Tras un pequeño problemilla con la acreditación, el chico majo que se encarga de ticar las entradas y también hace las veces de acomodador me acompaña hacia la platea. Todos están ya sentados y las luces apagadas. No tarda en hacer aparición en el escenario el grupo y, pronto, tras ellos el gran Raimundo Amador.
Vengo un poco confuso a este concierto, pues he preferido no leer nada por Internet. No sé a qué atenerme respecto a que sea un homenaje a B.B. King. ¿Qué tocará Raimundo? Este hombre le ha dado a todos los estilos, los ha mezclado entre sí y ha creado cosas únicas consiguiendo, a la vez, dejar su impronta personal en todas sus canciones. Palabras mayores. Fue en 2009 ya aquella gira de “Bruslerías”.
Empiezan tocando un poco para calentar, muy al estilo de los buenos músicos y de los grandes directos. Joder, si no fuera por el ambiente elitista que, sin querer, desprende el Romea (es un teatro de 1862 así que, contra mi voluntad, no puedo dejar de imaginarme a tipos con chaqué, sombrero de copa y monóculo en los balcones) me parecería estar en un garito de Nueva Orleans a punto de ver un directo único e irrepetible. Enseguida reconozco los primeros acordes de “Pa Mojar” y me emociono aún más. Mis dudas disipadas, hoy vengo a ver a Raimundo Amador, el subtítulo que le hayan puesto al directo es indiferente.
Tras esta breve intro Raimundo saluda y jura y perjura que estaba deseando volver a tocar en Murcia y , sobre todo, en el Romea. El público casi se lo come a besos, por supuesto. A gritos le piden que se quede a vivir aquí. Un hombre grita algo como “aquí nos quedamos hasta que nos echen las lecheras” y Raimundo se ríe sinceramente y le da las gracias.
Empiezan las versiones &, para mi sorpresa, lo hacen con una de Hendrix, olé ahí. Muy personal esta versión, también. Este hombre todo lo que toca… Se arranca con la siguiente, “El blues de los niños”, la primera que cae de Pata Negra. Joder, genial. Como soy colega de Murphy de toda la vida, el borrador que tenía en mensajes en el móvil con el tracklist se me borra en cuanto acaba el concierto. Y en un concierto de estas características (2 horas y pico) eso significa que se me han olvidado algunas cosas. Mil perdones.
Justo antes de que arrancarse a un solo, Raimundo presenta a uno de sus guitarristas. El resto de presentaciones serían así, muy rollo rock también, en solos que alargan y alargan las canciones nos va presentando a todos, inclusive a su hijo “Mundi” que está a la percusión y que se marca un solo que deja claro a los presentes (por si alguno lo dudaba) que hay cosas que van en la sangre y , con el esfuerzo y cantidad de trabajo adecuados, pueden ver la luz.
Una versión de Lenny Kravitz que él presenta como “Mamma Said” lo que me arranca la sonrisa más grande de la noche. Creo recordar que ese era el nombre del disco, pero todos mis colegas y yo también llamábamos así al tema. De nuevo canta su guitarrista, y se disculpa porque dice que no va a hacer ni el intento de cantar en inglés por el bien de nuestros oídos. De nuevo otra de Hendrix. Otra versión, esta vez del batería panameño-estadounidense Billy Cobham que reinterpretan muy personalmente. Tanto, que, entre los años que llevo sin escucharla y su toque personal, no la hubiera reconocido si no la llega a anunciar. “Red Baron”.
Un concierto de, por y para apasionados de la música antes de que la industria se viera forzada a girar hacia el fast-food que mi generación reclamaba. Presenta las canciones antes de tocarlas, se toma su tiempo, cambia los pedales mil veces en directo mientras encoge la cabeza y entrecierra los ojicos, decidiendo qué pulsar pareciera que sobre la marcha. No veo homenaje a B.B. en ninguna parte, eso sí. Pero caen “Blues de la frontera” y “Ay que gustito pa mis orejas” así que para mí casi que mejor.
Me sé de oído (porque me lo han contado) que también es aficionado a versionar “En el lago” de los enormes Triana y llevo rezando por ello toda la tarde. Pero en cierto punto del concierto, tras una hora y cuarenta de pura bestialidad musical, me voy convenciendo de que no. Lástima. Raimundo señala el cielo y todos sabemos lo que viene. Aún así, presenta el tema, como todos los demás. Toca darle un homenaje al maestro y su amigo personal, Riley B. King. Me cuesta reconocer el tema, sobre todo porque las primeras estrofa la canta en español el propio Raimundo, dejando el resto a su guitarrista anglohablante. Pero cuando llega el solo estoy (casi) seguro de que es Ghetto Woman.
Pequeño intermedio que aprovecho para ir al servicio. Cuando vuelvo, el escenario ha cambiado. El grupo ha abandonado el showcase y , los focos iluminan dos pequeñas sillas y una guitarra acústica. Salen a escena Raimundo y un cantaor al que no conozco. Empiezan con un poco de lo que a mi entender es “flamenco tradicional” aunque debo de reconocer, que no soy muy entendido en la materia y Camarón para mí es “tradicional”, pese a que está catalogado por cualquiera con un poco de cultura en el vasto mundo del flamenco como flamenco moderno. Como si me estuviesen leyendo el pensamiento reconozco los primeros versos. Es una versión de “Mi hermana Remedios”, que también cantaba el gaditano. Después se arrancan por bulería y , para mi sorpresa, también la reconozco. Es una de esas que se pasaban por bluetooth en mis tiempos. Dudo que tenga nombre. El tema, como en el de toda buena bulería que se precie, es la traición.
Cuando terminan se despide el cantaor y el grupo vuelve al escenario. Raimundo aparece por fin sin chaqueta (le iba a dar algo) y arremeten con las últimas. Otra versión irreconocible de tan personal, esta en concreto es “Jessica” de los Allman Brothers. Después “Pata palo”, propia. La última versión es la sobadísima “Purple Rain” pero el público la disfruta y la canta a gritos, probablemente la canción más coreada de la noche. Y el cierre espectacular llega de las notas de, como no, su magnífica “Bolleré”, que llegó a tocar con B.B. King en directo alguna vez.
Más de dos horas de concierto después salgo a la calle muy, muy satisfecho. A veces da gusto alejarse de la escena más underground de salas pequeñas, micros que chirrían y guitarras que se joden en pleno directo para ver a un grande hacer las cosas como dios manda. Sobre todo si el que está en el escenario demuestra que ni promoción por parte de discográficas y agentes ni leches en vinagre, lo que tiene es diez veces más talento que lo que sale hoy día.
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