cosa que me sorprendió muchísimo, ocurre a menudo en la literatura y es precioso: En la novela, hay un momento en el que Dolores, tiene un gesto radical hacia Humbert Humbert en el aparece una pequeña pistola, una joya. Escribí esa escena y me encantó. Poco después aparecieron las Cartas a Véra (esposa del autor) en las que me entero de que ella misma tenía una pequeña pistola que siempre llevaba consigo. Todo va enlazándose por la casualidad entre la vida y la literatura.
¿Crees que la belleza es redentora?
Sí, sí que lo creo, me parece que la expresión artística es redentora, redime al creador, pero no sólo a él sino también al receptor. En este caso, sin embargo, me parece que Lolita funcionó como una redención perversa: los receptores de Lolita que la interpretan como una historia de amor, están redimidos porque al encontrar escrita esa fantasía se ven humanos, se reconocen en ella, pero se reconocen en un delito: esa es la gran contradicción.
Ahora todos los lectores que hayan participado de esa lectura, se sentirán muy incómodos leyendo Cada noche, cada noche
Sí, eso también me daba miedo. Vargas Llosa en el prólogo de Lolita publicado en 1987 por el Círculo de Lectores, decía que lo malsano de la novela no estaba tanto en la niña, que a fin de cuentas sólo tenía un par de años menos que la Julieta de Shakespeare, sino que residía en Humbert Humbert. Lolita expresa un síntoma de sexualidad patriarcal. En el fondo, la sexualidad de las mujeres ha sido inventada por los hombres y ha sido inventada para su propia satisfacción. Lolita cristaliza esa moral sexual patriarcal: Me invento un objeto que no violo puesto que ella consiente, porque ella me quiere y me desea. Es lo mismo que están haciendo ahora los curas, por ejemplo, el obispo de Tenerife que afirmaba el otro día que los adolescentes de trece años eran ellos los que provocaban. Estamos proyectando nuestra sexualidad en la sexualidad infantil.
¿Es el sexo nuestro tirano?
Sí. No tanto como experiencia subjetiva sino como imperativo social. Vivimos en una sociedad hipersexualizada, sobre todo, porque sexo y consumo van de la mano. Todo el imaginario sexual es un imaginario de consumo y hay un montón de estudios que así lo dicen. Las citas románticas cuestan mucho dinero, desde la ropa interior hasta las flores, el restaurante… hay todo un mercado de lo sexual que mueve muchísimo dinero. Nos quieren hacer seres sexuales hasta que morimos y no contemplan las diferencias individuales, las diferencias entre los grupos de edad y la libertad de cada uno de vivir la sexualidad como quiera. Me parece que la sexualidad está muy sobrevalorada en nuestra cultura intencionadamente, como mecanismo de poder y de dominación.
En la novela presentas la sexualidad nula de Dolores Schiller para dar cuenta de esta tiranía sexual
Dolores es la antítesis de esa sexualidad inventada de Lolita. Me interesaba mucho hablar de esto, de que hay más opciones sexuales de las que creemos que valen para todos. Quería reivindicar la alteridad de las personas que no tienen deseo sexual y de muchas mujeres que en un momento dado de su vida no necesitan la sexualidad para vivir y disfrutan de otros placeres, como el placer del texto que no se agota nunca, como reivindicaba Barthes.
Hablas de que Dolores se siente plena o piensa que es feliz sin tener sexo, ni amor y sin embargo es feliz
No hay un modelo de felicidad y creo que es una forma quizá mía de reivindicar el placer intelectual. Pertenezco a una generación donde el ideal de saber era altísimo, todos mis amigos leían muchísimo, estábamos comentando libros prácticamente todo el tiempo, hablábamos muchísimo de cine, de música, de libros… Conocíamos a los autores, nos importaba el mundo, leíamos ensayo… a mí todo eso que se haya perdido me da una tristeza enorme.
¿Pero era una moda real o un grupo reducido de personas?
