Para los melómanos, no es saludable ir a un concierto con una expectativa buena o mala ya formada. Lo ideal es dejar que te sorprendan. Los conciertos entre semana tienen algo diferente. Empiezan antes, la actitud del público es diferente.El menú del miércoles 24 lo conformaban dos bandas: La Cripta y Supersuckers.
Los primeros son un quinteto de Alicante, encabezados por un tipo con máscara de lucha libre. En tres cuartos de hora tocan gran cantidad de cartuchazos de punk rock ibérico, mitad en español y mitad en inglés. Coros brabucones, solos rápidos por parte de ambos guitarristas y tempos frenéticos, con carácter ibérico. Pero con la vista en sus referentes. Son deudores de Black Flag, Rancid, Dead Kennedys, Agnostic Front, NOFX o los Stooges. No en vano uno de sus temas se llama «Alicante Raw Power» en un claro homenaje al legendario disco de Iggy y sus secuaces.
Carecen de un sonido propio y singular. Hacen varias famosas versiones, entre ellas «Born To Lose» de Johnny Thunders & The Heartbreakers. La Cripta son, un aperitivo común y efectivo, de los que ya has comido en muchas ocasiones. Te deja el estómago sin hambre, a modo de calentamiento de lo que vendría a continuación. Y lo que vendría después no eran ni más ni menos que la autoproclamada «mejor banda de rock de la historia» (varias veces lo repitieron). No será el primer ni el último grupo que se autocorona con este título.
Y es que Supersuckers se encuentran en una mega gira mundial para presentar su esperado nuevo álbum. 11 fechas en España, otras decenas entre Suiza, Francia o Reino Unido. Para dentro de poco recorrer Canadá. Vamos, que no les ven el pelo en casa. Son originarios de Arizona y son típicamente americanos. Todo en ellos huele a gasolina, a bar de carretera y a grasa de motor. Casi falta la bandera sureña. América profunda.
Estuvieron en Seattle en la eclosión del grunge, pero ellos transitaron otros caminos menos alternativos. Incluso llegaron a sacar temas de country-folk en alguna ocasión. Pero tras 20 años actuando, casi 20 discos, decenas de singles e innumerables bolos por todo el globo tienen derecho a hacer cualquier cosa. Sobretodo si es lo de siempre, pero con mas años.
Aparecen de luto riguroso y entre silbidos, vítores y aplausos por parte un público entregado antes siquiera de empezar. La sala llena hasta el final a pesar de ser laborable al día siguiente. Eddie Spaghetti, bajista, frontman y cantante, ataviado con sombrero de cowboy y gafas de sol, no tiene suficiente y hace gestos con las manos para que aplaudan mas aún. Está flanqueado por «Metal» Marty Chandler con gorra y tatuajes y por Don «Thunder» Bolton con gafas y algo de panza. A la batería se encuentra Chris «Chango» Von Streicher. Sorprende ver a los dos guitarristas con el mismo modelo y color de guitarra y al bajista con el modelo equivalente e idéntica tonalidad. Los amplis también iban a juego.
Durante aproximadamente una hora y media hacen gala de su saber hacer encima del escenario. Posturitas y bailecillos con el mástil de los instrumentos, y exagerados movimientos en los incontables punteos. Al unísono iban a la hora de hacer los cuernos del diablo y de animar al respetable. Las letras hablan de mujeres, del infierno o sobre alguna juerga. No son tratados de álgebra, pero son pegadizas y cantables como himnos de estadios. Energéticos acordes sencillos, ritmos rápidos y muchísimo solo de guitarra. Una sucesión de tópicos.
Combinan canciones del reciente «Get The Hell», temas viejos, unas versiones y dejan los éxitos para el final. Sin hacer muchos parones, Eddie intenta contar chistes, pero el marcado acento del barbudo vocalista impide la comunicación. Cada dos por tres exige con caradura y guasa que compremos cosas del puesto de mechandising.
A el público no le importa el tracklist y no cuestiona la música, que durante los 10 primeros minutos sonaba floja. Simplemente celebra cada nueva arremetida de los decibelios de los estadounidenses con cerveza o un grito. Muchas canciones parecen casi la misma que la anterior. Alguna rezuma mas punk, otra mas blues, otra country. Pero la base es rock duro americano, comercial y para las masas, sin recovecos ni matices y muy directo. Demasiado directo. Acertadamente, deciden no hacer el paripé de los bises y terminar con las más famosas. Hacen un par de fotos, saludan y se van.
Con la sala llena de yonkis ansiosos de rock’n’roll, ninguno pudo decir que no obtuvo su dosis. Aunque fuera entre semana, los Supersuckers pusieron la directa y sirvieron un suculento chuletón musical. Algo chamuscado del uso, sin apenas guarnición. Pero sazonado y preparado al estilo clásico. Sin fisuras.
Estaba claro que el menú no era innovador y que sobraron tópicos yankees. Pero no hay que hacerse grandes expectativas, ni tener el morro tan fino. Es solo rock y hay que amarlo.
Fotografía por Isaac Pradel Leal
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