La vida es corta. No lo dije yo, sino un amigo el otro día. Su médico (un paquistaní que parece Tony Revolori con barba) le dijo que en cinco años se muere si no cambia en muchas cosas. En la traducción se perdieron matices, pero la verdad es que no importa. Sea cual sea el idioma, las palabras golpean.
Cinco años. Dos mil veinte. Baile de fechas. En dos mil diez se estrenó Mr Fantastic Fox de Wes Anderson, película llamada (en su momento) “magnum opus” de su director por llevar su estilo al artificio puro: substitución de actores por marionetas guiadas por un riguroso stop-motion.
Lo que muchos críticos no vieron (o no quisieron ver) es que el cine de Wes Anderson no intentaba emular la realidad (por otra parte, cada vez más desintegrada e inverosímil): para el director americano el cine era esa cosa rara llamada FICCIÓN. En mayúsculas.
Desde la fundacional Rushmore (nunca estrenada en cines en España) el cine de Wes Anderson ha tendido a la representación de unas influencias culturales con cierta pose ensayada. Curiosamente, en un tiempo donde escribir (poesía) se mira con cierto desdén y los artículos culturales se confeccionan como proyectos virales, casi parece apropiado preguntarse, ¿vivimos en un inmenso simulacro a lo Wes Anderson, incapaces de recuperar la verdadera emoción?
Quizás. Pero mi amigo se equivoca.
Sí, la vida es corta, estúpidamente corta. Pero las horas siguen siendo nuestras, y pueden ser largas. Tan largas como queramos. Sucede sin que nos demos cuenta. Nuevas maravillas nos acechan a cada minuto, brillantes e inesperadas. Sobre todo en la oscuridad de la sala de cine.
Las películas de Wes Anderson funcionan como milagros de ácido acético: obras de teatro dentro de obras de teatro, puzzles que nos recuerdan que los recuerdos (tema que impulsa El Gran Hotel Budapest, quizás ahora sí “el magnum opus” de Anderson) funcionan como miniaturas, miniaturas de acuarela y cartón. Maquetas inútiles, pretenciosas e insignificantes que con el tiempo sólo nos servirán para una cosa: recordar cuando éramos ingenuos y brillantes, y en qué instante dejamos de maravillarnos por las horas compartidas. En qué momento nos desencantamos y dejamos todo esto atrás.
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[…] Vía: snob, neokunst y c’mon murcia […]
[…] principio ibas muy fuerte con El gran hotel Budapest. La amas. Fuiste dos veces al cine aprovechando que estaba a 2.90 y te dió un empujoncito para […]