No, no todo el mundo no era así. Era un grupo de jóvenes que entró a la universidad, un grupo de jóvenes antifranquistas que anhelaban saber. A mi alrededor era una constante, no participaba todo el país, para nada, pero sí que éramos muchos y, sobre todo, era algo público. Empezaron los cine fórum y era un gusto enorme ir a ver una película y quedarte a hablar de ella o ir al teatro y charlar con los autores. Ahora, curiosamente, se está volviendo a hacer. Creo que estamos entrando en un momento parecido de retorno al saber.
Ahora el discurso general es que las humanidades no sirven para nada…
Eso es una barbaridad y yo remitiría a tus lectores a un libro que se llama La utilidad de lo inútil de Nuccio Ordine, una belleza de libro. No sirven de nada las humanidades, claro, porque el único pensamiento existente es de la rentabilidad económica. Claro que saber o leer un libro no sirve para nada, ¿pero es que ese es el único valor? ¿Vamos a reducir al ser humano al valor de mercado? Hay muchos estudios que demuestran que la literatura sirve para mucho porque la gente que lee es más feliz, tiene más subjetividad y se siente mejor en su vida porque tiene un refugio en la fantasía. Y aunque no fuera así, no podemos aceptar que el único valor es el de mercado, tenemos que recuperar el valor de las humanidades en sí mismas, el saber por el saber que no es instrumental.
¿Crees que es eso posible? ¿Puede llegar un momento en el que sea posible decir “me dedico a las humanidades y estoy satisfecho”?
Ahora mismo en este país y en Europa ha habido una ola conservadora muy importante y muy retrógrada cuya idea de humano es la de un peón en una cadena de producción. Me pregunto si somos humanos fijándome en el tratamiento que estamos dando a los refugiados. ¿Seguimos siendo humanos? ¿Seguimos considerando a los otros humanos como sujetos de derechos?
Literatura y psicoanálisis siempre han ido muy de la mano y contigo aún más
Para mí es un tema conflictivo porque es contradictorio. Por una parte, el psicoanálisis es un cuerpo teórico con unos conceptos sintéticos que tiene aspiraciones de conocimiento científico, pero el lenguaje científico no es el lenguaje literario. Así que tengo que olvidar el lenguaje psicoanalítico y usarlo sólo en la medida que quiero hacerlo. Me doy cuenta además de que mi manera natural de ver el mundo no son las acciones ni las apariencias, va más allá de las apariencias y esa es mi forma natural de ver la realidad porque estoy formada como psicoanalista. Como escritora, mis personajes tienen pensamientos y emociones y puedo dar cuenta de ellos con palabras de un lenguaje literario. En este momento, es cuando mejor me siento respecto a mi condición de psicoanalista y escritora porque ambas condiciones están integradas de alguna manera. Aunque me da mucha rabia que pueda existir la tentación de decir “sus personajes son complejos porque es psicoanalista” y de esa manera, desvirtuar el valor de mi escritura.
¿Crees que tu condición de psicoanalista te ha dado un cierto bagaje a la hora de escribir?
Los pacientes que yo veo están inmersos en un círculo de repetición, no saben pensar lo que les pasa, no saben poner nombre a sus emociones, por eso se marean y tienen ansiedad, normalmente tienen un margen muy pequeño de reflexividad. Todo el trabajo que hace el psicoanálisis es ampliar ese margen, luego no es que te sirva. Los creadores, por ejemplo, son mucho más inspiradores que un paciente que tiene rituales obsesivos que son siempre iguales. La locura siempre ha tenido una especie de halo mágico, de genialidad que no es cierta. La locura es estereotipia, es la compulsión a repetir.
Como escritora, ¿dejas mucho de ti en tus novelas? ¿O entiendes más la literatura como invención?
