Fotografía de Vicente Vicéns
Moyano es inexplicable. Quizás por eso es tan complicado hablar de él. Su intensa mirada mediterránea, al igual que su postizo carácter severo o la pulcritud de su estilo literario, impresiona con silencios difíciles de reseñar. Cuando escribe no necesita valerse de la descripción para zambullir al lector en el más recóndito de los ambientes. Lo ha demostrado con esta novela, ‘El Imperio de Yegorov’, con la que ha conseguido quedar finalista en el Premio Herralde de Novela de la editorial Anagrama. Ahora que lo tengo delante descubro que esa capacidad no reside tan solo en la rabiosa precisión de su pluma, sino que en el mismo temperamento de su identidad. No voy a intentar describir más de él; sería inútil trasladar al papel el encantamiento de este chamán de palabras.
Estamos en Molina de Segura, un pueblo humilde y agreste de la Vega Media de la región murciana. Es martes y la gente pasea por la cotidianidad de sus días. Yo ando buscando el ‘Bar Triunfo’, donde he quedado con Moyano, “uno de los mejores cuentistas de nuestro país”. El dichoso local que llevo buscando unos diez minutos es un punto de encuentro para los habitantes de un municipio que esconde en sus entrañas más brujería de la que deja relucir en su escaparate de pequeña ciudad. Uno de sus tantos embrujos puede que haya recaído sobre la figura de este escritor, que acabo de ver aparecer apegada a un discreto quiosco. “Estaba aquí mismo”, me asegura refiriéndose al mesón mientras nos dirigimos, dos calles más adelante, hasta la puerta de su casa. Sencilla y lugareña, esconde un camino casi laberíntico que nos lleva a un espacioso despacho con una biblioteca que intuyo repleta de pequeños manjares. Moyano me acoge en su espacio más íntimo y yo, quizás, hasta me acobarde en la magnitud de una grandeza tan campechana. Acaba de ser premiado y las alabanzas a su nueva obra no cesan, pero hasta el momento estos prestigiosos detalles no aparecen reflejados por ninguna parte.
¿Esperaba que su novela fuera una de las ganadoras?
Sinceramente no. Empecé a saber que estaba entre los finalistas un mes antes, pero reconozco que me tuvieron in albis hasta casi la rueda de prensa. Cuando fui a Barcelona lo sospechaba, pero me lo habían dejado abierto a que había varios, no era el único. Finalmente, diez minutos antes de la rueda de prensa me dijeron: “Tú sabes que eres el segundo finalista, ¿no?”, y así fue como me enteré.
¿Y cómo le sentó la noticia?
Para cualquiera que tenga aspiraciones a dedicarse a la escritura y a transcender más allá de sus círculos, el Premio Herralde tiene mucho prestigio, incluso más que otros más sonados y que están más contaminados de sospechas, por lo que para mí ser finalista es ser ganador de muchos más reconocimientos. En definitiva, me ha sentado muy bien.
¿Incluso mejor que si hubiera sido, por ejemplo, un Planeta?
La dotación de un planeta es tan bestial que dudas, pero yo, en mi intimidad, he de decir que sí, prefiero el Herralde. Compro muchos libros de Anagrama, y sin embargo, casi ninguno de Planeta. Mi mundo mental es mucho más cercano a esta editorial.
¿Cree que lo merecía?
¿Qué debo decir?, ¿pecar de humildad? No lo sé. Para empezar debería leer todas las otras novelas, pero creo que sí, que mi novela estaba bien. En mi opinión se aparta en bastante medida de las novelas más convencionales, por lo que he hecho algo que no está trillado, y en ese sentido sí considero que lo merecía.
¿Había dado a leer el manuscrito antes de presentarlo al concurso?
Sí. Tengo dos lectores de confianza. Uno de ellos es Rafael Balanzá, que fue el ganador del Café Gijón hace unos años, y otro Paco López Mengual, de sobra conocido en esta región. Son dos personas con dos ópticas distintas y sus opiniones se complementan muy bien.
¿Qué le dijeron ellos?
A los dos le gustó. De todas formas, un libro como ‘El Imperio de Yegorov’ lleva un proceso largo. Escribí esta novela hace seis años y hubo varios avatares. Iba a publicarla en otra editorial que al final tuvo que cerrar, y ahora me alegro, porque de no haber sido así no habría podido publicar en Anagrama, pero entonces fue un fastidio. A lo largo de todo este tiempo he visto que levantaba el entusiasmo de bastante gente, así que empecé a suponer que estaba bien.
