Noche de poco jazz. Noche de swing. Noche de soul. El color rosado deja paso al negro, pero el jazz en San Javier es más bien un ocre, y la pasada noche se tintó de mediocre. No es raro, si Pavlov le hubiera dado la segunda vez lechuga a su perro, el perro al escuchar la campana le habría mordido el cuello. Nosotros escuchamos Pink Turtle y babeamos. No es un juicio al valor nutricional, es un juicio a la calidad media esperada. Un contrato establecido entre músico y espectador. ¿El problema? Que seguramente ya no tenga solución.
Con su gracia habitual es Patrick Jacqueville (trombón) quien presenta al grupo con un largo discurso en francés. Michel Bonet (trompeta) le traduce en cinco palabras: “Buenas noches, somos Pink Turtle” y acto seguido empiezan con la genial versión de Walk On The Wild Side. Energía, fuerza y elegancia, pero algo chirría. Christophe Davot no canta ni toca su guitarra, ni en la batería está el showman Stephane Roger. Y si los estoy echando en falta nada más empezar mal asunto.
Pink Turtle es el jodido mejor grupo de versiones swing que se haya hecho. Eso es un hecho, y aunque el público se excitó con los saltos de la rana del polifacético Pierre Louis (Saxofón, clarinete y flauta) en Get up Stand up y con el striptease del pianista en la introducción de Hotel California, aburrieron un pelín de más. Recuperaron la tensión con la cruda, dura y magnífica conversión a bossa de Another Brick In The Wall que acababa en puro swing. Pero por muchos paseíllos a contrapié que daban saxo y trompeta no salvaron estropicios como Hey Jude, ni el soso “tum pash, tum pash” con el que Didier Ottavani puso ritmo a Imagine.
Estaba la luna en su perigeo y se elevó por encima del escenario para sacar a las tortugas de sus caparazones. Por fin acompañaron al héroe de la noche Laurent Vanhee (contrabajista) y parecieron un grupo de verdad versionando Black Magic Woman. El vulgo levantaba sus culos para tintinearse levemente. “¡Fire, fire, fire, fire in the sky!” gritaba Patrick en Smoke And The Water. Y por fin interactuaba con el público. Pero, ¿saben qué? Ya era la penúltima canción. El público quería más, saben de su potencial. Los músicos despertaban tarde y no podían dejarles marchar sin asaltar la orchestra para bailar. You’re the one that I want, un especial del musical Grease, valor seguro para cerrar. Yo me frotaba las manos, pero entre “uh, uh, uh” acabé frotándome los tímpanos. Y es que quizá el casting de cantantes debió ser más largo. No me malinterpreteis. La chica canta bien, pero este grupo se le queda demasiado grande.
Una banda como Pink Turtle que otrora hiciera las delicias de los espectadores se presentó sin argumentos nuevos, reutilizando las mismas fórmulas que hace tres años. Y aunque la audiencia lo aplaudió, no vibró como antaño. El valor de esta banda parece haber quedado solo en sus exquisitas versiones, porque la interacción con el público, la chispa, los chistes, la atmósfera, el movimiento y su swing más arrollador estuvieron ausentes. ¿Serán las suplencias en la batería, guitarra y voz? Yo no tengo ninguna duda, aunque esperemos que los nuevos se pongan las pilas en Vitoria.
Mientras Pink Turtle firma discos en la orilla del escenario, aprovecho y, sorteando la larga cola de autógrafos, me tomo una cerveza, que joder, no somos polis. El que sí tiene cara de poli es Booker T. Jones. Me recuerda a uno de los personajes más sanguinarios de la serie The Wire. Un tío que hace los movimientos justos por si alguien pudiera ofenderse. Sonrisa amplia a todos los costados y educación prusiana hasta para sacarse la gomilla del calzoncillo. Uno de esos que reza antes de cargarse a una marea de negros. Booker T. se sienta al órgano, lo mira, lo roza, da las primeras notas y en ese momento lo sé, ha estado rezando y va a liquidarnos.
Estoy sentado al lado de los line arrays y encima a mi altura tengo las cajas de graves, así que puedo apreciar con toda la magnificencia el precision jazz bass de Melvin Brannon que por momentos se sincroniza con mis ondas cerebrales. Puro como toro de lidia. Estos Booker band hacen del soul un western épico a base de pentatónica. Les queman los dedos y Booker T. Jones le pisa cada vez más fuerte al pedal que hace girar su órgano hammond. Ha nacido para esto. Ni se mueve un ápice, pero joder cómo nos percute a los presentes. Por el momento nos regala las canciones de su primer proyecto Booker T. & the MG’s. Una joven baila a los pies del escenario como si se hubiera metido MDMA. Es agónico verla porque aunque lo disfruta parece un maldito zombie.
El asesino se levanta y pasito a pasito intercala sonrisa al público y mirada al suelo para no tropezar. Le dan una Fender stratocaster etiquetada. Se pone a afinarla y claro, ni Dios habla porque si murmuras te mata. Yo casi me muero del susto cuando anuncia que va a tocar Hey Joe, esa canción narrada en primera persona por la voz que un esquizofrénico oye en su cabeza. Sí, esa que le ordena que vaya a matar a su mujer. Un asesino de los que no puedes juzgar, vaya. Mi compañera se larga, no le dejan echar fotos. Yo supongo que es para que no queden pruebas visuales del auditorio lleno de sangre. Y es que claro, un músico tiene arte. Un músico no mata con la tradicional cuerda de piano, lo hace a base de versiones. Tres mozos en coro cantando Knockin on Heavens doors. Aquello parecía un karaoke de barrio, y bueno, el tío es un genio de la composición, del soul, del funk, un objeto de estudio por sí mismo, pero no especialmente del canto. Casi se le salen los ojos poniendo la pose de hoochie coochie man.
Llega un momento muy divertido. El asesino sonríe. Su baterista está cantando un vertiginoso rap mientras toca. La gente enloquece. Ya no solo está la chica del MDMA. Todos bajan a bailar. Señores y señoras mayores, y al parecer todos han consumido MDMA. El grupo hasta se atreve con una conga. Y venga bajos, y venga pentatónicas. Se me oscurece la piel por momentos. Pero el asesino se vuelve a poner la guitarra y no tiene otra cosa que hacer que tocar Pretty Woman. Es un hoochie coochie man y puede versionar a Gary Moore con dos cuerdas en la guitarra si él quiere. Así que lo hace. Yo ya no sé ni como sentarme. Así que me pongo de pie con tan buena suerte que nos tocan Everything is Everything. El flow ya se mide en caderas desencajadas, y yo entonces sufro un bajón de azúcar lo cual me jode el final de la crítica. Pero ya era tarde, yo ya no pensaba en Booker, ni en sus bajos ni en su cara de “os sonrío porque no sabéis que os voy a matar, hijos de puta”. No, miro al cielo y recuerdo que los científicos afirman que con la luna llena en su perigeo vamos a dormir 30 minutos menos esa noche. Estoy lejos de casa. Se me oscurece la vista, pero la veo, y aunque no fue un buen día para versionar y la luna me sonríe como un asesino en serie, estoy en San Javier y seguirá siendo rosa.
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