La literatura la entiendo como libertad. En la novela La primera vez que no te quiero (Siruela, 2013) había una parte importante de autoficción, si es necesario, si es el tema que me obsesiona, no tengo problema en incluir mi yo en la escritura. No tengo una idea de lo literario, para mí lo literario es un híbrido de invención, de realidad, de autoficción… Lo que en definitiva quiero mostrar con Cada noche, cada noche es que no existe la no ficción. El efecto tan bonito de colocar al lector en el lugar donde la fantasía y la realidad se entremezclan es maravilloso. El camino de la literatura y de la vida se entrecruzan tanto….
¿Hay demasiada impostura en la literatura, demasiada mentira, demasiada banalidad formal y moral?
Creo que la literatura se ha convertido en un negocio y que hay muchos escritores que optan por rebajar sus ideales para adecuarse a un lector común, a un lector cada vez menos informado, más inculto. Pero también hay otros que no, que siguen siendo fieles a sus ideales como escritores. No obstante, se publica de todo, se publica demasiado. Esta democratización de lo literario hace que convivan libros que son muy valiosos con otros que tienen muy poco valor literario.
¿Dónde reside lo literario?
Esa es una pregunta que, como bien sabes, no tiene una respuesta. Te puedo decir lo que significa para mí. Yo no descuido el lenguaje, para mí es una cualidad del texto, que puede crear efectos emocionales en el lector a través de las palabras. Hay textos que no son literarios, son historias pero no literarias. Todo esto es tan difícil de explicar… No estoy hablando de que tengamos que volver a Garcilaso o a Góngora. No se trata de las florituras del lenguaje sino del lenguaje despojado de todo. Hablo de devolverle a la palabra su sentido pleno con frases rotundas que lleven al lector a momentos epifánicos, a invitarlo a pensar, a creerse que lo que tú estás diciendo es verdad siendo una mentira.
¿Es la palabra un filtro para ver la realidad?
Sí, nosotros perdemos lo real estructuralmente: nunca podemos acceder a él. Steiner tiene un libro que se llama Diez posibles razones para la tristeza del pensamiento y una de esas razones es que el pensamiento no puede abarcar lo real y la palabra no puede abarcar el pensamiento. Cuando hablamos, cuando hacemos de todo ese magma una frase lineal en el tiempo, conseguimos construir realidad. De hecho, las historias que nos contamos, a veces, son más reales para nosotros que la propia realidad. Si nosotros experimentamos una cosa y no la dotamos de palabra, se va a inscribir en nuestra vida de una manera diferente a si le damos palabras, luego el lenguaje es fundamental. A mí me gusta muchísimo corregir, volver una y otra vez a pulir y en esa búsqueda de la perfección del lenguaje encuentro mi función como escritora.
Esta semana se ha celebrado el día de la mujer. ¿Es todo cuestión de género?
El patriarcado tiene tentáculos que penetran en nuestra vida por lugares insospechados y tenemos que combatirlo con una mirada crítica. Creo que, en literatura, no todo es cuestión de género y en eso he cambiado mi posición poco a poco. Para mí, diferenciar entre literatura escrita por hombres y por mujeres es un error porque es una manera de ejercer el poder. Cuando se dice que cierta literatura es femenina, -normalmente esto lo dicen los hombres, que son los que tienen el poder de designar- se acaba cosificando para subordinarla a la literatura con mayúsculas y eso es, sin duda, un ejercicio de dominación.
¿Es todo ficción, Lola?
Sí. Todo es ficción, Dolores, todo es ficción. Nuestra vida es ficción en gran medida. Depende de cómo la relatemos. ¿Cómo es posible que una persona piense una cosa de su padre cuando tiene quince años y otra muy distinta cuando tiene cincuenta? ¿Dónde está la realidad? La realidad está perdida, todo lo que construimos son relatos y los relatos son ficciones. La memoria tiene una particularidad y es que una vez que el relato se hace, se impone a la mente como real y compite con recuerdos reales y, a veces, los sustituye si tiene más porción de sentido. Antropológicamente somos seres ficcionales, Creo que sí, que todo es ficción.
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