¿Su opinión sobre ella también ha ido cambiando?
En ese sentido los escritores, y me imagino que todos los creadores, son muy influenciables. Si eres un pintor y llega alguien y te dice: “Esto es una mierda”, piensas: “¡Madre!, pues es verdad, esto es horrible”. Si llega otro y te dice todo lo contrario, piensas que sí, que tu obra es muy buena. Nos influye mucho la piel de los otros. Por encima de eso, o por debajo, según prefiramos mirarlo, hay un concepto objetivo de la obra más sólido a las opiniones.
¿Y cuál es ese concepto en ‘El Imperio de Yegorov’?
Es positivo y lo sé porque cuando yo releo algo mío en los procesos de corrección, si es algo que no está realmente bien, me aburre a mí mismo releerlo. Yegorov, sin embargo tiene algo. Lo he leído quinientas mil veces y siempre me sigue gustando. ¡Me sigo riendo de mis propios chistes!
Que además hay unos cuantos… A propósito de esto, ¿de dónde sale ese toque tan burlesco?
Quería que apareciera. Aunque para las personas que no me conocen parezca una persona seria, en realidad mi carácter es más burlón y desenfadado y era un rasgo que quería que se viera reflejado en la novela.
Cuando comenzaste a escribir, ¿estaba planeada la trama?
-Recuerdo que el día en el que se celebró la ceremonia de entrega del premio, Herralde calificó el libro de novela inesperada, y le dije que había sido inesperada también para mí. Tenía una idea inicial, pero luego todo fue surgiendo poco a poco. En realidad, lo escribí todo en quince días de rabiosa inspiración
El argumento de esta obra habría podido abarcar muchas más páginas, pero preferiste construirlo a base de documentos que hacen la novela más escueta ¿crees que el lector va a saber apreciar esta forma de contar la historia?
Supongo que todos los lectores no, pero a muchos sí les ha gustado ese sistema. En el fondo es parecido a aquello que decía Hemingway sobre escribir cuentos. Él explicaba que un cuento debe mostrar sólo la décima parte de la historia, como los icebergs. Es la teoría de los icebergs aplicada a la literatura. Yo te voy contando con unas pocas frases e intuitivamente tú ves todo lo que hay debajo.
En la novela no se describe, se flashea, ¿cómo consigues entonces meter tanto al lector en la historia sólo a través de flashes?
Inspiración. Básicamente eso.
Pero parece una novela muy limada y cuidada, ¿no es así?
Sí, aunque hubo un proceso de creación espontáneo no todo salió tan redondo a la primera. Las cosas hay que cuidarlas y darles la forma adecuada.
¿Habrás más partes de ‘El Imperio de Yegorov’?
Me han hecho esa pregunta ya varias veces y no creo que lo haga. Para mí es una historia que ya está cerrada.
Gracias por todo Manuel, ha sido un placer hablar contigo, como siempre
Gracias a vosotros
Crítica a ‘El Imperio de Yegorov’
Hace unos días escuché de la voz de José Belmonte Serrano, crítico literario de ‘La Verdad’, estas palabras: “Manuel Moyano no escribe como nadie, pero tampoco nadie escribe como él”. Podría decir que esa es la mayor baza con la que el cordobés cuenta en su última obra; ‘El Imperio de Yegorov’, y aun así no estaríamos otorgándole, ni mucho menos, una cualidad endeble en lo que a literato se refiere. Sin embargo, en la novela hay muchos golpes maestros y recursos bien utilizados. Cuenta con la elegancia a la hora de elaborar la trama y con el algodonado discursivo de la narración que invita a acomodarte al calor de las páginas y te atrapa sin que apenas te des cuenta. Resulta, pues, excesivamente complicado decantarse por uno sólo de tan exquisitos ingredientes.
A pesar de ello, hay algo en lo que no me mostraría dubitativa en el análisis de estas páginas. Las dos palabras estrella que sintetizan el jugo de la historia son, sin duda, las siguientes: “divertida y valiente”. Dos palabras banales, simples, conocidas hasta por el más simple de los mortales, pero que dibujan una buena caricatura de ‘El Imperio de Yegorov’ e incluso del propio autor.
La obra engancha e invita al lector a jugar. Al principio muestra una trama atractiva, una historia de ciencia ficción que te seduce y te hace entrar a un universo del que no podrás zafarte hasta la página final. Bajo toda esta engalanada apariencia hay, sin embargo, una inesperada sátira social con un final redondo que alude a las dos grandes perdiciones del hombre:el poder y la ambición.
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