Son cerca de las once de la noche. Unas cuarenta personas estamos ya dentro de la sala; la rasca de estepa siberiana que hace en el polígono de Torreciega hace que te arrepientas de ser fumador y disuade de la sensata opción de beber económicamente en la calle. Estamos dentro de una sala pero nadie se quita la chaqueta. Ni la bufanda. Este hecho debería ser suficiente para que los responsables de la sala se aperciban de que sería adecuado poner en marcha la calefacción. Es cierto que el frío no sería un problema si quien tocase fuese Soziedad Alkohólika y la sala estuviera a reventar, pero esta noche es de concierto «sentado», somos unas setenta personas en una de las salas de conciertos más espaciosas de la región, y lo de no quitarnos la chaqueta no es por imitar al Lichis.
El frío se nos olvida un poco cuando aparece Carlos Vudú acompañado únicamente por su guitarrista Pedro Alberto Teruel. Ambos músicos destilan talento: Vudú hace alarde de una voz cruce entre Quique González y un Bunbury ortodoxo, a Teruel no le hubiese ido mal acompañando a Townes Van Zandt hace cuarenta años. Ofrecen un buen concierto acústico, con Vudú interpelando al público e intentando crear una vinculación emocional entre los que estamos abajo y los que están arriba. El músico murciano es un gran profesional, se le notan las tablas y su mezcla de rock, pop, americana y country es bastante contagiosa. Terminan su actuación entre aplausos y con un holgado aprobado general del público.
En menos de cinco minutos aparecen Lichis, su sancho panza Fernando Polaino y Alex Olmedo. Sin aspavientos, sin ningún ápice de pomposidad y en silencio los tres músicos toman asiento y comienzan a afinar sus instrumentos. Llevan demasiado tiempo en ésto para saber que para un buen espectáculo no son necesarios exhibicionismos de principiante ni pretenciosidad. El silencio se contagia al público, solemne y expectante hasta que arrancan los primeros acordes. La fórmula es sencilla: tres guitarras y una de las voces con más personalidad de nuestro rock (digo rock como podría decir rumba, pop, metal o folk; Lichis ha tocado todos estos palos con maestría). Uno a uno van cayendo todos los temas de su último disco «Modo Avión», álbum que testimonia el viraje del músico hacia el rock y el folk yanki. A los terrenos pantanosos y densos de Tom Waits, de Van Zandt o de Young. Atmósfera que consiguen transmitir de forma muy palpable cuando interpetran «Tics raros», canción de temática bukowskiana; de perdedor borracho con barba de varias semanas. Polaino le saca brillo con brío al banjo, como si estuviera en un porche tejano. Olmedo recuerda a los mercenerios de la banda de Nick Cave; mirada seria, violencia y pasión con el instrumento.
Inevitablemente, cayeron temas de La Cabra Mecánica. La primera fue «Carne de canción», una canción preciosa que bailé agarrado mientras la banda de Lichis tocaba cómplice. También hubo hueco en el repertorio para «Gracias por nada» del personal Hotel Lichis y para una cashiana y celebrada versión de «Felicidad». Una revisión acertada y conseguida del tema, que la transforma de la rumba mestiza al country sin deslucirla. También hubo lugar para homenajear a otros grandes del rock estatal. Una versión fiel de «Pecados más dulces que un zapato de raso» de Gabinete Caligari hizo que apretase el labio superior contra la encía y que desease llevar una camisa con lunares estampados. El cariñoso guiño a Antonio Vega, «vamos a tocar una de Antonio porque todos nos la merecemos», vino de la mano de «Lo mejor de nuestra vida»; una de las canciones más guitarreras de Vega.
Lichis estaba hablador. La sobriedad de su propuesta de directo «sentado» dejó espacio para las disertaciones intimistas del músico, que nos dejó reflexiones como que «el amor es una fuente de derechos de autor». O una tan nostálgica como divertida referencia a los backliners: «los podías reconocer por llevar coleta, una camiseta de Sepultura y pantalones anchos con grandes bolsillos». «En los que solían llevar una piedra de hachís y cinta negra» añadió Polaino. Una reminiscencia a esos tiempos felices en los que había dinero y la industria musical podía invertir en estos lujos para los músicos.
Antes de entrar al camerino avisaron de que volverían a salir a los cinco minutos para los bises, que todo era cosa de un cigarro rápido. Nos invitaron a vitorearles y a pedir otra, aunque adelantaron que la iban a tocar de todos modos. No hubo demasiados vitores, sí expectación. «Es lo que tiene daros confianza» dijo un sonriente Polaino al salir de nuevo al escenario. Los bises fueron generosos. Volvieron a regalarle los oídos al personal con temas de La Cabra. Se arrancaron con «Antihéroe», continuaron con la reivindicativa «Vvalientes» (discursito político social incluído) y «Como Penélope en la estación del Ave», la cual ejecutó Lichis sin sus compañeros a modo de íntima despedida del concierto. Al salir de nuevo a la calle no notamos demasiado el cambio de temperatura. Tampoco nos hizo falta volver a ponernos la chaqueta.
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