Noche del 11 de Octubre en Murcia. Está cayendo la de Dios y llego tarde al concierto de Los Zigarros. Entro empapado a la sala B. Llevo un día sin dormir y estoy sobrio. Dentro hay mucha gente, gente bien vestida. Están celebrando una boda en la Indie room. Todo un disfraz. Gafapastas en corbata sin unas Converse o unas Vans. Seguramente estén bailando con tres pares de gafas de sol sobre las barras algo de Christina Rosenvinge ciegos a gin-tonics con tónica. Siento cierta envidia, sigo sobrio. Suben y bajan. Pasan cabizbajos entre las patillas y los cardados de la sala, el reguero de rockeros de hoy en día. Inofensivos macarras de cierta edad que han encontrado en Los Zigarros su panacea. Dos irreverentes hermanos valencianos que, aunque no han inventado nada nuevo, siguen mojando los calzones y las bragas de los de 60, de70, del 70 y del 60.
Francis Sarabia es la voz de Murcia, por mucho que nos guste Juan Bastida y sus salidas de tono. La ejecución es tan perfecta que parece la última toma buena grabada en estudio. Su tribu conjura junto a él. Suena potente, con empaque, rock sin impurezas, demasiado pulcro y sin pecado. Aunque sin pecado el rock se pierde entre capillas.
Necesito una copa, así que salgo a fumar. Me apetece un plato de garbanzos. Miro el reloj y lo entiendo todo. Ya es 12 de Octubre en España y si fuera de día podríamos ver ese rayo de sol que acompaña a las gotas de sangre de nuestra bandera. Vamos, que ya no cae la de Dios. Entre vahído y vahído me siento un poco más patriota. Me acojono, así que entro a la sala. Salen los hermanos Tormo y sus secuaces. Un idiota ya ha empezado a grabar el concierto con su teléfono móvil delante de mí. Ovidi se acerca al micro y las féminas ya empiezan a gritar. Pero el cable del micro no funciona. Mientras tanto el resto del grupo se improvisa un blues que ha empezado Adrián Ribes (batería). Parece que están en un ensayo. Necesitan tocar. Álvaro (técnico de sonido) tarda lo que los murmullos en arreglar el asunto. El idiota del móvil lo tiene todo registrado. Pantalón pitillo, botas de punta, chalecos, camisas y una guitarra jazz que suena a rock n’ roll. Ovidi suelta los primeros riffs y empantana el local. Es una estrella del rock, su mirada, su pose. No se rompe la nuca. Su movimiento de cabeza es un suave tinteno longitudinal de izquierda a derecha. Entre reventón y reventón de cuerdas regurgita un vibrato que resucita a Jimmy Scott y a su versión little. Esto es nuevo, no es de estudio. Un plus del directo, aunque no abre los ojos, a penas se mueve. Este tío va pasado pero, ¿a quién coño le importa? Ha buscado a su camello, ha buscado a su camello, ha buscado a su camello y se ha cargado el resto de versos de la estrofa de “Hablar, hablar, hablar”. No le importa soltarlo. Su hermano no dice nada, solo toca. Esgrimen un perfecto “Desde que ya no eres mía” que hace perder la cabeza al público y eso es suficiente.
Desde que empezó el concierto quizá no se ha sentido el frenesí de esa joya que es su primer y único disco. Entonces Ovidi dedica el concierto a tres murcianas y les dice que va a “bailar encima de ellas”. Presenta al otro Tormo, Álvaro, que gira y gira y gira sobre sí mismo mientras puntea. Su cara es un maldito poema. Rabia, pasión, incredulidad. La actitud de este tío se sale de los convencionalismos. Estamos en un jodido concierto de rock y parece que los Rolling han parado y se lo han subido a tocar un tema con ellos. Unos chavales del público le dan cerveza. Nacho Taramit (bajista) le ofrece tabaco al resto. Siguen tocando. A mí se me ha secado la ropa. El idiota por fin ha dejado de grabar y yo pienso que esto es lo más puro que he visto en tiempo. La actitud y los roles de cada uno. Ovidi es la estrella y Álvaro la emoción. Como su disco no da para un concierto entero tocan algunas versiones de clásicos como “You Really Got me”.
Dicen Los Zigarros que sales por la noche y todo es hablar, hablar y hablar… Sigue siendo 12 de octubre y horas antes del concierto, cenando con el Molina, un militar, me contaba que en sus maniobras de supervivencia se había visto obligado a beber sangre de cerdo caliente. Pienso en la fiesta nacional, el patriotismo, en la pureza del individuo y en su antagonismo. Es difícil la analogía, pero es 12 de octubre y estoy bebiendo el rock n’ roll nacional más caliente y denso que ha parido nuestra generación.
1 Comment
Pues a mí, que me gusta esto de tocar la guitarra (no tan bien como
quisiera), me dió por grabar un par de punteos con mi móvil,
aprovechando mi privilegiada posición de primera fila en la Sala B.
Lo siento, sé que soy un gilipollas, pero no me pude contener.
El
primer pecado lo cometí durante la actuación de Sarabia y la Tribu del
Groove (recomendados !!), y el segundo, mortal de necesidad, fué cuando
estuve más de 1 minuto grabando durante el blues inédito que se marcaron
Los Zigarros.
La verdad es que no sé qué me pasó. Supongo que la
euforia, el ambiente, el hecho de tenerlos tan cerca, de poder captar
de cerca su técnica, y los Cutty Sark… todo eso me cegó y me hizo
saltarme todas esas leyes no escritas.
Pero demonios, ¿¿¡¡ Cuál es el espíritu del rock and roll !!?? ¿Acaso no se trata de vivir al límite y saltándose todas las normas?
En fin, me cabe el triste consuelo de intuir que al artista no le incomoda demasiado.
Viendo
la reacción de Álvaro Tormo, posando de fondo haciendo el chorra
mientras los chavales que estaban al lado mío se hacían un selfie, hasta
me atrevería a decir que en ocasiones les divierte.
Pero no está bien. Todo el mundo lo sabe y hay que hacer incapié en esta fea práctica antes de que se nos vaya de las manos.
Como decía casi al principio, sé que soy un gilipollas. No me duele reconocerlo porque hace ya muchos años que me conozco.
Pero como buen gilipollas que soy, me queda el consuelo de saber que no estoy sólo, que hay muchos más…
… y algunos hasta tienen blog.