A veces, incontrolablemente, me da ansiedad. Claro, no es controlable porque si no no la tendría. Te falta el aire, se te turba la mente, a veces te mareas y sientes que la espichas. Antonio Serrano sopla que te sopla la armónica. Cada vez más rápido, con precisión electrónica. Ya no sé si me duelen los labios de verla deslizarse sin vaselina por los suyos o si es la falta de oxígeno de no oírlo respirar. Lo que a priori podría ser un coñazo de concierto (una pareja salió pitando en la segunda canción) resultó lo más emblemático de una noche en la que la armónica no sería un chirimbolo más del blues, sino que a éste lo cogería de la pechera y le diría “quita tú que ya me pongo yo”. Vinieron los Estudios para armónica cromática 1,2 y 3 y tras ellos el Trenet. Fantástica simulación de un tren en la que suelta la armónica y se arranca en voz y teclas por el old blues. Con East & West se coronó recreando una gaita a base de loops. Y a base de loops recrearía una gaita coronándose en East & West. Coronose recreando en East & West una gaita a base de loops. Y así, y así, y así, continuó, continuó, continuó, hasta dejar dejar dejar, paso paso paso a Pedro Andrea y su banda.
El otro día me comentaba un amigo que existen dos tipos de calvos: los de fiar y los traicioneros. Añadí yo que suelen ser lo que se rapan los de fiar, pues asumen su alopecia y actúan en consecuencia, mientras que los otros aguantan con cortinillas imposibles negando la realidad. Pedro Andrea desmontó mi teoría… Para dirigirse al público no usa micro. Dice que es un ambiente demasiado íntimo como para romperlo amplificando. Todos estamos de acuerdo. Así que empiezan y se sacan de la manga The Thrill Is Gone a riesgo de parecer típicos. Es de verdad una versión y suena bien. Canta Agustín Lozano (bajo) y se quiere, pero sin algarabías. Pedro Andrea, sin embargo, calvo y rapado, se arrima al quicio del escenario, se baja los pantalones y… nos traiciona. El tío tiene una técnica brutal, pero sus solos parecen pesca de arrastre. Coge un gran nº de ejemplares, pero no hay deporte y en cada compás vuelve a la tónica antes de perderse en las profundidades. Pero toda marea trae una resaca y de ella surge el héroe llamado a recoger los maltrechos blues y soul, Slam Allen.
Quizá les enseñe a los virtuosos a dar intensidad a un concierto que no la tiene. Aunque me temo que Slam es el bluesman prototípico, pero de “marca negra”. Emula el humor del gran BB King, y le sale bien. También emula su técnica, y lo dice, pero Slam es más rápido y menos genio. Se cansa de estar en el escenario y pone rumbo al pasillo del patio de butacas. Se arrodilla ante una muchacha y le solea escalas al oído. No he visto a una mujer tan tensa ni en presencia del Hombre Elefante a la hora del besamanos. Allen se pasea como Tony Soprano por New Jersey. El cachondeo le dura 10 minutos. El público expectante y con cuello retorcido flipa de que no toque en el escenario. Además trae consigo una retahíla de chistes ensayados que hacen del concierto un espectáculo de humor. Por fin regresa al escenario junto a un Pedro Andrea triste de ser relegado a segunda guitarra.
Slam vuelve a bajar y hace repetir desafinados “baby” a personas del público en la arrojadiza soledad del ridículo. (Todos ríen). Pero Slam, que no ha dejado de enseñarnos la dentada en todo el concierto empieza a escuchar una voz en su cabeza. “Hey Slam”, vuelve. Un bluesman se debe a su público. No todo son risas. “Hey Slam”, toca un clásico, haz lo que debes. No eres tú el que debe matar a su mujer, ese es Joe. “Hey Slam” you’re not Jimi Hendrix, but you’re worthy of playing <<Hey Joe>>. Este concierto parece improvisado. Slam saca pulmón y acaba cantando sin micro más de una vez. Agustín canta y toca y también anima al público. Y para colmo Antonio Serrano se suma a la jam session. En cada intervención ensancha a la banda y hace ganar enteros al recital. Para Serrano tocar en un circo, en un auditorio, en la calle o bajo un puente es hacerlo dentro de sí mismo.
Slam es el chiste, Serrano la verdadera pasión. Ambos disfrutan y hacen disfrutar. Slam no es soberbio y deja que Serrano se explaye. Sin embargo está claro que el blues del bluesman es el más accesible para el público, aunque tras 70 años de pentatónica sea lo más repetitivo y menos interesante del género. Si me preguntan qué prefiero pueden encontrarme con la cabeza entre las piernas, sobreponiéndome de un armónico ataque de ansiedad.
Aunque lloramos la cancelación de Richard Bona hay que elogiar el trabajo del Teatro Circo de Murcia que ha llevado a cabo un buen ciclo en el que sonido, luces y personal han hecho las delicias de los murcianos. Dejé de ir por su sonido, pero tras esto volveré.
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