Imaginaos a Clint Eastwood en su casa. El batín de paño tapa su pijama a cuadros rojos y el whisky doble sin hielo se le está terminando. Decide comenzar una lectura ligera para amenizar una tarde de invierno junto al fuego y, en pocas horas, devora la biografía de Chris Kyle.
Kyle fue un gran hombre –y mejor americano— que sirvió a su país desde 1999 a 2009 como francotirador en la guerra –¿qué guerra?— contra Irak. También conocido como ‘La Leyenda’, consiguió ese mote gracias a su buen pulso al aniquilar a 160 insurgentes irakíes a través de la mirilla de su M40. Como Clint está mayor –y un poco republicano— se emociona y decide rodar American Sniper.
Un producto americano para americanos a los que les gusta el bourbon y las armas. La propaganda es tan flagrante que hace daño a los ojos, a los oídos y a la uretra –he necesitado varias visitas al baño para poder soportarlo—. Vanagloriar a un francotirador es arriesgado, ya que es uno de los puestos del ejército peor vistos por los civiles debido a la supuesta frialdad que implica apretar un gatillo desde la lejanía. El guion no ayuda nada a mejorar esa imagen –más bien dificulta—, aunque puede que si lo consiga el reparto.
Bradley Cooper lleva ya algunos años intentando hacerse con la estatuilla de la mano de David O. Russell. Su primera nominación vino en 2013 con El lado bueno de las cosas, una especie de rara maravilla que impresionó a público y crítica con su mensaje optimista y por la presentación de dos personas tan atractivas enamorándose –Jennifer Lawrence y Cooper son buenos actores, pero también ridículamente guapos—. En 2014 volvió con la horripilante La gran estafa americana, donde su director no tenía un buen guion que tapara que hace cosas muy raras con la cámara.
El actor americano parece que cree en el dicho “no enseñes a pescar a un hombre… dale un papel relevante y no atractivo y conseguirá el Óscar”, porque ha pasado de hacer del típico guaperas a un «héroe» de guerra atiborrado a esteroides —convertirse en el alter ego de The Rock no resulta sexy—. Su interpretación es lo mejor de todo el film, la evolución de paleto de Texas sin aspiraciones en la vida a un veterano de guerra con familia no las tenía todas consigo para parecer convincente, pero Bradley lo hace sostenible —que no es poco—. Se nota que cree firmemente en este proyecto hasta el punto de ser uno de los productores –los que ponen la pasta—, por lo que podría ganar el premio de la academia por partida doble –mejor actor y mejor película—.
Dejando a un lado los aspectos técnicos de la película –he visto escenas de Los Gremlins con mejores efectos especiales—, la premisa es muy dura. La historia narra, sin ningún tipo de debate moral, la delgada línea entre el bien y el mal, basándose en el principio de que en la guerra no existe el asesinato, solo se persiguen objetivos que eliminar. El mismo Chris Kyle mantenía que veía sus actos con una perspectiva distinta al homicidio. No los consideraba personas, no se preguntaba si tenían familia, solo los intuía como una amenaza para su gente —americanos en general— y, por ello, no sentía remordimientos.
Al parecer, Clint Eastwood es de la misma opinión. Quiso reflejar fielmente una idea que, a tenor de los comentarios y posición en varios mítines políticos, también comparte. No nos sorprende que sea beligerante y que se preste a este tipo de propaganda. Pero, personalmente, lo prefiero en Los puentes de Madison acostándose con Meryl Streep.
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[…] sus compañeras anglosajonas. Le sigue Clint Eastwood y su sentimiento patriótico/republicano con El francotirador que, seamos sinceros, no te importa mucho, pero al menos tiene chicha para […]