El 7 de Enero Lucille Clerc resumió con una caligrafía sencilla (pero elocuente) los estados de ánimo de un mundo convulsionado por los atentados de París. Resulta tentador examinar este suceso en las mismas tres fases.
AYER
Ayer no fue ayer sino martes 6 de Enero. Mientras en algunos países de Occidente abríamos regalos, aviones fantasma y drones sobrevolaban el suelo de Gaza. 45 musulmanes morían por un suicida yihadista en algún pueblo de Afganistán. En Baga aún apagaban incendios. Por otro lado, tropas del Reino Unido destinadas en suelo afgano volvían a casa ante la pasividad del mundo. Pero eso entonces no parecía importar, porque, aunque éste ayer no fuera tu ayer, era pasado. Y pasado es.
HOY
Miércoles 7 de Enero. Un joven dibujante de París llamado Josuè camina por la rue Nicolas Appert. Anda con prisa y tropieza un par de veces, cayéndosele al suelo la carpeta que contiene su nueva tira cómica. Pero Josuè no va a presentar su proyecto al comité de Charlie Hebdo, sino a recoger a su hija de la guardería situada en la calle de enfrente. A las puertas del edificio se tropieza con Annabel, cuarenta y cinco años, secretaria que también trabaja en la revista.
Pero justo cuando Josuè va a decirle lo bonito que lleva el pelo recogido (conseguir una sonrisa nunca ha sido algo tan fácil) un golpe seco le derriba al suelo. Y fundido a negro.
¿De dónde ha venido? Josuè levanta la vista del cemento, y entonces los ve: pasamontañas que mascullan gritos; dos hombres, quizás tres. Uno de los hombres sujeta a Annabel. Le ha abierto los botones de la blusa y le aprieta el pecho izquierdo por debajo del sostén (durante muchas semanas Annabel tendrá las marcas de uñas en la piel, pero por vergüenza nunca las revelará).
Al rato Josuè entiende lo que está sucediendo: quieren que Annabel les lleve al interior de la oficina. La puerta necesita una tarjeta de acceso, entiende, y de repente una punta de bota le golpea en la frente. Josuè siente entonces el intenso dolor agudo de una lobotomización.
Josuè se despierta minutos después. Está sólo. Por un momento no recuerda qué hace allí, ni dónde está su hija, ni su tira cómica. A lo lejos (y al mismo tiempo, muy cerca) se escuchan secos y arrítmicos fuegos artificiales.
Se pregunta de dónde vendrán.
MAÑANA
Mañana debería ser jueves 8 de Enero, o viernes 9. pero sigue siendo miércoles. Redadas policiales, ataques a mezquitas al sur de París. Libertades de expresión puestas en duda. Lápices rotos.
Seamos honestos: el atentado contra Charlie Hebdo no es (como parece creerse) un atentado contra la libertad de expresión. Es un atentado contra cualquier tipo de libertad, cultural, sexual y educativa. Para los fundamentalistas no hay distinciones.
Por otra parte, qué bien vivimos hasta que el miedo explota en la puerta de nuestra casa. Parece que hemos olvidado que donde más ataques se producen no son sólo en Europa, sino precisamente en los países de África y Asia, donde los terroristas tienen más facilidades para provocarlos. Hay que llorar la muerte de los dibujantes, pero recordemos atentados en canteras en Kenia del pasado mes de diciembre, o los ataques en Baga, Nigeria, que sucedieron…el Lunes de cinco de enero. Y también el martes.
Datos, sacados de la BBC y La Brújula: desde ese lunes 5 hasta hoy, las víctimas por estos atentados han sido…Dos mil.
Dos. Mil. Muertos. En una semana.
Mañana debería ser Sábado 10, o Domingo 11, pero el mundo (civilizado, el que acaba de hacerse fan en Facebook de una revista que quizás nunca han comprado ni leído) permanece aún conmocionado en la disección de un instante. París alza lápices al cielo en señal de protesta.
De alguna manera las manos de los parisinos son las manos de Annabel, y de Josuè, las manos de todos los ciudadanos de todos los países, ayer, hoy y siempre, explote (o no) el miedo en la nuestra casa. Manos intrépidas, valientes, que no se dejen asustar por fanáticos de ningún tipo, que cuestionen, se rasquen la cabeza y propongan alternativas (políticas, culturales, sociales) a un presente caótico donde los inocentes mueren a centenares, aquí y allá.
El mañana es el prólogo. Y necesita lápices.
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